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Hay que sacar del Ayuntamiento al alcalde, los concejales y los funcionarios, depositarlos en oficinas de las afueras y devolver al edificio su función original: casino de la Belle Époque a orillas de La Concha. Lo dijo hace años, en un debate de la televisión ... local, un conspicuo comerciante donostiarra. Cuando las cámaras se apagaron, nos reveló a los demás contertulios otra apremiante necesidad: a esta ciudad le faltan putas. Viene mucha gente a participar en congresos y no hay manera de encontrarles putas, tienen que ir en taxi a explorar las comarcas vecinas. Al tiempo vi que este señor divulgaba un manifiesto contra la educación sexual en los colegios: «No enseñarán a mis hijos a masturbarse a los 4 años, a abortar a los 14 y a prostituirse a los 15».
Una vez hice de guía aborigen para ocho farmacéuticos a quienes una empresa había regalado un fin de semana a todo trapo en Donostia como premio por vender sus productos. Venían ya con otro guía, quien me preguntó qué lugares íbamos a visitar, qué platos eran los típicos y dónde podrían encontrar luego chavalas (sic). Seis eran tipos educados y amables, a tres se les calentó el morro con las primeras copas y había que verlos, orangutanes con permiso de fin de semana, expectorando gracietas al paso de cualquier chica que corriera en mallas por La Concha. Cuando le crucé un comentario, uno de ellos me dio una palmada en el hombro: «Boh, ya verás cuando lleves treinta años casado». Y siguieron de turismo cultural.
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