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Rabia, asco, molestia, bloqueo, sentimiento de culpa, vergüenza, indefensión, frustración, tristeza, miedo, no saber cómo parar… Son algunas de los términos con los que dos ... psicólogas definen lo que sentían los once menores cuando presuntamente se veían sometidos a los abusos de índole sexual por su monitor de surf. Las dos profesionales de la psicología que se entrevistaron con las supuestas víctimas durante la instrucción del caso que se juzga estos días en la Sección Tercera de la Audiencia de Gipuzkoa, han declarado este martes que los chavales en general se encontraban «muy afectados» cuando relataban lo que había sido su «primer contacto sexual».
En este sentido, las psicólogas han apuntado que cuando la primera experiencia o aproximación sexual se da en un contexto de abusos, es algo que «marca la iniciativa sexual» por «el estigma» que supone «y la sensación de haber sido utilizado». Una de ellas ha ido más allá y se ha referido a investigaciones psiquiátricas realizadas en la última década concluyen que «las personas que experimentan una violencia durante la infancia», ya sea maltrato o abuso sexual, suelen sufrir «alteraciones en el cerebro a nivel estructural y funcional», de manera que pueden verse afectados «en su regulación/desregulación de las emociones, su capacidad de pensamiento abstracto o sus funciones ejecutivas. En definitiva, en su capacidad de adaptación al medio y a cómo afrontar las relaciones personales».
Estas dos profesionales se repartieron las entrevistas formuladas a los once menores (algunos ya mayores de edad cuando se sentaron con ellas) con el fin de determinar sus posibles consecuencias emocionales. Coinciden en que los chicos aún se encuentran «afectados» y sufren estrés postraumático en mayor o menor grado, o sintomatología depresiva que en algún caso es «muy notable». Algún chaval recibe o va a recibir terapia psicológica. En un caso, por su disfunción sexual.
Uno a uno, las dos expertas han expuesto las principales conclusiones que obtuvieron de las entrevistas con los menores, que durante el juicio solo están siendo identificados por las iniciales de sus nombres para salvaguardar su intimidad.
En general, relataron que «al principio» se sentían a gusto con «el cariño» que les profesaba el procesado, pero luego la proximidad «iba a más» y desembocaba «en besos y abrazos» que serían el paso previo a tocamientos y otras supuestas prácticas.
La mayoría ha tratado de «negarse a sí mismo» lo vivido o «tratar de olvidarlo». Uno, incluso, creía que «nunca iba a llegar a contarlo» a nadie por vergüenza, un sentimiento muy presente en los relatos. Hay quien evita aún hoy los sitios que frecuentaba con el investigado. Pero «a veces» les vienen «los recuerdos».
Varios menores manifestaron un sentimiento de culpa al creer que podían «haber hecho cualquier otra cosa» en lugar de plegarse a los presuntos abusos. Pero, en aquel momento, fueron presa de su «agobio», «bloqueo» o «indefensión» por no saber «cómo actuar» o sentir «miedo a la reacción» del surfista, al que consideraban «un mito», o «un mito caído».
No temían «una agresión física», sino fundamentalmente ser puestos «en evidencia» delante del resto del grupo o ser excluidos del grupo, tal como aseguró al menos un menor cuando este le confesó que había iniciado una relación sentimental con una chica. «Esto supuso un gran derrumbe para este menor», que sufrió episodios de ansiedad y depresión y enfrentamientos con sus progenitores. Otro que también se sintió «en evidencia» padeció «pérdidas de sueño», «ansiedad», problemas «de atención». Uno dejó el surf tras la primera vez que supuestamente fue abordado por el procesado.
La séptima jornada de la vista oral que arrancó el lunes día 10, ha contado con la declaración de ocho peritos, tres de ellos ertzainas que analizaron el contenido de un ordenador encontrado en la vivienda del surfista, en el que había 4.280 fotografías, «la gran mayoría» de pornografía infantil. Según un agente que las visionó todas, eran imágenes de menores «muy menores», de 13, 14 o 15 años, «en actitud sexual»: «penetraciones orales, anales, masturbaciones…».
Este mismo ertzaina participó también en la toma de declaración padres y madres de los denunciantes. En su opinión, se topó con unos padres «destrozados». Muchos consideraban al procesado «no uno más de la familia, pero sí un amigo, alguien en quien confiaban para dejar a sus hijos con él». Por ello, estaban «muy impactados».
También conversó con varios menores, para quienes el acusado «era como un ídolo. Confiaban ciegamente en él y se llevaron la sorpresa de su vida».
Por último, un médico forense y dos técnicas del Instituto Nacional de Toxicología no han podido concretar si el monitor consumía sustancias en la fecha de los hechos, ya que la prueba capilar que le practicaron fue casi siete meses después de su detención y dio negativo. El test solo es válido para detectar consumo de tóxicos en los tres o cuatro meses previos.
La vista oral, que está señalada hasta el viernes, contará mañana con la comparecencia de más peritos y, en principio, si hay tiempo, con la declaración asimismo del monitor de surf.
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