![«Vi que no reaccionaba y salí corriendo del cine a por el desfibrilador que había visto en el polideportivo»](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/201911/04/media/cortadas/RUBEN-kp0G-U90590021171drG-624x385@Diario%20Vasco.jpg)
![«Vi que no reaccionaba y salí corriendo del cine a por el desfibrilador que había visto en el polideportivo»](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/201911/04/media/cortadas/RUBEN-kp0G-U90590021171drG-624x385@Diario%20Vasco.jpg)
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Cuando el sábado Rubén Nozal entró en el cine Trueba ni se imaginaba que uno de los protagonistas no estaría en la gran pantalla, sino que sería él quien, con la ayuda de dos médicos, sin efectos especiales ni guion, completaría la hazaña que ... supone salvarle la vida a una persona. Hoy, cuatro días después de este suceso que conmocionó a los espectadores de la sala donde ocurrió, este ertzaina rememora esos momentos de tensión en los que el donostiarra que responde a las iniciales F.I., de 56 años, se debatió entre la vida y la muerte. Durante esos minutos Nozal, ertzaina de la Unidad de Tráfico, tiró de templanza y puso en práctica sus conocimientos colaborando con tres médicos, con los que este periódico no ha podido contactar, para que F.I. siguiera respirando.
Eran las siete y media de la tarde en un San Sebastián frío y lluvioso, propio de noviembre. Apenas quedaban unos minutos para que terminara la proyección de la película coreana 'Parásite' en el cine Trueba, cuando se empezaron a escuchar en la sala unos ronquidos provenientes de la fila precedente a la que ocupaba este ertzaina fuera de servicio. «Al principio varios espectadores comenzaron a reírse al pensar que se habría quedado dormido», recuerda. Pero a este ertzaina algo le llamó la atención. «Me di cuenta de que las respiraciones eran cada vez más agónicas y me acerqué a ver si el señor estaba bien, porque parecían los síntomas previos a un posible paro cardiorrespiratorio. No fui el único que se preocupó, alguna persona más también se acercó a ver qué ocurría», relata. Su intuición acertó de pleno, F. I. estaba sufriendo un infarto. El reloj corría en contra, pasaban los segundos y el espectador no mejoraba.
El ertzaina, con la ayuda de otras dos personas, tumbó al varón boca arriba entre las dos filas de asientos y le dio leves golpes en el rostro para ver si respondía. Mientras, otro espectador preguntaba en voz alta si había algún médico en la sala. Tres personas se acercaron al lugar donde permanecía tumbado el afectado, mientras otros espectadores llamaban a los servicios de emergencia. Por fortuna, con la cinta todavía proyectándose en la sala, dos mujeres y un hombre, que se identificaron como médicos, comenzaron con el masaje cardíaco. Tuvieron que pasar unos minutos para que se encendieran las luces del cine.
Por la formación que había recibido en Arkaute y los cursos de primeros auxilios y rescate a los que había acudido, el ertzaina sabía que en situaciones como las que estaba viviendo lo mejor, aparte del masaje, era «conseguir un desfibrilador externo semiautomático». Estos aparatos, que están normalmente instalados en grandes establecimientos públicos y comerciales, aeropuertos, estaciones de autobuses y trenes, instalaciones deportivas y centros educativos, entre otros, son fundamentales para responder ante los problemas cardíacos más comunes. Pero en el Trueba no había ninguno.
Sin perder el tiempo, dejó a los médicos hacer su labor y decidió ir en busca de un desfibrilador. «Comprobé que no había ninguno cerca y salí corriendo hasta el polideportivo municipal de Zuhaizti», que se encuentra a unos 300 metros. Como vecino del barrio de Egia conoce bien la zona y «sabía que allí encontraría uno». Se apresuró en llegar, entró en Zuhaizti, se identificó como policía y solicitó el dispositivo. En escasos minutos se encontraba de vuelta en el Trueba. Le dio el desfibrilador a uno de los médicos, que lo puso en funcionamiento y siguió las indicaciones de la máquina que, aunque no fuese el caso, podría haber sido utilizada por una persona ajena a la profesión sanitaria. «A los pocos segundos de utilizar el desfibrilador el señor volvió a respirar y el médico colocó a la persona atendida en posición lateral de seguridad para seguir observando su evolución», cuenta.
Mientras en la sala los médicos seguían pendientes de la evolución del afectado, fuera, en la calle, se personaban varios efectivos sanitarios en una ambulancia, además de una patrulla de la Ertzaintza. Tuvieron que pasar unos minutos más para que llegara una segunda unidad sanitaria, esta vez medicalizada, que pudiera atender a F.I.. Finalmente, la víctima fue trasladada al Hospital Universitario Donosti, donde permanece ingresado recuperándose.
Desgraciadamente, no todas las historias tienen un final feliz porque no siempre hay un desfibrilador cerca.
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1.920 desfibriladores Euskadi cuenta ya con 1.920 desfibriladores extrenos semiautomáticos instalados en espacios públicos y fuera del ámbito sanitario. Así, según los últimos datos facilitados por el Departamento vasco de Salud en octubre de 2019, en Gipuzkoa había 582, en Álava 305 y en Bizkaia, 1.033. Estas máquinas, también conocidas como DESA, están compuestas por unidades pequeñas y son fácilmente manejables.
Aunque en los últimos años se ha avanzado en la compra de equipos, la mayoría de las salas de Gipuzkoa carecen de la etiqueta de espacio cardioprotegido. En Euskadi la instalación de desfibriladores en las salas no es obligatoria en aforos inferiores a 700 personas, aunque sí resulta recomendable. En San Sebastián, solo el cine Príncipe cuenta con un desfibrilador, según datos de SADE.
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