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Menos mal que me he dado cuenta a tiempo. Estoy entrando en bucle. Llevo tres columnas hablando del universo Preysler. Pero está vez está justificado. Lo último de Isabel es un bombazo. Se ha pillado un entrenador personal para ponerse a punto. Puedes pensar bien ... o mal. Bien, que tiene nuevo novio. Mal, que acaba de cumplir 72 castañas y le está viendo las orejas al lobo. Yo creo que hay un poco de todo. Lo que le pido al cielo es que el novio no sea su entrenador personal. Lo de enrollarte con tu asistente-chófer-guardaespaldas es muy cutre y socorrido. La reina de los azulejos no puede caer tan bajo. Pero nada es fácil ni sencillo. Las procelosas aguas del amor bajan turbulentas en un mundo desquiciado, donde nada es lo que parece y nadie dice lo que piensa.
Mira Lydia Lozano, un mito del 'Sálvame'. Le han pillado con su churri en un club de intercambio de parejas. Indignada y compungida se ha justificado «me tomé una cerveza y me fui a casa». ¿A qué estamos jugando, tío? En un país rendido al poliamor, el sexting, el fisting, el chemsex, la zoofilia y todas las gilipolleces y perversiones obscenas que se te ocurran, a quién le importa (qué diría Alaska) un inocente intercambio de parejas. Desde Roldán, el prevaricador, a Torrente, el brazo tonto de la ley, lo machista y carca era 'irse de putas'. Ahora, la coca y las putas (presuntamente, faltaría más) corren a cuenta del 'Tito Berni' y sus sobrinos. Los 'primos' somos nosotros.
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