Nos reímos con los gazapos de las películas: un romano con un reloj de pulsera, un avión que surca el cielo en plena batalla de corsarios, pero no nos sorprende que esos personajes luzcan dentaduras completas. Ese sí que es un desliz clamoroso. Lo natural ... sería que los adultos de esas épocas presentaran dientes como los de Cervantes: «Ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, mal acondicionados y peor puestos». Eso sería lo natural a mis tiernos 45 años.
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Lo pienso, para consolarme, a la vuelta del dentista. He ido creyendo que quizá tenía alguna pequeña caries y me han descubierto más socavones que en las obras del metro de Donostia. Alguien ha tocado el timbre de la consulta y he temido que se presentaran un montón de concejales y consejeros, con cascos y chalecos reflectantes, preguntando si podían convocar a la prensa para inaugurarme las endodoncias. Todavía temblando por el presupuesto (el de mi tratamiento dental, porque la multiplicación disparatada de los presupuestos de metros, trenes y demás obras públicas ya es parte de nuestra cultura ancestral), me he consolado pensando en la suerte de vivir en esta época que nos salva de la naturaleza. Según lo natural, yo ya debería conformarme con sorber la papilla que algún congénere hubiera mascado y regurgitado para mí. En esta afortunada época, la lidocaína, las resinas de obturación, los pernos de fibra de vidrio y otros gloriosos artificios me convertirán en un viejo capaz de masticar toda la vida.
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