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La ruta del bakalao vuelve a estar de moda. Una serie de televisión ha resucitado aquel fenómeno musical que nació en la costa valenciana y que también causó furor en Gipuzkoa, en una procesión de fiesta y desenfreno con siete locales principales repartidos en el territorio, hoy todos cerrados. Protagonistas de aquellas noches sin fin viajan al pasado para rememorar sesiones electrónicas, ligadas a una estética muy particular –desde la ropa a los coches tuneados– y donde la droga, y también los accidentes de coche, fueron los mayores enemigos.
¿Cómo fue aquella 'movida guipuzcoana' que cumple ahora 30 años? ¿Qué música sonaba en aquellas salas de fiestas? ¿Y por qué se apagó aquel ritual? Todas las historias de ascenso y caída tienen su componente maldito. También esta, asociada a un modo de vida que acabó ligado al desenfreno y al consumo de todo tipo de drogas. Porque el éxtasis, el 'speed' y la cocaína circulaban en la pista de baile tanto o más que el alcohol y el tabaco, inhibiendo el sueño y alargando la fiesta con consecuencias para algunos dramáticas. La fiesta podía empezar un viernes por la noche en Donostia y acabar el domingo en Navarra después de haber visitado tres o cuatro locales.
Sin eludir aquel reverso, varios de los pioneros que ha reunido DV, desde djs a gogós pasando por promotores de fiestas y relaciones públicas, sin negar lo anterior, reivindican lo mejor del fenómeno musical y social, y sobre todo la electrónica. Porque la música era la verdadera religión de los 'ruteros'.
7 discotecas
La ruta del bakalao en Gipuzkoa comenzó en el Jazzberri en julio de 1993 y de ahí se extendió al resto del territorio.
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Las pocas discotecas que quedan en pie conocieron mejores épocas. Tapiadas, envejecidas, rodeadas de maleza... Aquellos templos que vivieron sus mejores noches desde los noventa hasta la primera mitad de la década del siglo XXI hoy son tumbas de su faraónica juventud. Solo se ven las cenizas. Pero su historia merece ser rescatada.
La música
La dj donostiarra Idoia Lacalle es memoria viva de aquella escena nocturna que comenzó a fraguarse en pubs de San Sebastián como el Txuribeltz y el Hysteria. «Y hubo una fiesta en La Rotonda que fue como el pistoletazo de salida a ese movimiento», rememora.
Su figura está inevitablemente asociada a discotecas tan famosas como el Jazzberri y el KU, donde fue residente entre otros junto a Fran, Julen, Juan Carlos o Patxi. Fue a mediados de los noventa cuando la ruta del bakalao en Gipuzkoa comienza a coger forma, aunque todos los que intervienen en esta historia prefieren el término música electrónica: «En el Jazzberri se comenzó con sesiones matinales, pero duró poco. Porque no se permitía abrir los afters. Luego se pasó a abrir hasta las cinco de la mañana. Así que la gente se movía por Gipuzkoa y algunos acababan al día siguiente en Lakuntza, en la sala Matraka, o en Vitoria, en el Pravda».
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Los estilos que más sonaron
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Los estilos que más sonaron
En los momentos de esplendor, en el Jazzberri, discoteca de Arrona, barrio de Zestoa, se juntaban «2.000 personas. El ambiente era impresionante y las ganas de bailar estaban por encima de todo. ¿Peligroso andar en coche? En KU sí, sobre todo en aquellas bajadas en moto por aquella carretera con tantas curvas...». Pero ella se queda con lo bueno. Y hace un homenaje a una clientela que venía en masa del otro lado de la muga: «Eran los mayores fans. Venían de Hendaia, Baiona, Biarritz, San Juan de Luz y ¡hasta de Burdeos!». Lo que no le gusta es asociar aquel movimiento única y exclusivamente al consumo de estupefacientes, a las noches sin dormir y a las mandíbulas desencajadas. No le quita hierro, pero afirma que el consumo existía también en otros espacios.
A la vera de Idoia, sacando vinilos de la maleta, ha pinchado muchos años Julen Etxazarreta (San Sebastián, 1967). En julio de 1993 llegó la primera sesión por la mañana en el Jazzberri, «a la que no pensábamos que viniera tanta gente... Al siguiente fin de semana repetimos y vino la Ertzaintza porque se montó una buena...». De sus viajes a Valencia volvían con aquellos sonidos que abrían nuevos horizontes. Del techno industrial se pasó a un trance que provocaba nuevas sensaciones: «Las melodías, la velocidad, era una música que te llegaba», dice. De la que te agarra y no te suelta.
