Los 108 niños de Ucrania que han pasado el verano en el País Vasco y Navarra dentro del programa de acogida de la asociación Chernobil Elkartea comenzaron ayer el viaje de regreso a su país para reencontrarse con sus familias pero también con el drama ... de la guerra. Será el suyo un largo trayecto que les llevará de la luminosidad de las playas a la oscuridad del miedo.
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De Ficoba, en Irun, partió por la mañana un autobús con los 50 menores que se han alojado con familias en Gipuzkoa, el territorio más solidario con esta iniciativa. En Bizkaia el número de niños acogidos ha sido de 30, ocho en Álava y 20 en Navarra. En estos dos meses, los niños han cubierto el periodo mínimo de 40 días al año que marca la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el tiempo necesario para reforzar su salud y coger las defensas que les hacen falta para vivir en el entorno contaminado de Chernobil.
«Siempre es dura la despedida, pero estos dos últimos años lo ha sido todavía más porque todos saben a dónde se dirigen y lo que les espera allí», decía ayer una voluntaria de Chernobil Elkartea, asociación que desde 1996 trae a Euskadi a niños que residen cerca de la central donde se produjo uno de los accidentes nucleares más importantes de la historia.
Pese a que los niños no residen en zonas directamente afectadas por la guerra, la preocupación en las familias de acogida era ayer evidente. «Viven en una zona en la que no hay ataques, pero en los últimos días Rusia ha aumentado los bombardeos por todo Ucrania», afirmaban. A todos ellos les aguarda una situación aún peor que la que dejaron. En sus hogares sigue habiendo tanques por las calles, pasan mucho tiempo en refugios y «los cortes de luz son constantes», afirma la voluntaria que, pese a todo, asegura que «los niños lo llevan con relativa normalidad».
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Lo que llevan también a Ucrania son regalos para sus padres, aunque no todos son los que cabría esperarse. «Nos han pedido que les mandemos linternas de dinamo», explicó ayer una madre de acogida. Media hora antes del inicio del viaje, familiares y niños se disponían a sacarse una foto de familia y a despedirse entre lágrimas, abrazos y la promesa de un regreso. De los 50 menores que han pasado el verano este año en Gipuzkoa, 33 ya habían venido alguna otra vez. «Ha sido como una gincana de actividades, todo el día haciendo cosas, playa, piscina, monte, barracas...», contaba una mujer. Serán esos los recuerdos que se lleven consigo. Los que les permitirán soñar en algo más que la guerra.
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