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Mi abuela contaba un chiste sobre los Cuarenta de Artajona, los requetés navarros que en 1936 tomaron Donostia con un paseo hasta el centro, sin encontrar ninguna resistencia. «¿Sabes dónde tuvieron más bajas los de Artajona? En la puerta giratoria de la Diputación». También se ... contaba que los requetés montaron guardia en una oficina donde encontraron unas armas muy extrañas, hasta que llegaron los mandos a inspeccionarlas: eran máquinas de escribir. Son chistes sobre la zafiedad de los ocupantes, chistes con los que intentaban consolarse los derrotados, un humor muy triste.
Un médico de Osakidetza, profesional atento y minucioso como todos sus colegas que he conocido, me recomendó una prueba de cardiología. Pedí cita el 14 de noviembre y me la dieron para el 3 de agosto. Ocho meses y medio de espera, unos veintiséis millones de latidos: demasiado 'corasón', demasiado 'corasón'… El médico se quedó tan perplejo como yo. Y ahora qué se supone que debo hacer, ¿pagar por la prueba en alguna de esas clínicas privadas de las que salen directivos a ocupar altos cargos en la sanidad pública y que luego vuelven a ficharlos, o mejor voy marcando con tiza en la pared cada uno de mis latidos hasta que me llegue la cita con este servicio público que se va desmoronando? Quizá debería pedir ya un TAC craneal y así me asignarán la cita para cuando tenga los primeros síntomas de demencia senil. Humor triste, sí. Es que las puertas giratorias son peligrosas para la salud.
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