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Hace 45 años estábamos como estaremos dentro de 13 días, inaugurando el Festival de Cine. Su edición número 26 se celebró entre el 6 y ... el 20 de septiembre de 1978. Y con aquel sinuoso cartel felino, diseñado por Iván Zulueta.
Empezaba el Festival con una película norteamericana de acción fuera de concurso, 'Convoy', de Sam Peckinpah, con Kirk Kristofferson y Ali MacGraw. A las 21:30 en el Victoria Eugenia y una hora después en el Astoria. Claro que ninguno de ellos vino a San Sebastián y la estrella de la jornada inaugural fue Leslie Caron, componente del jurado internacional. (Por cierto, que era un grupo variopinto: Miguel Littín, Luigi Comencini, Sándor Sára, Krzysztof Zanussi, José Luis García Sánchez y Koldo Mitxelena; entregarían la Concha de Oro a 'Alambrista!' de Robert M. Young).
Hace 45 años no se hacía aún una gala inaugural en el teatro sino que se celebraba un acto protocolario en el Salón de Plenos del Ayuntamiento. El de 1978 evidenciaba la situación de transición institucional: lo presidió el alcalde en funciones Fernando de Otazu en presencia del gobernador civil Oyarzabal, el consejero de Cultura del aún Consejo General Vasco, Maturana, y el equipo directivo del certamen.
Al día siguiente empezaron a funcionar más salas con otras retrospectivas. Mientras la Sección Oficial se quedaba en el Victoria Eugenia y el Astoria, en el Savoy se daban cuatro sesiones diarias del novedoso ciclo 'Cine realizado por mujeres'. En el Principal se proyectaban en 1978 tanto las películas de Nuevos Creadores como las de una sección muy atractiva, 'Cine que no vimos en las últimas décadas', que repescaba títulos que no se habían distribuido en los últimos años del franquismo, realizadas por Nagisa Oshima, Pudovkin, Orson Welles, Marco Ferreri, Marco Bellochio, Tomás Gutiérrez Alea...
En el Miramar se ofrecería otra retrospectiva, 'Cine como expresión de olas culturas nacionales'.
Arrancaba el XXVI Festival y todo el mundo comentaba la larga carta que publicaba DV el 9-IX-1978. Si ahora nos desesperamos a veces con las dificultades de la compra por internet, la cosa era peor cuando había que adquirir cada entrada en la taquilla del cine donde se daba cada película. Y, si como pasó en 1978, había descoordinación...
El lector repasaba una madeja de situaciones rocambolescas, como que aunque el CAT informase que las entradas estaban a la venta, las taquilleras no las soltaran porque no les habían dado la orden, o que por error se vendieran varias localidades para los mismos asientos, o que la taquillera informase de que hacía unas horas había cambiado toda la programación de un ciclo. El paciente comunicante concluía con una pregunta: «¿Cómo harán los que no tengan tiempo para dedicarse a un divertido maratón como el mío o los cinéfilos no residentes en la ciudad para proveerse de entradas?»
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