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«Ha habido un accidente, es grave. Mandad todos los efectivos». Cuando Jorge del Cid escuchó este mensaje se encontraba en la zona de salida ... de la Rallysprint de Azpeitia. Eran las 15.30 horas del sábado y hacía pocos minutos que el penúltimo coche en salir en la primera manga, un BMW E-36, había arrancado en busca de la victoria. No llegó a la meta.
Algo grave había ocurrido en el cruce de Bentaberri, cerca del caserío Erkizia, en una recta con una ligera curva a la izquierda, uno de esos lugares donde el público del rally brilla por su ausencia por su falta de espectacularidad. Hacía allí se encaminaron una ambulancia medicalizada, otras dos ambulancias básicas y un coche de rescate con material de excarcelación, todos los equipos de seguridad con los que contaba la competición.
Los primeros en llegar fueron los comisarios de la carrera, relata Jorge del Cid, miembro de la organización del rally. Lo que se encontraron fue algo parecido a un infierno en el que perdió la vida el piloto navarro Artai Santidrián. El coche, que se había estrellado contra un muro de piedra, había comenzado a arder violentamente con sus dos ocupantes en el interior. «No sé qué pudo pasar, quizás con el golpe el motor se movió y se rompió una manguera de la gasolina, por eso ardió», dice Del Cid, que reconoce que se trata tan solo de una hipótesis.
Ante todo había que intentar rescatar a los accidentados. Uno de los comisarios corrió hacia el lado del Dani Chasco, el copiloto, que se quejaba de dolor. «No podía salir por su propio pie porque tenía las piernas fracturadas», dice Del Cid. Sin perder tiempo, el rescatador «abrió la puerta y con dos pares de narices lo sacó a rastras. Le salvó la vida». Quiso volver después en busca del piloto, pero no pudo. Las llamas se habían adueñado del vehículo. «Era imposible acercarse al coche por el calor que desprendía. Se había convertido en una bola de fuego».
Por motivos de seguridad, el recorrido de la prueba estaba dividido en 24 puestos, cada uno de ellos provisto de varios extintores. «La normativa exige que haya un puesto cada dos kilómetros y nosotros tenemos uno cada 800 metros o menos. De hecho, había puestos 200 metros antes y 200 después del lugar donde se produjo el accidente», explica Del Cid.
Fue con los extintores ubicados en estas zonas con los que los comisarios intentaron sofocar las llamas, aunque no tuvieron éxito. «Usaron unos ocho extintores, pero era imposible. En cuanto dejabas de usar uno, la bola de fuego volvía a reproducirse». Con la llegada de los bomberos no mejoraron mucho las cosas. «Les costó apagarlo», recuerda Del Cid. No se pudo hacer nada por la vida del piloto; el golpe contra el muro había sido demasiado violento. «Los bomberos nos dijeron que aunque no hubiera ardido el vehículo les habría costado una hora sacar a Artai del coche porque estaba atrapado».
Un día después del accidente, los responsables de la competición continúan conmocionados. «Estamos jodidos. Organizamos carreras porque nos apasiona ese deporte. Nunca pensamos que va a pasar algo, aunque el riesgo siempre está ahí, es algo que sabemos nosotros y los que compiten», confiesa Del Cid, que desde que se produjo el siniestro trata de buscar explicaciones. «No lo puedo entender, es casi una recta. El tramo empieza en una carretera ancha de dos carriles y cuando coges el cruce de Bentaberri, por donde ellos chocaron, ya es una carretera más estrecha que no tiene línea en medio», dice el organizador de la carrera. «No sé si metió la rueda en la hierba y se le cruzó el coche, pero no tengo ni idea, son especulaciones», reconoce.
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La velocidad máxima que se alcanza en competición en ese tramo es de unos 130 kilómetros por hora. Las cabinas de los coches están reforzadas para proteger a sus ocupantes, pero no siempre lo consiguen. «Depende de dónde te salgas. Puedes dar siete vueltas de campana y no pasa nada, pero los golpes secos son los más complicados para el cuerpo humano». A más de cien por hora, una brusca desaceleración puede traer consigo graves consecuencias. «Al final todo tiene un límite», afirma Del Cid.
Dani Chasco, el copiloto, fue operado el mismo sábado de las fracturas que sufrió en el accidente. Es natural de la localidad navarra de Viana, municipio donde también residía su compañero. Santidrián, casado y con dos hijos de corta edad, tenía 39 años. En la actualidad regentaba un taller mecánico junto a un socio. El piloto fallecido llevaba poco tiempo participando en competiciones, en torno a dos años.
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