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El profesor Keitman vivía obsesionado por el sueño. En 1925 creó el laboratorio del sueño en la Universidad de Chicago y allí pasaba días sin dormir, unido mediante cables en su cabeza a aparatos que registraban lo que pasaba en su cerebro. Leyó un artículo ... cuyo autor afirmaba que podía predecir si alguien iba a caer en los brazos de Morfeo contando la frecuencia del parpadeo. Entonces, Keitman indicó a su asistente, E Aserinsky, que anotara el número de parpadeos de recién nacidos y de adultos a la vez que analizaba su estado de conciencia y su actividad cerebral con un equipo de encefalografía. En 1953, describieron un fenómeno que ocurría durante el sueño y que Aserinsky bautizó como la fase REM (Rapid Eye Movements por sus siglas en inglés): periodos de movimientos rápidos de los ojos asociados con una actividad cerebral similar a la del estado de vigilia. Setenta años después, la fase REM sigue rodeada de misterio.
Además de sus funciones fisiológicas (limpiar desechos tóxicos, reparar neuronas y tejidos, consolidar y olvidar recuerdos, enfriar el cerebro), dormir tiene otro cometido más enigmático: soñar. El sueño nocturno normal consta de 5-6 ciclos de hora y media de duración. Cada ciclo tiene 4 fases en las que el sueño es más o menos profundo. La mayoría de los sueños se producen durante la fase REM. Esta fase se inicia con la activación de un grupo de neuronas localizadas en el tronco cerebral y conectadas con las vías que llevan la fuerza a las extremidades y con la corteza occipital, lo que tiene dos consecuencias: los músculos se paralizan y la corteza occipital se estimula. La corteza occipital procesa la información visual y, por este motivo, los sueños son pictóricos y fílmicos en lugar de conceptuales y abstractos. Además, la parálisis muscular impide que el que sueña actúe acorde con lo que experimenta. Este circuito es muy específico y preciso, lo que da idea de su importancia funcional. De hecho, está conservado en personas ciegas de nacimiento. Y esto plantea la interesante cuestión de si una persona ciega sueña. Sería de esperar que no soñara porque su cerebro vive en la oscuridad. Pues bien, los sueños de un individuo ciego de nacimiento o desde muy temprana edad no contienen imaginería visual, pero sí otras experiencias sensoriales, como andar a tientas por la casa o escuchar sonidos extraños. Esto encaja con la evidencia de que la corteza visual de una persona ciega es invadida por neuronas que registran estímulos procedentes de otros sentidos, como el tacto o el oído. Su corteza occipital se activa cuando sueñan, pero se vive como algo no visual.
Hay dos regiones cerebrales que están menos activas durante el sueño que durante la vigilia: el hipocampo y la corteza prefrontal. Esto explica por qué nos resulta tan difícil recordar los sueños. No hay necesidad de conservarlos en la memoria, aunque se recuerdan mejor cuanto más cerca está el despertar. La inactividad de la corteza prefrontal libera los circuitos emocionales de las constricciones que impone la racionalidad y esta podría ser la razón de que los sueños sean tan estrambóticos, aunque mantengan cierta conexión con la realidad. Hay muchas dudas sobre la utilidad fisiológica de soñar. Para algunos expertos, potencia la creatividad, las habilidades visuomotoras o modula las emociones; para otros, soñar no tiene ninguna función. Lo que parece cierto es que su contenido no significa nada, por mucho que Freud se empeñara en interpretarlo.
El sueño de los animales también tiene fase REM. Su duración es variable: ocho horas en el ornitorrinco y cero en el delfín. Entonces, ¿los delfines no sueñan? Buena pregunta para un cuñado en la cena de Nochevieja. La duración de la fase REM disminuye con la edad: supone el 50% del tiempo de sueño en los niños, el 15% en los adultos y menos del 10% en los ancianos. Es decir, los sueños van desapareciendo con la edad, pero esto no es una metáfora de la vida porque los sueños vitales, las ilusiones, son otra cosa bien distinta. ¡Ojalá se cumplan en este Año Nuevo!
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