Unos amigos míos, pareja vascoboliviana afincada en Euskadi, no pueden traer a su hijo desde Bolivia porque ha cumplido la mayoría de edad y no le conceden el visado. Una mujer y su hija de pocos años huyeron de Afganistán tras la llegada de los ... talibanes y atravesaron durante meses un laberinto de angustias para que las aceptaran como refugiadas en España, donde por fin se han reunido con parte de su familia, gracias a la ayuda inesperada de una buena gente que ha hecho mil gestiones y ha pagado mil trámites. Otros millones de personas emprenden viajes desamparados huyendo de guerras y miserias, miles mueren cruzando mares y desiertos, algunos ante nuestras narices en el Bidasoa, porque no tienen el pasaporte adecuado.

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En esta parte del mundo, justo donde sí somos beneficiarios de ese pasaporte privilegiado y lo usamos con toda normalidad y poca preocupación por los demás, algunos paisanos se ponen un brazalete con la estrella de David y se declaran víctimas de un 'pasaporte nazi' y de «un totalitarismo sin precedentes» porque no pueden entrar a ciertos lugares sin vacunarse durante una pandemia. Discutir el pasaporte covid es muy lícito, tanto como discutir los otros pasaportes, la ley de extranjería, las leyes fiscales y hasta los semáforos. Pero que alguien de esta parte del mundo se proclame víctima de nazismo y apartheid es una banalización repugnante, una sobreactuación pueril, la fantasía mártir de quien no sabe mirar más allá de su ombligo.

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