

Secciones
Servicios
Destacamos
Toda la vida viendo fotografías antiguas de la ciudad y leyendo 'historiketas' de la misma, al final es viable la formación de una nebulosa que ... hace difícil reconocer si lo recordado pertenece a las imágenes y textos consultados o a momentos vividos. En un intento de separar lo uno de lo otro, recuerdo cuando paseaba con el aitona por el muelle y, estando descargando antxoa, se acercaba a los barcos, junto a otros muchos que hacían lo mismo, para que los arrantzales, gratuitamente, llenaran de pescado un pañuelo que presentaba, a modo de bolsa, con sus cuatro puntas anudadas.
Recuerdo las mañanas de verano, cuando salía al bacón de la calle Urbieta donde nací, para ver pasar a las centurias de Flechas y Pelayos que, con sus cornetas y tambores, desfilaban desde la Escuela de Mandos del Frente de Juventudes del muelle, edifico ocupado hoy por la Ikastola Orixe, hasta el Club San Fernando en la Ciudad Deportiva.
No me olvido de cómo llamábamos a la puerta de los vecinos, para que nos dieran los periódicos viejos que llevábamos a la chatarrería de Fererres, en la calle Amara, y nos diera una pela (una peseta para conocimiento de las nuevas generaciones) con la que pagábamos la entrada a 'gallito' del Bellas (cine Bellas Artes), que costaba 70 céntimos, y nos sobraban treinta para una bola de chicle, un regaliz y un 'matigocho'.
En mi memoria está como desde muy temprano mi madre recordaba que «hay que comer rápido» porque esa tarde, tartera en mano, íbamos toda la familia a merendar a Ordago (Anoeta) o a Munto (Aiete), donde los mayores jugaban al bote y a la toca, y, «como están tan lejos… hay que salir pronto para que dé tiempo a volver antes de que sea demasiado de noche».
Eran tiempos en los que San Sebastián, por Amara, terminaba en la plaza del Centenario y todo lo que estaba más allá estaba, pues eso: más allá, lejísimos, en la otra punta del mundo. Y también recuerdo, o no, al último farolero gasero, que se ocupaba de la última media docena de farolas de gas, supervivientes de la revolución eléctrica, que quedaban repartidas en zonas llamadas rurales. Eran personajes populares, ya en singular porque solo quedaba uno, que, luciendo bata o guardapolvo gris, recorría las calles, en este caso los caminos, portando alargadas varas, en cuyo extremo inferior una perilla les permitía prender las luces.
No sabía entonces, ni se me ocurría que pasaran esas cosas, que tal día como el de hoy, 23 de marzo, del año 1861, se publicó una Real Orden aprobando los estatutos y reglamentos de la empresa del alumbrado público, por medio de gas, en San Sebastián. La noticia fue gratamente recibida por el Ayuntamiento que, de esta forma, se liberaba «de la pesada carga que suponía mantener las de aceite que, a su vez, habían sustituido a las antorchas que conllevaban grave peligro de incendio».
Resultado de aquella Orden fue la construcción de un gasómetro en la ladera de lo que conocemos como cerro de San Bartolomé, en el solar hoy ocupado por la propia calle Easo. El abastecimiento público se generalizó en 1893 y antes de terminar el siglo ya se habían instalado 2.461 contadores y 834 farolas que permanecían encendidas todo el año, apagándose 154 los meses de verano.
Nueve, más el jefe, eran los encargados del encendido que debían atender a «215 pescantes con su farolillo, 545 farolas sencillas, 14 de tres brazos y 29 de 5, añadiéndose 34 en la Plaza de Guipúzcoa, 25 grandes en los mercados y 29 en distintas industrias».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.