![Guipuzcoanos a los que ‘El Gordo’ les cambió la vida](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/201712/21/media/cortadas/ppal-gorddo-kEUH-U504294057959eF-624x385@Diario%20Vasco.jpg)
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elena viñas
Viernes, 22 de diciembre 2017, 06:39
Habían visto la escena en televisión decenas de veces. Los agraciados por ‘El Gordo’ de la lotería celebrando su suerte, esa alegría infinita de la que se contagian cuantos la presencian, el descorche de botellas de champán, las caras de felicidad... «Y de repente, nos estaba pasando a nosotros eso mismo, lo que tantas veces habíamos esperado. Había televisiones y hasta radios francesas. No podía dar un paso sin que me pusieran un micrófono en la boca», relata José Ramón Oliver recordando aquel 6 de enero de 2016, cuando descubrió que guardaba en el bolsillo dos décimos del primer premio de El Niño.
Oliver regentaba en ese momento, junto a su mujer María Pilar Lavilla, el Bar Laket de Pasai Antxo, donde vendieron muchos décimos del 22.654 entre su clientela, «personas necesitadas». «El número ni siquiera era para nosotros. Lo llevaron a un bar de Errenteria, pero no les gustó porque les parecía bajo y lo devolvieron. Deben de estar aún pegándose cabezazos», comenta.
José Ramón Oliver, Pasai Antxo
Aquellos 400.000 euros que cobraban poco después -«tras pagar a Hacienda nos quedaron 320.500 euros», matiza- daban un giro de ciento ochenta grados a su existencia. «El premio nos cambió la vida totalmente», asegura María Pilar. «Para empezar, pudimos encender la calefacción para no pasar frío sin miedo a saber si podríamos pagarla», confiesa.
La familia Oliver-Lavilla no atravesaba uno de sus mejores momentos. José Ramón se había quedado en paro y aún no hacía dos años que había cogido el bar como último recurso. En él también trabajaban su esposa y su hijo Erik. «Gracias a Dios, peleando, salíamos adelante», señalan. Además, al marido de su otra hija, Raquel, le habían diagnosticado cáncer.
«El dinero del premio nos solucionó la vida. Sobre todo, nos dio tranquilidad. Vivíamos de alquiler, pero veíamos que con el tiempo, entre los dos, cobraríamos de máximo 1.200 euros de pensión, cuando ya sólo de alquiler pagábamos 700 euros. Pensar en la vejez que nos esperaba era algo que nos angustiaba. Ahora vemos las cosas de otra manera. Aunque nos quede poca pensión, sabemos que vamos a poder comer», reconocen.
400 mil euros Fue el dinero que sumaban los dos décimos premiados que Oliver compró en 2016.
30millones de pesetas Era la cantidad de la que estaba dotado ‘El Gordo’ en 1998, cuando le tocó a Etxeberria.
10 millones de pesetas Fue la cantidad con la que se vio premiado Rodríguez, poseedor de una participación de ‘El Gordo’ de 1998.
José Ramón y María Pilar pudieron comprarse, finalmente, un piso en Antxo. «El que nos gustó», indican. También cambiaron de coche, le compraron otro a su hija y adquirieron un garaje. «Y guardamos un dinerito para lo que pueda pasar, aunque no es mucho. Hemos gastado bastante, pero no en fiestas ni tampoco hemos derrochado. Ha sido dinero gastado en calidad de vida», admiten.
Sin embargo, no todo fue felicidad. Siete meses más tarde, el cáncer acababa con la vida de su yerno, Aitor, a los 37 años de edad. «Fue muy rápido», recuerda Raquel Oliver. «A raíz de su muerte, mis padres se replantearon la vida», declara, mientras José Ramón asiente ante sus palabras.
«En agosto cerré el bar por vacaciones y ya no volví a abrirlo. Si nuestra hija y su niño, que ahora tiene 3 años, nos necesitaban para cualquier cosa, estando nosotros en el bar, que era muy esclavo, no podríamos ayudarla. Lo hablamos y tomamos la decisión de que ya me buscaría yo trabajo de chófer, de lo que había trabajado antes. Por suerte, desde entonces no me ha faltado trabajo. He ido cogiendo uno tras otro hasta el que tengo ahora, de transportista. En mayo haré un año y puede que me hagan indefinido», explica. Para María Pilar, «eso también es como que te toque la lotería, una lotería de larga duración».