Once años pinchando en Jazzberri y KU dan para muchos recuerdos. Una época marcada por los carteles, las pegatinas, las cintas de casette, las cuñas en 40 Principales...
¿Por qué acabó? «Fue una mezcla de varias cosas. Los controles de alcoholemia, el cambio generacional, la llegada de la música latina... Todo influyó. ¿Era una ruta peligrosa? En los carteles poníamos mensajes de 'no te dejes la vida cuando vayas de movida'. Pero hubo gente que se quedó». «Si te pillaban consumiendo –droga– en el baño te echaban del local», recuerda uno de los asiduos a aquellas fiestas. De hecho, las campañas antidroga y contra el consumo del alcohol al volante de mayor impacto nacieron en aquella época. Y a medida que fueron intensificándose los controles –al principio solo eran de alcoholemia y no de drogas ilegales–, también fue decayendo el movimiento hasta que desapareció estrenados ya los años 2000.
En aquellas salas había relaciones públicas. Como Patxi Márquez (San Sebastián, 1976), que trabajó en Jazzberri y KU, donde fue además residente: «El Jazzberri fue el primer local que apostó por este tipo de música. Y fue rompedor. La gente trabajaba de lunes a viernes, pero el fin de semana lo daba todo. Había más poder adquisitivo y más posibilidades de enrollarte con el de al lado que de pegarte...». Márquez destaca el sonido tan especial del Jazzberri, «de frontón, con rebote. Los graves sonaban muy especiales». Tampoco olvida aquella hamburguesería situada en el piso de arriba, lugar de tantas y tantas anécdotas...
Otra sala mítica era el Txitxarro, en el alto de Itziar. Allí estuvo trabajando Eneko Alberro (Zizurkil, 1977) con djs como Imanol Txill Out, Manu 16v y Danger. Eneko era un relaciones públicas que se ganaba a los clientes con las herramientas de hace 25 años. «Teníamos bares a los que enviábamos invitaciones, hacíamos carteles anunciando los festivales... Todo se hacía a mano», describe. Aquellas fiestas memorables eran intensas y largas. Porque la discoteca abría desde el viernes hasta el domingo por la tarde. «Los sábados iba la chavalería y los domingos, mucha gente de la hostelería».
En Donostialdea y en el Bidasoa, hubo otro santuario de la música electrónica que causó furor, sobre todo en los años más cercanos al cambio del siglo XX al XXI: el Itzela. Antes conocida como Erne, y hermanada con el Txitxarro –eran del mismo dueño–, sus djs más conocidos fueron los hermanos Thomas Totton y Jesus Varela, de Pontevedra. Totton describe sus sesiones como «eclécticas, porque poníamos house, pizzicato, progresivo, dance... Era una sala mágica, grande y con buen ambiente».
El nombre de este local llegó a tener tanta repercusión que protagonizó un anuncio «en la ETB en Navidades. Un CD recopilatorio se promocionó en 'Crónicas Marcianas', que arrasaba en las audiencias nocturnas. Y otro año recuerdo que trajimos coches de Valencia y hasta regalamos uno en un sorteo». Otros tiempos.
Hubo una sesión del Itzela, denominada Colors, de 2001, «que se gastó de tanto ponerla en el coche», recuerda entre risas. La sala vivió sus mejores noches de 1997 a 2005, más o menos, y luego llegó un declive –pasó a llamarse Decibelia– hasta su cierre. Totton lamenta que ya no existan locales que pongan este tipo de música.
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Durante una época, concentrada en los sábados por la tarde, Elgoibar fue el epicentro de la fiesta en Gipuzkoa. Lo cuenta Manu 16v (Zumaia, 1970), dj de salas como el Txitxarro o el Guass –más tarde llamado Azkena–, otra discoteca relevante. «La chavalería llegaba en tren o autobús y se iba a la calle San Francisco. El lugar se puso de moda y el ambiente era impresionante. Luego cruzaban al otro lado del río y se iban a la discoteca».
Este zumaiarra, que empezó a pinchar esta música en el Erne, guarda muy buenos recuerdos de aquella época y se acuerda especialmente de Ima Txill Out y de Manu Rural, dos compañeros de viaje «excepcionales, tanto a nivel musical como personal». Ambos fallecieron hace algunos años, pero muchos se acuerdan de ellos.
Cerca de Elgoibar, en la playa de Saturraran, entre Mutriku y Ondarroa, se hallaba Venecia, otro local de relumbrón, por donde décadas atrás pasó hasta Julio Iglesias. Raúl Díez (Sestao, 1978) fue el dj en el 'boom' del estilo trance progresivo e hizo célebre el grito de guerra 'hori, hori', que usaba para arengar a las masas.
