Ahora se prioriza la seguridad. Cuando se anuncia un temporal de olas, aunque al final acabe siendo un temporalito de olitas, se cierra el Paseo ... Nuevo.

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Hace unas décadas no era así. Las grandes olas del paseo marítimo eran un espectáculo gratuito y popular, cuyo poder de atracción se dejaba notar entre chavales y mayores, locales y foráneos. ¿Cómo no sucumbir al embrujo de esas impresionantes olas blancas que alcanzan la altura de una casa?

En la edición de DV del lejano 7 de septiembre de 1948 encontramos un comentario en esa línea, dentro de la sección 'Antena' que entonces aparecía en la última página. Decía así...

«Espectáculo único en San Sebastián este del Cantábrico enfurecido. Sabemos de personas que vienen a nuestra ciudad exclusivamente para contemplar las gigantescas olas que barren el Paseo de José Antonio como la cubierta de un buque».

1948

«Sabemos de personas que vienen a nuestra ciudad exclusivamente para contemplar las gigantescas olas» del Paseo Nuevo, escribían. Y acariciaban explotar el «espectáculo único del Cantábrico enfurecido» como atracción turística

Recuerden que, aunque los donostiarras siempre le hayamos llamado Paseo Nuevo, la vía que rodea al monte Urgull oficialmente nació con la denominación de Paseo del Príncipe de Asturias y que, tras llamarse fugazmente Paseo de la República, durante el régimen de Franco lo fue de José Antonio Primo de Rivera. En 1948 constataban su atractivo para los visitantes...

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«Estos temporales que señalan el fin de la temporada veraniega podrían explotarse como una atracción de forasteros... si tras ellos no hubiera la posibilidad de amargas tragedias», añadían con cautela.

«Zona lacustre» en la Avenida

En la misma edición de EL DIARIO VASCO del 7-IX-1948 se referían, dentro del apartado 'Sirimiri', a otro espectáculo acuático, ironizando sobre cómo lo verían los veraneantes, algo habitual en una ciudad siempre con un ojo puesto en los de fuera... «Las lluvias de estos días han dado la oportunidad para que San Sebastián muestre a los forasteros la existencia de una zona lacustre, digna de figurar bien señalada en las cartas y mapas geográficos», exageraban. «Desde luego, no sabemos por qué no se indica -con la oportuna fotografía y texto- en los folletos de propaganda y guías donostiarras». ¿Pero a qué «zona lacustre» aludían?

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La respuesta llegaba a continuación: «Ya han visto y admirado los veraneantes los lagos, laguitos y riachuelos de la Avenida».

Pues sí, durante años los sistemas de pavimento y alcantarillado de la Avenida (la de la Libertad, entonces de España) hacía que los días de lluvia se formasen charcos de considerable tamaño, que con frecuencia criticaban en nuestro periódico. Distintos proyectos de reforma fueron analizados mientras se retrasaba la solución.

Hace 75 años preferían tomárselo a guasa y acababan escribiendo que a los veraneantes las zonas acuáticas de la Avenida «les han encantado, lamentando que todo el verano no esté así».

Claro que no podían evitar pasarse a la crítica sin ironía: «Uno de ellos opinaba que debe arreglarse en seguida ese pavimento, pero respetando los árboles, Nada de reforma; simplemente arreglo del piso. Más de urgencia es eso que la costosa e innecesaria obra realizada en la calle Urbieta».

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