Sin techo en la desescalada

Pocos usuarios de los servicios de atención a las personas sin hogar aprovechan las franjas horarias establecidas en la fase 1 de la desescalada para salir a la calle

Beatriz Campuzano

San Sebastián

Viernes, 15 de mayo 2020, 17:51

Ya no toca debajo del pasadizo de las vías del tren que separan el Paseo de Francia y la plaza Teresa de Calcuta. Tampoco está el hombre de siempre a las puertas del supermercado de la calle San Francisco vendiendo estampitas. También se han evaporado ... los grupos que se reúnen en Tabakalera o los que se sientan a compartir trago o conversación en los bancos de Alderdi Eder, del Boulevard o a la entrada de cualquier iglesia. Con la llegada del confinamiento hace ya más de sesenta días las calles de San Sebastián se quedaron vacías. No había peatones por las aceras, apenas circulaban coches y motos y en los cajeros de los bancos y en los soportales se dejaron de ver también colchones y personas pidiendo limosna.

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La estampa a día de hoy sigue siendo similar a la del primer día del estado de alarma. No hay personas sin hogar sobreviviendo en las calles e intentando ganarse la vida pidiendo dinero a quienes pasan por delante. No se ven carteles en los que cada uno explica su circunstancia, no se ven en los lugares habituales los cartones y las mantas. No se ven porque la mayoría se encuentra en albergues sociales o centros como el frontón Atano III que el Ayuntamiento de San Sebastián ha habilitado para darles cobijo y protegerles del virus.

El Covid-19 sacó temporalmente de las calles a cientos de personas que todavía permanecen en el mismo lugar. Como todos los ciudadanos, durante el confinamiento severo, están sometidos a las mismas restricciones de movilidad y solo han salido para hacer recados o ir al médico. Pero ahora que la situación ha cambiado y que paulatinamente las normas empiezan a ser más laxas las personas que fueron ubicadas en el Atano III, la Sirena o Uba también pueden disfrutar del aire libre y estirar las piernas. Son centros abiertos en los que cada uno puede salir a hacer deporte en las franjas horarias establecidas o cualquier tipo de recado a la hora que sea. Sin limitación.

En una situación similar se encuentran los alojamientos de Cáritas en San Sebastián. A las nueve de la mañana en el Aterpe ubicado en la calle Sagrada Familia, en el barrio de Amara, apenas hay movimiento. Las puertas permanecen cerradas y solo se abren cuando James, de Sierra Leona, intenta contactar con alguien del interior. Se abre la puerta y le atienden. Este sierraleonés que ya lleva unos treinta años en España busca un papel que necesita su médico. Tras escucharle un miembro de la organización cierra la puerta y James espera fuera. De su bolsillo saca una armónica.

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-¿Le gusta tocar?

-Sí, a veces. Me gusta la música.

James habla castellano sin problema. «Son muchos años aquí», se justifica. Ha pasado por muchos oficios, entre ellos el de astillero en Bizkaia, pero tras varios problemas de salud no puede continuar ejerciendo. «Me he puesto enfermo y más enfermo y ya no tengo trabajo ni casa. Ahora estoy en el albergue municipal de Intxaurrondo, que es de donde vengo», cuenta mientras espera el papel que ha ido a buscar a Cáritas. Allí ha pasado el confinamiento. «La convivencia es complicada, pero hay que aprender», constata.

Lleva una mascarilla, un gorro negro y los cordones del zapato derecho desatados. Espera tranquilo una respuesta pero no pierde de vista su bicicleta que ha dejado apoyada bajo las escaleras. «Necesito el papel para el médico. Necesito irme, quiero pedir el retorno voluntario a mi país. Aquí no tengo trabajo y las ayudas no llegan. Es mejor que vuelva y me busque allí un empleo en el campo», explica.

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El documento que ha ido a buscar ya lo tiene su sanitario. Con esa respuesta baja las escaleras y se detiene. «Llevo tiempo pensando y creo que lo mejor es que me vuelva a Sierra Leona. Allí no me espera nadie, pero es mi país».

-Que tenga suerte

-La suerte hay que buscarla

Desde que comenzó la crisis sanitaria, los centros de Cáritas se adptaron a la situación y pasaron de ser o diurnos y nocturnos a ofrecer un servicio ininterrumpido. «En los dos centros hay un grupo determinado de personas y se les atiende durante todo el día. Es verdad que ha habido personas que se han ido a otros recursos como el de Orio o el de Juan Sebastián Elcano», dice el coordinador en Gipuzkoa, Iñigo Martínez.

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En los centros no tienen un horario concreto y cerrado. Al revés, pueden hacen vida como cualquier otro ciudadano. «Ellos eligen cuándo salir y normalmente lo hacen por la mañana», puntualiza. Eso sí, a la vuelta pasan un control para minizar riesgos y evitar posibles contagios. «Se les toma la temperatura al entrar y tienen que desinfectarse la suela de los zapatos y las manos», destaca.

«Al volver de la calle se les toma la temperatura y tienen que desinfectarse la suela de los zapatos y las manos»

Iñigo martínez, coordinador de cáritas Gipuzkoa

Mientras que hay quien ansia poder pasear, otros sin embargo, prefieren quedarse a cubierto. «Hay jóvenes extranjeros del centro de Amara que no han querido salir a la calle. Piensa que es gente que se pasa el día en la calle y ahora, por fin, tienen un sitio fijo. No les apetece volver a pisar la calle aunque sea para dar un paseo», cuenta Martínez al otro lado del teléfono.

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Si convivir con cualquier familiar durante tantos días seguidos en un espacio cerrado ya es complicado de por sí, hacerlo entre personas de este colectivo que no están acostumbradas a permanecer en un lugar concreto puede ser más difícil. Lo cierto es que no ha sido así: «no ha habido ningún conflicto significativo entre ellos. Sí, que hemos tenido momentos puntuales de tensión, pero han sido cosas menores. En ningún momento hemos requerido la presencia de los agentes. Nos ha sorprendido porque en un principio pensábamos que podría surgir algún que otro problema ya que un porcentaje elevado de ellos está acostumbrado a las dinámicas de la calle y no sabe estar quieto, pero no todos se han comportado y respetado», se congratula el coordinador de Cáritas.

«No ha habido ningún conflicto significativo , pero sí momentos puntuales de tensión»

Iñigo martínez, coordinador de cáritas Gipuzkoa

Las personas que se encuentran en los centros no son desconocidos entre ellos. Aunque en su rutina precoronavirus cada uno tenía su espacio en la calle la mayoría ya sabe quién es quién. Se han encontrado en los recursos de Cáritas y allí les han explicado las normas de convivencia. «Hemos hecho una labor de concienciación, miniasambleas y hemos trabajado con ellos y planteado cuál era la situación acual con el coronavirus. Por parte de todo el mundo ha habido mucha empatia y la dinámica ha sido constructiva. Han visto que estábamos ahí apoyándoles», prosigue. De abarcar horarios concretos han pasado a ofrecer un servicio continúo y eso les ha permitido acercase más a este colectivo. «Está siendo una convivencia positiva», recalca Martínez.

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Hasta que no se levante el estado de alarma y se autorice el poder permanecer en las calles sin razón alguna todas estas personas no podrán volver a pedir limosna. La vuelta no será fácil. Tendrán que volver a adaptarse a la situación y pedir ayuda a los recursos, que tienen que ver cómo mantener el servicio y volver a la nueva normalidad. Mientras tanto no habrá música al cruzar el puente ni «buenos días, señor» al entrar al supermercado.

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