«Viene de la película 'Mafia. ¡Estafa como puedas!' En una escena se escuchaba de fondo 'ahí, ahí' y me lo quedé. La verdad es que se hizo viral cuando no existía el término y lo he llegado a escuchar en lugares inimaginables», cuenta desde el otro lado del teléfono.
Con experiencia en salas como el Anaconda (Barakaldo) o el Garden (Bilbao), dj Nen, como se le conoce, insiste en el mensaje de sus compañeros de época: «La fiesta se vivía de otra manera; todo era más divertido antes. El público era muy entregado, se bailaba mucho y los 'disc jockeys' que venían de fuera querían volver siempre al norte».
Entre otros lugares, a la Venecia, la 'Vene', aquella discoteca ubicada en un lugar paradisiaco y con sabor añejo. «Lo que ahora se ve como un problema por tener que usar el coche para llegar hasta allí, entonces era increíble. Los amaneceres, la salida a la playa, el suelo de sintasol... Era una sala especial», cuenta con nostalgia.
Muchos otros se acuerdan también de las sesiones de los sábados por la tarde en la Jennifer de Irun, pioneras, donde estaba a los mandos Borja Campos (Irun, 1976). Este local también causó furor y atrajo a numerosos clientes locales y franceses, con colas que daban la vuelta a la manzana. De hecho, Campos destaca que hubo unos años en los que prácticamente «cada salida de la autopista tenía su propia discoteca, incluso diferenciada por estilo musical».
En la Jennifer comenzaron con la música makina y luego evolucionaron al bumping progresivo, un sonido característico, como «de muelle». Cuando se le pregunta por aquellos tiempos, responde con orgullo que por Euskadi pasaron «los mejores djs de la época como Paul van Dyk, Carl Cox, Dj Tiesto...».
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Campos, que más tarde pinchó en el Sound y en el Itzela, remarca también el ambiente que se vivía en aquellos fines de semana, comparable al de Madrid, Barcelona y Valencia. Y lo sentencia con una de esas frases que, en este caso, parece inventada para esto: «Que nos quiten lo bailado».
Hay algunas aficionadas a aquella música que han protagonizado una transición de público a dj, como Paula Cazenave (San Sebastián, 1977). Por aquella época frecuentaba los locales; ahora hace bailar a los fans (es una de las reinas del techno y vive en Barcelona). Pero lo primero es lo primero. Y nos lleva a comienzos de la década de los 90, cuando le atrajeron estilos como el acid house, techno, trance, eurodance, y bandas conocidas como Technotronic, Snap, The KLF... «Mis primeros recuerdos son esos y las sesiones de tarde a las que acudía con 14 años a La Rotonda, La Perla y el Bataplán. Más tarde empecé a ir al Keops, Play, KU, Jazzberri, Jam...», relata.
Poco a poco, casi sin querer, ya era una rutera más. Y cogía un tren y se va a la Jennifer de Irun. O al Erne, más tarde conocido como Itzela. Cazenave habla con el alma para explicar lo que sentía con la música. Porque era eso: sentimiento. «El dj no era lo más importante. Lo más importante era bailar. Para mí lo más importante es contar cómo vivíamos la música. En realidad, era una forma de vida. Yo me ponía esos temas para estudiar. ¡Hasta para dormir!».
Otro aspecto muy reconocible de la ruta del bakalao eran las gogós. Alba Vidal y Mónica Vega lo fueron durante muchos años en KU o Jazzberri, además de trabajar detrás de la barra o en el ropero. A ambas se les iluminan los ojos al recordar aquellos tiempos: «Fueron los mejores de nuestra vida. Es oír la música y me entran unas ganas de bailar... Ahora solo se perrea». Alba agrega que «había muy buen rollo». Las amistades que se forjaron entonces se mantienen. ¿Qué ha cambiado? «El ambiente de noche no está, es inexistente», coinciden al unísono. Donde estaba el KU ahora hay un hotel. Ya no resplandece en el cielo «el ovni, aquellas luces que iluminaban las alturas» y que eran una señal para saber que la discoteca estaba abierta. Ni tampoco hay rastro del megatrón, el gas denso y a presión que refrescaba el ambiente.
La estética
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¿Y qué me dicen de la estética? «Yo iba a comprar la ropa a la tienda Oddity y llevaba el pelo rizado con plataformas grandes, pantalones campana, cazadora pequeña, cinturón de cadenas... Otro detalle importante es que llevábamos colores llamativos. Se puede decir que era una moda un poco estrambótica», cuenta Cazenave.
