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Martin Ruiz Egaña
Domingo, 20 de octubre 2024
A estas alturas del año, la alternancia entre lluvias y altas temperaturas templan la tierra creando un entorno idóneo para los hongos. Nuestros bosques se ... convierten en ocasiones en una auténtica mina para gozo de los amantes de la micología. Aunque a veces el cesto vuelva medio vacío a casa, el disfrute es casi el mismo. «Salir a por setas, más allá de recogerlas, significa conectarte con la naturaleza», cuenta el experto Unai Fernandes a un grupo de 24 niños y niñas. Estamos en Artikutza, rodeados de robles, en una preciosa mañana de domingo que a buen seguro muchos expertos dedicarán a la búsqueda de hongos. Pero también hay principiantes, como estos menores de 10 años que participan en una excursión que organiza el departamento de micología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi.
Es su primera experiencia con la recolecta de hongos. El micólogo de Aranzadi Unai Fernandes ha llamado su atención antes de adentrarse en los terrenos de Artikutza. «Quiero pediros que respetéis los hongos y los tratéis con cuidado porque cada vez es más complicado ver especies diferentes». Una vez lanzada la advertencia, el grupo emprende el camino encabezado por su guía.
Unai decide poner a prueba los conocimientos de sus primerizos excursionistas. «¿Alguien sabe qué son los hongos?». Recibe una multitud de respuestas, pero ninguna en concreto. «¡Plantas!», exclama uno de estos pequeños recolectores de hongos. Unai, entre risas, explica que son «seres vivos» y que «la mayor parte de su estructura se esconde bajo tierra, una enorme red que se expande». Recibida la primera lección, los jóvenes comienzan su búsqueda.
Todos ellos se afanan en buscar nuevas especies. «¡Aquí hay una seta nueva! ¡Allí otra!», gritan. El micólogo anda de un lado para otro revisando los hallazgos de estos nuevos buscadores. «Esto es un pedo de lobo, una seta que crece hasta que la lluvia lo explota y desprende un fuerte olor». Ante el aroma del 'Lycoperdon perlatum', los niños preguntan: «¿Es venenoso?». El guía niega rotundamente y los tranquiliza. «Hay muy pocos venenosos, unos diez solamente».
Siguen su camino entre los árboles de Artikutza, y encuentran otra especie incrustada en uno de ellos. «Esta especie vive dentro de los árboles, los descomponen para alimentarse y cuando el tronco es muy viejo lo matan», detalla el micólogo.
La siguiente especie que encuentran es una muy conocida, la ziza hori. Su inconfundible color amarillo no deja lugar a dudas. «Esta es comestible, pero como todavía es muy pequeña la vamos a dejar aquí para que crezca», propone Unai. «Algunos hongos se alimentan de plantas y árboles. Otros de insectos y personas, los llamados parásitos», sigue explicando el micólogo.
Entre una parada y otra, Unai aprovecha para ofrecernos alguna explicación adicional. «En los últimos años hemos notado que hay menos cantidad de hongos. Hay que limitar la recolección. Aquí son 5 kilos, pero es muy difícil de controlar», indica el guía. «Estos últimos años se ven menos especies. No sabemos la razón, pero creemos que el cambio climático puede tener influencia. Compañeros míos con más experiencia solían localizar 200 especies en una mañana. Ahora, entre cuatro buscadores puedes encontrar como mucho 80».
En este sentido, la Sociedad de Ciencias Aranzadi busca la protección de algunas especies. «Estamos trabajando para conseguir leyes que protejan las especies más vulnerables, pero las setas no están catalogadas como especies en riesgo, como algunas plantas y animales, así que es más difícil conseguir medidas para protegerlas», lamenta Unai.
A pesar de que lo habitual sea recoger hongos, esta salida tiene una función más didáctica, según ha explicado el guía de la excursión. «Los niños tienen que aprender desde bien temprano lo que significa la naturaleza. Más allá de buscar hongos, tienen que aprender a convivir y respetar la naturaleza».
«La micología es todo un mundo». Detrás de la simpleza que puede contener un hongo se esconde todo un universo que muchos desconocen. «Un hongo que sale de un árbol está conectado a muchos otros», afirma Unai Fernandes, del departamento de micología de Ciencias Aranzadi. «En algunos casos, se ha descubierto que la red bajo tierra de los hongos conecta unos árboles con sus hijos». El mundo de la micología está repleto de secretos como este que revelan al hongo como «un ser vivo».
Los hongos tienen un «sentido de la supervivencia propio», indica Unai. «Algunos son dependientes de plantas, otros de árboles o incluso de insectos y personas. Se alimentan de estos elementos y, si no, desaparecen». Fernandes menciona un caso especial para mostrar la conducta de los hongos. «Una vez, en un gran incendio que arrasó con varios bosques, se descubrió que los hongos del lugar cambiaron de comportamiento en función del avance del fuego. Se comprobó que tras el incendio, los hongos que se encontraban en la zona quemada volvieron a salir tras los límites del fuego», cuenta Unai. «Este comportamiento muestra que los hongos percibieron la presencia del fuego y se trasladaron a otra zona porque ya no podían alimentarse de la vegetación».
Estos descubrimientos revelan «un patrón definido» en la conducta de los hongos. «Sabemos más que hace siglos, pero todavía nos queda mucho que aprender sobre micología».
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