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Sara echevarria
Domingo, 22 de julio 2018, 08:14
La última casa okupa es conocida como el edificio de los coches. Ha adquirido este nombre porque desde sus inicios ha sido un espacio destinado a la industria automovilística. Perteneció a unos mecánicos, pero hoy en día residen en ella cinco donostiarras sin hogar. Uno de ellos es Mikel, joven de unos 30 años, que no tiene ningún problema en enseñar dónde y cómo vive. Asegura que no le importa contar su historia porque tiene «miedo» de que derriben este barrio, ya que ello le obligaría a volver a la calle; «ahora este es mi hogar, yo vivo aquí», dice apenado. Además, está poniéndolo «todo bonito para que se vea que estamos aquí», añade.
Mientras pasea por su «duplex», como él lo llama, cuenta que lleva casi toda la vida viviendo en la calle porque desde joven ha tenido diversas adicciones, pero está rehabilitándose con la ayuda de unos trabajadores sociales.
Al ser un vecino del Antiguo de toda la vida, conocía la situación del Infierno, «estos edificios llevan muchos años abandonados», asegura, por lo que decidió instalarse en uno de ellos y ya lleva cuatro años viviendo ahí. Comenta que cuando ocuparon la vivienda, algún vecino de la zona avisó a las propietarias. Pero cuando ellas vieron que estaban limpiando toda la suciedad que había dentro les dijeron que podían quedarse hasta que derrumbaran el edificio.
Desde ese momento cada uno se hizo con una habitación y decidieron «pinchar» el cableado eléctrico. Mediante un sistema de «anzuelos caseros» y cinta de carrocero se enganchan a un poste eléctrico cercano, así consiguen tener energía suficiente para toda la vivienda. Mikel aprovecha esta energía para enchufar su portátil y algún electrodoméstico como frigorífico, cocina y la luz general.
«El agua es fácil de conseguir y más aquí que llueve muchísimo, pero la luz no, y es imprescindible», afirma.
En el segundo piso muestra la habitación que comparte con su «parienta», en la que se acumulan numerosos objetos con una capa de polvo que rodean su cama matrimonial cubierta por una cómoda granate. «Todo lo que tengo me lo han dado en el Garbigune, solo hay que tener un poco de gusto y sacarle provecho», menciona.
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