Feria de San Tomás a principios del siglo XX. KUTXATEKA

1888 | Teatro en euskera el día de Santo Tomás

La calle de la memoria ·

Javier Sada

San Sebastián

Lunes, 21 de diciembre 2020, 06:42

Don Nicanor tocando el tambor, turuta incorporada, era uno de los protagonistas de la feria de Santo Tomás, solo disfrutado, en su primitiva versión acartonada (luego fue plastificado), por los niños que ahora cuentan entre los 60 y 100 años de edad.

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Otra protagonista fue «la salerosa Josefa Agustina Gorra» a la que 'Calei Cale' ubica a finales del XIX en una de las esquinas de la plaza para vender el chorizo que no había tenido salida durante el año.

Luego, poco más tarde, se unieron «la Vasho» y «la Chimba», que tuvieron la idea de introducir en la Feria el «panecillo francés»: un chorizo delgado, al que se llamó txistorra, encerrado en un pequeño bollo de pan. Su venta, ya como pequeño bocata, estuvo limitada a las cuatro esquinas de la plaza hasta que en 1967 «se abrió la puerta» a estudiantes para que sacaran unos pocos cuartos con los que pagar el viaje paso del ecuador. De la cerda puede citarse que su exhibición ha pasado a ser un apartado testimonial.

Los papeles indican que allá por 1840 la feria ya estaba arraigada en San Sebastián, siendo un tópico citar que su origen estuvo en la necesidad de hacer compras por quienes desde los pueblos cercanos llegaban a la capital para el pago de sus rentas, aportando como regalo un capón y recibiendo a cambio un bacalao.

La mucha presencia en la ciudad de baserritarras para pagar el alquiler de las tierras hizo necesaria la feria

Al chorizo se añadieron los «panecillos franceses», siendo el capón y el bacalao los platos estrella

Pero la donostiarra feria de Santo Tomás encierra una curiosa historia de la que fueron artífices algunos intelectuales del momento, entre los que puede citarse a Miramón, Baroja, Manterola, Irastorza, Muñoz, Díaz... Cuentan viejos textos que en la calle del Carbón (Ikatz kalea), hoy Juan de Bilbao, había, además de carbonerías, bodegas y sidrerías a las que eran asiduos los clientes de la librería Baroja, situada en la misma 'Consti'.

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En el último tercio de aquel XIX, entre vaso y vaso improvisaron, el 21 de diciembre, una sesión de bertsolaris que, ante el éxito obtenido, al año siguiente decidieron subirla a dos ventanas, situadas una frente a la otra. Llevarla de las ventanas a la plaza fue coser y cantar.

Los citados fueron, asimismo, fundadores, en 1888, del Consistorio de Juegos Florales que en el teatro Principal presentaba, el día de Santo Tomás, a «lo mejorcito de la cultura vasca», creando la costumbre de ofrecer, anualmente, en esta jornada, un evento cultural vasco.

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Pasaron los años, desaparecieron instituciones y organizadores, pero quedó la tradición que, salvo excepciones, se mantuvo con el paso del tiempo. Se reanudó en 1946 y fue en 1952 cuando María Dolores Aguirre, directora de la Escuela de la Lengua y Declamación Vasca del Ayuntamiento, se responsabilizó de, cada año, ofrecer en el Principal una obra de teatro en euskera.

Fueron algunos títulos: 'Antxon Piperri' (Buenaventura Zapirain, 1952), 'Ramuntxo' (Pierre Loti, 1953), 'Andre Josepa Tronpeta' (Rodrigo Figueroa, versión Toribio Alzaga, 1954), 'Mutitzar' (Toribio Alzaga, 1955), 'Bost urtian' y 'Ezer ez ta festa' (Toribio Alzaga, 1956), 'Lagun txar bat' (Avelino Barriola, 1957), 'Au dek maltzurkeria' (Gotzon Egaña, 1958), 'Goi argi' (Abelino Barriola, 1959), 'Damu Latza' (Pierre Larzabal, 1960 y algunos más.

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