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Si el solsticio de invierno se ve rodeado de infinidad de tradiciones a las que acompañan espectaculares alumbrados, árboles y decoraciones, regalos y gastronomía y ... un ambiente familiar habitualmente vinculado a la Navidad cristiana, el de verano se ha desarrollado siempre en un ámbito más rural lleno de leyendas y míticos personajes a los que se quiere, ama o se quema en la hoguera. En ambos casos, tres son los elementos que protagonizan la efeméride: el agua, el ruido y el fuego. El agua y el fuego purifican y el ruido ahuyenta a los malos espíritus.
En nuestros días, todo ello queda lejos de las intenciones o pensamientos de quienes celebran la fiesta, pero su origen es el que es. El ser humano, en su ignorancia, o no, era conocedor de que dos veces al año el sol se iba y venía, los días eran más largos o más cortos, y el frío sustituía al calor y viceversa. Para justificar lo que no entendía creó responsables, santos los unos, demonios los otros, que los santones supieron mitificar dando a cada comportamiento su explicación. Y por todo el globo terráqueo se multiplican las costumbres relacionadas con estos periodos del año, siendo así que no había pueblo sin fuente que la noche de hoy no diera un agua especial que curaba enfermedades, o piedra que besada o tocada no sanara todos los males.
No existirán esta noche muchas mujeres que se paseen desnudas por los prados pensando que así quedarán embarazadas, ni las que ya esperando bebés recorrerán los trigales para con su presencia germinar las huertas. En pocos caseríos se reunirá hoy la familia para machacar el muérdago cogido durante el día y, con la pócima, liberar de su enfermedad a los epilépticos.
1916 el año
Agua, ruido y fuego en una antiquísima tradición traída por los gascones que a su vez la recibieron de los celtas. La quema del árbol en la plaza de la Constitución se prohibió en elaño 1869 portemor al fuego
Tampoco a la plaza de la Constitución acudirá esta tarde una gran banda de música, ni el clero de San Vicente será numeroso, pero el fondo de la ceremonia seguirá vigente: estarán Goizaldi y los txistularis; alcalde y concejales harán lo que puedan para salir del trance de bailar la gitzon dantza, se cumplirá el protocolo del señorial baile y, terminado el mismo, varios cientos de personas se agolparán tratando de conseguir un pequeño trozo de la corteza del árbol que presidirá la plaza, con la absoluta certeza de que durante todo el año protegerá sus vidas.
Retrocedamos en el tiempo: En el libro 'Noticias históricas de Rentería', de Gamón, se escribe que fueron los gascones quienes comenzaron a celebrar «una pequeña función eclesiástica a la que asistía el clero de las dos parroquias donostiarras: Santa María y San Vicente». Y también, sigue escribiendo, «salía una procesión la víspera de San Juan Bautista y en la plaza principal se bendice un fresno, de altura como de ocho varas, que los de la ciudad fijan y levantan en medio de la dicha plaza».
Más cercano en el tiempo, sábese que la quema del árbol en la hoy plaza de la Constitución se vino haciendo «desde siempre», hasta que se prohibió en 1869 «por temor a que se incendiaran las casas más próximas». Nuevo Ayuntamiento y nuevas intenciones, la quema del árbol se recuperó en 1880. Peligro había, dijeron, y por 12 votos contra 8 se suspendió de nuevo en 1912. Por 16 votos a 7 se volvió a programar la fiesta en 1916, «con la condición de que el árbol fuera quemado ligeramente».
Para quienes esta tarde acudan a recoger su pedacito de corteza de árbol, un pequeño detalle: hay que conservarlo hasta el 24 de diciembre, quemarlo esa noche en familia y guardar las cenizas para de nuevo, el 23 de junio, devolverlas a la hoguera y sustituirlas por el nuevo trozo.
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