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Nos encanta cuando, en la sección de 'Ecos de Sociedad' de los viejos tiempos, encontramos la noticia de un noviazgo camuflada bajo pistas. Tantos años ... después, nos faltan las claves para averiguar la identidad de los novios, pero en su momento los lectores se divertirían jugando a los detectives hasta deducir lo que aún no se podía publicar. Encontramos un caso en los 'Ecos de Sociedad' que escribió Pedro de Alcántara en el DV del 25 de septiembre de 1949. Presten atención…
«ADIVINANZA: Ella es morena con ojos negros, guapísima. El diminutivo familiar con que todos la llamamos es sinónimo de un verbo de la segunda conjugación, donostiarra y con un apellido merecidamente prestigiado en el mundo médico. Él tiene nombre de rey francés, es moreno, de pelo rizado, muy conocido; apellido trisílabo que rima con la palabra vasco. Más claro, lo que cae estos días».
Tendríamos que viajar en el tiempo 75 años atrás para descubrir la solución al enigma. La referencia a «lo que cae estos días» viene porque atravesaba Donostia una etapa especialmente lluviosa. Pedro de Alcántara animaba a disfrutar de una lluvia que también podía y puede ser placentera. Leamos…
«Me gusta Donosti ahora, cuando ha dejado de ser el Madrid, Burgos o Zaragoza de que la bulla veraniega nos camufla, hasta el punto de que casi no sabríamos reconocerlo. Comprendo que los veraneantes renieguen de la lluvia. No es lo suyo; pero yo dejé de añorar aquel trasiego, aquellas distancias… y casi casi la castiza chulapería».
«Por eso ahora me siento renacer, con esta quieta lluvia que golpea nuestros cristales suavemente sin molestar, como una dulce compañía en el trabajo. Me gusta ver los cafés holgadamente acogedores, con sillas que ofrecernos y con amigos en todos los grupos de todas las mesas. Me gusta el provinciano pasear de la Avenida u el parque de Alderdi Eder con su vivero de hombres y mujeres del mañana, que ahora juegan a muñecas, a tiendas o a justicias y ladrones, mientras las amas, el guardia y los soldados platican amorosamente».
Más que la lluvia, al cronista parecía agradarle esa ciudad más remansada que quedaba cuando empezaba a atardecer antes y los turistas se habían marchado. Sigamos…
«Me gusta el rompeolas solitario, con un no sé qué de desamparo en los hoscos berrinches del mar, que lanza jarros de agua fría al pobre asfalto del paseo. Me gustan los puentes que hay que atravesar temerariamente, subiéndose el cuello de la gabardina, mientras las muchachas sintetizan la gracia de su distinción peculiar (...) anudándose el pañuelo a la cabeza. Y el aperitivo de la una y el eterno cine de las siete».
Se arrancaba aquel emocionado Alcántara con una exclamación final: «¡Nuestra ciudad nos hace encontrar un secreto encanto en aquello mismo que aborrecíamos!».
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