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Iñigo Campo divisó la botella cuando cogía olas en la Zurriola UNANUE
Mensaje en una botella: De un pescador de Terranova a un surfista de Donostia

Mensaje en una botella: De un pescador de Terranova a un surfista de Donostia

Ha navegado un año hasta llegar a la Zurriola, donde fue encontrada por el errenteriarra Iñigo Campo

Aiende S. Jiménez

San Sebastián

Domingo, 10 de junio 2018, 11:55

Es una noche fría en las aguas del Atlántico Norte. A bordo del pesquero Artic Eagle (El águila del Ártico), a unas cuantas millas náuticas de la Isla de Terranova, Craig Drover busca una forma de matar el aburrimiento después de una larga jornada pescando cangrejos de las nieves, de esos enormes de cuyas patas sale la 'txatka'. De pronto se le ocurre. ¿Por qué no lanzar un mensaje dentro de una botella al mar? Es una idea absurda. ¿Y qué más da? Se pone a ello. Coge una hoja de papel, escribe un escueto mensaje en el que incluye sus coordenadas y su contacto y lo introduce dentro de una botella de licor. Mira al océano, pensando en aquella persona que quizá un día reciba la carta. Qué va. Es imposible. Pero quién sabe. ¿Hasta dónde llegará? La lanza, con la misma emoción de un niño que juega por primera vez. La noche pasa sin poder dejar de pensar en esa botella, que ya baila con las olas con rumbo desconocido.

No se trata del primer capítulo de una novela, sino de un hecho real que ocurrió hace ya quince años. Lo que empezó como un simple pasatiempo se ha convertido en un hobby para este pescador canadiense, cuyos mensajes han navegado miles de kilómetros hasta ser recibidos en rincones muy diversos de todo el mundo. El último, San Sebastián, donde un joven surfista se topó con una de las botellas de Craig Drover mientras cogía olas en La Zurriola.

No era un día para surfear. Más bien todo lo contrario. Lluvia, frío, viento... De hecho, no había nadie en el agua. Pero Iñigo Campo llevaba varios días sin coger olas y necesitaba quitarse el gusanillo. Eran las once de la mañana, un jueves cualquiera en los que entre clase y clase de la 'uni' aprovecha para meterse al mar. Mientras esperaba sobre su tabla a una buena tanda de olas, vio algo que le llamó la atención. Flotando, entre troncos y restos arrastrados por la mala mar, destacaba una botella de cristal con algo azul en su interior.

Se acercó remando y la cogió. El cierre estaba cubierto con cinta aislante negra, sobre la que habían crecido percebes. Nadó hasta la orilla y la dejó en la arena para seguir surfeando. Unas pocas olas después tuvo que salir. Le picaba la curiosidad.

Cogió la moto y volvió a su casa, en Errenteria, donde abrió el tesoro recién descubierto, que además de un trozo de papel protegido por una bolsa azul de plástico, contenía un intenso olor a alcohol que impregnó el hogar.

Es el mismo texto que ya han leído decenas de personas en todo el mundo. Según la última cuenta, los mensajes de Craig Drover han sido respondidos en 77 ocasiones desde 12 países diferentes -España (12), Portugal (2), Inglaterra (10), Escocia (11), Francia (16), Islas Feroe (2), EEUU (2), Bahamas (3), Noruega (1)-. Iñigo le ha enviado su respuesta, pero aún no ha contestado. Tampoco al mensaje que un amigo suyo le ha escrito al canadiense por Facebook -Iñigo no tiene redes sociales-. «Igual está en el pesquero lanzando nuevos mensajes», imagina.

Sobre el Titanic

Su botella recorrió más de 4.000 kilómetros a través del océano Atlántico en un viaje de un año desde la costa de Terranova hasta la guipuzcoana. «¡Cuántas cosas habrá visto!». Pero no solo eso, su historia adquiere aún más galones al saber que se lanzó al mar muy cerca de donde tuvo lugar uno de los naufragios más trágicos de la historia, en las mismas aguas donde el Titanic se hundió tras chocar contra un iceberg el 14 de abril de 1912, a 600 kilómetros de Terranova.

Para Iñigo, que tiene 21 años y estudia Ingeniería Electrónica, esta historia es como «un cuento pirata», un regalo que el mar le ha querido hacer por su dedicación diaria, sea invierno o verano, haga frío o calor, sol o lluvia. En su barco (o tabla de surf) encontró un pequeño tesoro que ahora ocupará un espacio privilegiado en su habitación, después de pasar varios días a remojo en agua y jabón «para quitarle el pestazo a alcohol», tal y como le ordenó su madre.

El mural de Craig

Cuando se bucea por los más de quince años de aventuras de las botellas que Craig Drover tira por la borda desde su pesquero, se conocen relatos tan inverosímiles como el de una familia de una pequeña isla de Escocia que encontró el año pasado dos de sus botellas en tres meses.

Sin saberlo, aquel jueves en el que Iñigo decidió surfear aunque todo empujase a no hacerlo, pasó a formar parte de la historia que aún se escribe sobre este pescador de cangrejos canadiense que envía mensajes dentro de botellas y colecciona las respuestas de quienes las reciben. «Pensaba que no sería nada y al buscar en internet y descubrir toda esta aventura me quedé alucinado. Es algo muy especial y espero que algún día me conteste», cuenta el de Errenteria. Si eso ocurre pasará a formar parte del mural de la fama que ha creado Craig Drover en su casa, con cada respuesta enmarcada acompañada de la bandera del país donde se emitió.

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