La enfermedad cerebral no respeta a la clase política. La epilepsia de Alejandro Magno y Julio César, la melancolía de Felipe V o la locura de Carlos II son ejemplos clásicos. Roosevelt, Stalin y Churchill, firmantes del Tratado de Yalta que dio fin a la ... II Guerra Mundial, sucumbieron al ictus. Un ictus mató también a Lenin, Yeltsin y Sharon (de infausto recuerdo por Sabra y Chatila) y dejó secuelas en Kohl. Se dice que el parkinson juega a favor de los dictadores porque la pobreza gestual les hace parecer imperturbables. Hitler, Franco, Mao o Marcos son buenos exponentes. La falta de braceo al caminar exhibida por autócratas del Este, como Jaruzelski o Putin, no es signo de parkinson; es el paso del pistolero, consecuencia de su peculiar formación militar. La canciller Merkel sufrió episodios de temblor de tronco y piernas estando de pie. Afortunadamente se resolvieron. Un discurso o una conducta desmemoriada delataron el alzheimer que ya asolaba el cerebro de Suárez, Reagan, Thatcher y Maragall.
Publicidad
Algunos parlamentarios sufren disfunciones mentales menores, como ansiedad o hipocondría a causa del estrés. Desde el caso Goldwater, es complicado emitir un diagnóstico sobre la salud mental de un político. Barry Goldwater fue el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos en 1964. En plena campaña electoral, se publicó una encuesta a diez mil psiquiatras que concluía que su salud mental rayaba en lo patológico y lo incapacitaba para ser presidente. La Asociación Americana de Psiquiatría puso el grito en el cielo por entender que no podía juzgarse la salud mental de nadie sin efectuar una evaluación psiquiátrica. Además, el secreto médico debía preservarse. Hoy se cuestionan ambos puntos. El político está muy expuesto a los medios y de sus actitudes y declaraciones pueden inferirse datos médicos y psicológicos. ¿Puede un neurólogo comentar que un político al que se ve temblar puede sufrir parkinson? ¿Es esto aplicable a los rasgos psicológicos?
Estos días abundan las opiniones sobre la salud mental de Putin en base a sus gestos en comparecencias públicas. ¿Es un diagnóstico preciso? Las redes sociales, que tanto gustan de usar en su provecho, juegan en su contra en esta ocasión, pues su personalidad, conducta y pensamiento quedan retratados. El secreto médico se superó con el caso Tarasov. Este sujeto dijo a su psiquiatra que esa noche iba a matar a su esposa. El psiquiatra no hizo nada y Tarasov cumplió su amenaza. Desde entonces, la obligación de guardar secreto queda relegada a un segundo plano si al revelarlo se salvan vidas o se evita un mal mayor. Entonces, ¿qué debe hacerse cuando se detectan pruebas de que un presidente sufre un problema mental que le inhabilita para tomar decisiones coherentes?
La hipocresía tiñe con frecuencia al maquiavelismo, tan admirado en política. Suele adornarse de un narcisismo que, a veces, es exacerbado y maligno: individuos manipuladores, paranoicos, mentirosos, ególatras, agresivos, carentes de empatía y sedientos de adulación. ¿Es ético no denunciarlo para mantenerlos lejos del poder? Tal vez nos hubiéramos librado de tiranos despiadados. No obstante, el interés neurobiológico reside en saber si la política enferma la mente o si venían así de fábrica.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.