Tantas noches saliendo de fiesta, de un lugar para otro, dan para cientos de anécdotas. Algunas divertidas, otras arriesgadas. No tiene reparos en confesar que «no teníamos conciencia del peligro y nos jugábamos la vida en el coche». Pero en su memoria no sólo hay latigazos a la conciencia, también espacio para el humor con aquella noche en la que la carretera de bajada de KU a Donostia registró un desprendimiento y el autobús no pudo realizar el retorno a la capital. Tuvo que dejar a los jóvenes en el parque de atracciones «y bajamos a oscuras por un lateral del funicular, por unas diminutas escaleras en las que nos iluminábamos con mecheros. No había móviles en aquella época...». De aquello han pasado muchos años. En 1996 empezó a pinchar y, 26 años más tarde, revienta las pistas con la música techno.
Los coches
Siguiendo con aquella estética tan particular, es inevitable analizar también cómo evolucionó el mundo de los coches. En el parking de cada discoteca comenzaban muchas fiestas y aquello sufrió una transformación radical desde los primeros años de los noventa, con utilitarios de lo más normales como los Ford Fiesta o los Peugeot 205 aparcados en las cunetas, hasta el cambio de siglo.
Este es el aspecto que presentaba el parking de la discoteca Jazzberri a mediados de los 90
Los utilitarios más comunes entonces, como el Ford Fiesta o el Peugeot 205, ocupaban los parkings de las discotecas.
Peugeot 205
Ford Fiesta
Con el cambio de siglo llegaron vehículos más ‘tuneados
Alerones
Doble tubo de escape
Llantas de tuning
Este es el aspecto que presentaba el parking de la discoteca Jazzberri a mediados de los 90
Ford Fiesta
Peugeot 205
Con el cambio de siglo llegaron vehículos más ‘tuneados
Alerones
Llantas de tuning
Doble tubo de escape
Este es el aspecto que presentaba el parking de la discoteca Jazzberri a mediados de los 90
Ford Fiesta
Peugeot 205
Con el cambio de siglo llegaron vehículos más ‘tuneados
Alerones
Llantas de tuning
Doble tubo de escape
Este es el aspecto que presentaba el parking de la discoteca Jazzberri a mediados de los 90
Los utilitarios más comunes entonces, como el Ford Fiesta o el Peugeot 205, ocupaban los parkings de las discotecas.
Ford Fiesta
Peugeot 205
Con el cambio de siglo llegaron vehículos más ‘tuneados
Alerones
Doble tubo de escape
Llantas de tuning
Con el paso de los años llegaron vehículos más 'tuneados', con alerones instalados, ruedas y llantas modificadas, colores llamativos (¿se acuerdan de los Seat León amarillos?) y maleteros preparados para acoger equipos de sonido. Así, el parking se convirtió en una nueva tarima de baile.
Volviendo a la música, que era el verdadero sentimiento del movimiento, ¿dónde se juntaban los djs para conocer nuevos temas? En una tienda que se llamaba Intermusic, regentada por Imanol Salvador (San Sebastián, 1975). Un imán para los aficionados de la música electrónica: «La tienda estuvo abierta 17 años y vendía vinilos para dj, algo que no existía. Llegué hasta ese punto después de convencer a mi madre de que quería dedicarme a la música. 'Se responsable', me dijo. Y hasta hoy».
En todo este camino ha sido residente en varias de las discotecas más célebres de la ruta guipuzcoana. Allí ponía una música que le volvía loco, que le sigue volviendo loco: «Siento orgullo porque fuimos afortunados de vivir la mejor época de la música electrónica. A mí me proporcionaba felicidad y me gustaba contar una historia en cada sesión, con su inicio, su desarrollo y su final. Con mezclas largas y suaves. Con un estilo fluido. El arte de pinchar vale oro». Por aquel entonces, por una sesión de unas dos horas un dj reconocido podía cobrar 25.000 pesetas (150 euros) y si eras residente, 100.000 pesetas al mes.
Ahora que se cumplen 30 años de aquel fenómeno musical y social, e inspirado por la serie que ha resucitado el movimiento, los protagonistas de aquella época están pensando ya en una gran fiesta 'remember' en 2023 que vuelva a hacer sonar aquellas sesiones de la 'ruta'. ¿Se lo imaginan? Con Julen, Idoia y compañía pinchando en la cabina. Como antes. Pero evitando los peligros y solo con lo bueno de las mejores noches.
Texto: Mikel Madinabeitia.
Narrativa visual: Izania Ollo y Beatriz Campuzano.
Fotografías: Borja Luna, Iñigo Arizmendi e Iker Rodríguez.
Vídeo: Dani Soriazu.
Desarrollo web: Iñigo Galparsoro y Gorka Sánchez.
Redes sociales: Ainhoa Iglesias.
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Así fue la ruta del bakalao en Gipuzkoa
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