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La crisis pandémica ha acelerado en el tiempo la revolución digital. La incidencia del binomio coronavirus y revolución digital va a tener un efecto difícil de soslayar en el mundo de la cultura en vivo y del cine. Dudo mucho de que una vez entremos en un periodo post-covid vayamos a volver 'a lo de antes'. Nos guste o no, la actual crisis sanitaria y la digitalización han cambiado nuestros hábitos de manera no sé si permanente, pero sí para largo tiempo. Los seres humanos somos seres sociales de costumbres y la costumbre de ir a ver y escuchar en vivo se ha 'roto', a la fuerza nos hemos tornado más caseros. A su vez, este público arrastraba a las salas a nuevas generaciones de espectadores; esto ha dejado de ocurrir durante, por ahora, casi dos años. Es decir, se ha deshecho una cadena invisible de transmisión y va a costar grandes esfuerzos reconstruirla. Además, hemos entrado en un espacio temporal en el que la decisión de acudir a un espectáculo se hace el mismo día de su celebración, por lo que la oferta de programación a varios meses se hace difícil de gestionar. A todo ello se suma la revolución digital que nos ha traído a casa una oferta de entretenimiento y cultura casi inagotable, que es cómoda (desde el sofá) y muy económica.
Por todo esto nos enfrentamos al reto de volver a atraer a quienes conformaban el público habitual, a la vez que hemos de encontrar herramientas de seducción para atraer a nuevos espectadores. Y la competencia es dura, por un lado la pantalla que ha invadido nuestras vidas, y por otro la ruptura de los hábitos socio-culturales. Habrá que tener gran imaginación y perseverancia. Parafraseando y utilizando a R. Rolland habrá echar mano del «optimismo de la voluntad».
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