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Meho Kodro nació en una familia musulmana, sus mejores amigos y sus compañeros de escuela venían de familias católicas, ortodoxas, judías, y nada de esto importaba mucho en Mostar (Bosnia), donde abundaban los matrimonios mixtos, donde las fiestas de unos eran las fiestas de todos, ... donde los chicos tenían otros criterios para agruparse: unos jugaban al fútbol, otros montaban bandas de gamberros, otros saltaban los 24 metros desde el Puente Viejo al río Neretva.
Kodro explicó en el Festival Korner que los nacionalismos propagaron discursos de miedo y rechazo al otro, fraguaron bloques y encendieron las mechas del odio. Al poco tiempo de fichar por la Real Sociedad en 1991, su país estalló. Mataron a amigos suyos, a sus padres les quemaron la casa. Kodro consiguió traer a Donostia a un montón de familiares con ayuda de la Real, mientras él se hinchaba a marcar goles y nos hacía felices en esta otra dimensión de la realidad. Se concentró en el fútbol, se entrenó con más intensidad y más coraje que nunca, metió horas extra en Zubieta para no hundirse en la tristeza y porque si hacía bien su trabajo podía sostener a mucha gente. Ahora cuenta que la guerra acabó pero el odio sigue envenenando a las nuevas generaciones. Y deja un balón botando: «Yo conocí la convivencia entre personas de distintas religiones y culturas de la manera más natural, hubiera dicho que podía haber guerras en cualquier sitio del mundo menos en Mostar».
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