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Mañana, 17 de febrero de 1867, todo estaba dispuesto para iniciar los carnavales que se prolongarían hasta el 3 de marzo, Miércoles de Ceniza. Entre ... el jolgorio y los preparativos para la fiesta, los bailes y los disfraces, nadie olvidaba cómo habían sido los carnavales del año anterior cuando, el 9 de enero, moría José Mari Zubia, 'Mari', al intentar salvar a quienes habían naufragado cerca de Santa Clara. La música del maestro J. J. Santesteban dio vida a los textos que Ignacio Tabuyo escribió al efecto, y ambos dos, refrendados por todo el pueblo, celebraron la llamada 'Comparsa Homenaje a Mari', con el fin de costear el monumento que se quería levantar en el muelle.
Un año más tarde se anunciaban grandes novedades festivas, destacando el que sería conocido como Entierro de la Sardina, que por vez primera se organizaría en San Sebastián. José Manterola, en la revista 'Euskal Herria' escribió que el Martes de Carnaval «se verificó por primera vez, con gran solemnidad y aparato, el primer mal llamado Entierro de la Sardina que, por su novedad y por el gusto que presidió a su organización, llamó extraordinariamente la atención de los millares de personas que acudieron a presenciarlo».
Pero antes, mañana, 17 de febrero, en la Alameda, «todavía en mantillas» porque tan solo habían pasado cuatro años desde el derribo de las murallas y estaba en plena construcción, los erriko-shemes estaban convocados a un baile de máscaras muy especial y, casi podría decirse que fuera de programa porque se debía a la iniciativa privada, concretamente a la de Miguel Martín Oteiza que con dichos bailables quería celebran la apertura, y por ello inauguración, del, quizás, establecimiento hostelero más nombrado que la tenido la ciudad: el Café de la Marina, ubicado en la esquina de la calle Garibay con la Alameda.
La historia había comenzado años atrás cuando frente al Teatro Principal, en la esquina de Mayor con Embeltrán, dicho señor abrió su primer Café de la Marina que, escribieron los cronistas, «aunque elegante y señorial no dejaba de ser visitado por la gente sencilla». Ante los cambios que estaba sufriendo San Sebastián con la llegada del Ensanche Cortázar, lo que ello suponía para la vida cotidiana, hubo quienes eligieron permanecer firmes a sus «costumbres de siempre» y quienes, recogiendo sus bártulos, marcharon «al nuevo San Sebastián, que ofrecía más oportunidades». No fueron pocos los que trasladaron sus negocios fuera a la propia Alameda y entre ellos figuró el mencionado señor Oteiza. Una de las primeras casas en levantarse fue, precisamente, la que hacia esquina entre la Alameda y el nº. 2 de la calle Garibay y en ella se instaló el nuevo Café de la Marina que con sus bailes incluso «consiguió eclipsar la fama que tenían los del Teatro Principal».
Decorado estilo Luis XVI, destacaban los testeros, pintados al óleo por Eugenio Azcue, representando a ilustres personajes guipuzcoanos, escribiendo Nicolás Soraluce, en su libro titulado «El café Suizo y de la Marina», que contaba con casino y que su gerente era el italiano Monegatti. Llegado el siglo XX con nuevos gustos, como la instalación del cinematógrafo en sus salones, el café fue vendido a personas que decidieron modificar la decoración y cambiarle el nombre, llegando a ser Café Rhin y Café Kutz, aunque en 1934, con nuevos propietarios, recuperó su nombre original. Cerró en 1946.
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