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En 1803 zarpó de La Coruña la corbeta María Pita. A bordo iban el médico militar Javier Balmis, Isabel Zendal con su hijo de corta edad y 21 niños de varios orfanatos españoles. Comenzaba una de las gestas médicas y humanitarias más hermosas y destacadas ... de todos los tiempos. Estos niños viajaban al Nuevo Mundo para inmunizar a sus gentes frente a la viruela que cada año provocaba miles de muertes. El microbiólogo Edward Jenner había descubierto la vacuna poco antes. Jenner se percató de que las ordeñadoras de vacas sufrían los síntomas leves de la viruela de la vaca, pero no adquirían la viruela humana, mucho más mortífera. Dedujo que el contacto con el virus de la viruela del ganado las inmunizaba frente a la forma humana. Extrajo muestras de las pústulas que producía y administró pequeñas cantidades a la población a través de una incisión en la piel. La mortalidad por viruela cayó drásticamente y la gente sufría síntomas muy leves tras la inoculación. Así, surgió la primera vacuna, cuyo nombre obedece a su origen en las vacas.
Los huérfanos fueron niños vacuna. La vacuna de Jenner no podía transportarse en el barco por falta de condiciones. Tras calcular el periodo de incubación, el doctor Balmis les inoculó la vacuna al inicio del viaje para que desarrollaran las pústulas al llegar a Canarias, primer destino. Entonces extrajo su pus y aplicó pequeñas dosis a varias personas que quedaron inmunizadas y cuyas pústulas sirvieron para inmunizar a otras. Esta operación se fue realizando en cada destino hasta completar la vuelta al mundo. Se crearon puestos de vacunación con personal entrenado en cada país y así se extendió esta red de Salud Pública al Nuevo Mundo. Los más débiles, los niños huérfanos, hicieron este regalo a millones de personas. Hoy la viruela está erradicada. La siguiente en desaparecer será la polio que solo persiste en 3 países. Y la siguiente podría ser cualquier enfermedad infecciosa susceptible de ser prevenida con una vacuna. Para esto se requiere un ejercicio de responsabilidad personal y social («personal» se refiere a los padres pues se trata de vacunación infantil) que asegure un «efecto rebaño».
El «efecto rebaño» es una brillante idea. Consiste en fijar la tasa de personas que deben recibir una vacuna para que toda la población esté protegida. Lejos de ser peyorativo, el término «rebaño» destila altruismo y ha sido clave para salvar millones de vidas. Ahora grupos de personas se oponen a la vacunación y se están cargando el «efecto rebaño» por razones peregrinas, irracionales y falsas. ¿Consecuencias? Brotes de sarampión, rubeola, paperas o varicela con miles de afectados y cientos de muertos, reaparición de enfermedades olvidadas como la difteria, retrasos en el control de epidemias en países en vías de desarrollo, costes económicos incalculables, necesidad de revacunar de sarampión a los nacidos después de 1970, etc. Este desprecio irresponsable por la salud de la ciudadanía merece una respuesta institucional contundente en forma de sanciones de índole económica, social y, tal vez, penal. En materia de salud en la que están en juego vidas humanas, la irracionalidad no debería imponerse al raciocinio. Esta premisa es aplicable a cualquier argumento que condicione la práctica de la Medicina e impida que cumpla su deber más sagrado: Intentar salvar vidas humanas.
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