El matrimonio recuerda cómo la buena suerte ya les perseguía desde hace años y a punto estuvo de tocarles también ‘El Gordo’ en dos ocasiones anteriores. «Hace unos años teníamos todos los números menos el último. Nos dio mucha rabia, porque entonces sí que estábamos con el agua al cuello. Y hace diecinueve años no nos tocó de casualidad ‘El Gordo’ cuando cayó en Lasarte. Les tocó a mis cuñados», afirman.
Precisamente aquel año, el 22 de diciembre de 1998, el azar le sonrió a lasartearras como José Ignacio Etxeberria, responsable del Bar Etxebe, que ese día repartió tanta felicidad como millones de las antiguas pesetas gracias a la lotería de Navidad. Aún recuerda cómo en su mostrador se vendieron muchos décimos y 400 participaciones del 21.856, agraciado con ‘El Gordo’, que se transformaron en 10 millones de pesetas para cada uno de sus poseedores. «Entonces, era un dinero y más para la gente joven», afirma.
Etxeberria dice no acordarse de cuánto le tocó a él. «Lo que hice fue comprarme un piso más grande del que tenía, porque mi mujer y yo vivíamos en uno de cincuenta metros cuadrados, pero he seguido trabajando», advierte. Reconoce que fue «una gran alegría», porque también les tocó a sus padres, a sus hermanos, amigos y, entre los que él repartió en su bar, se vieron beneficiadas medio millar de familias.
«Muchos se metieron en un piso, porque entonces ‘El Gordo’ eran 30 millones de pesetas y un piso en construcción de ochenta y cinco o noventa metros cuadrados costaba, en Lasarte, 20 millones. Ahora sería imposible», comenta.
José Ignacio Etxeberria, Lasarte
El premio también les dio a José Ignacio y su mujer para pagarse un viaje por los países nórdicos. Poco después, el matrimonio se animó a ampliar la familia y pudieron realizar los trámites para adoptar una niña de origen chino que a punto está ya de cumplir la mayoría de edad.
«Puede decirse que aquel premio nos cambió la vida -declara-, pero la gente piensa que si te ha tocado ‘El Gordo’, puedes vivir del cuento y eso es mentira. A mi mujer le llegó a venir una persona a pedirle que le pagara la cocina nueva que iba a poner en su casa, como si tuviéramos el oro y el moro».
En el mismo momento en que Etxeberria se convertía en un millonario de los de antes, José Rodríguez descubría que acababa de ganar 10 millones de las antiguas pesetas gracias a una participación que había conservado del mismo número, el 21.856. También él trabajaba en un bar de Lasarte, el Arkaitza, donde las celebraciones aún hoy no se olvidan. «Aquel día fue maravilloso, algo portentoso», asegura sonriente.
José Rodríguez, Lasarte
José multiplicó por dos la cantidad que acababa de ganar al enterarse de que también su pareja tenía otra participación. «Dimos una entrada para un piso y para pagar el resto, pedimos una hipoteca. A partir de ahí no te queda otra que trabajar para poder pagarla», dice con resignación.
«Cuando te toca la lotería, al principio, es todo muy bonito. Luego haces planes, te hipotecas y ahí sí que te cambia la vida, más que el premio. No sabes en lo que te metes. Toca salir adelante y más, si te casas y tienes familia», manifiesta. «Al final, casi no llegas a fin de mes y eso que en su día me tocó la lotería. Si no me llega a tocar, no sé lo que haría», suspira.
Aunque José continuó trabajando como camarero en el Arkaitza, años después decidió dar el paso de regentar su propio negocio. En la actualidad, está al frente del bar del hogar de jubilados. «Pero también lo voy a dejar. Es señal de que la lotería me va a volver a tocar. Además, dicen que la suerte va de diecinueve en diecinueve años, así que este año repito. Incluso he vaticinado qué número va a salir», señala, pero se resiste a compartir su secreto. «Si este viernes me tocase, sí que lo disfrutaría, porque llevo catorce años sin vacaciones», confiesa.
A pesar de que ya se vieron agraciados por la suerte, José Ramón Oliver, José Ignacio Etxeberria y José Rodríguez siguen soñando, como cualquier otra persona, con la posibilidad de que un día como el de hoy les toque ‘El Gordo’... por segunda vez. «No juego en todo el año, pero sí compro lotería de Navidad. La tradición es, además, cambiar números con los familiares y ahora, cada vez se empieza antes, incluso en verano», admite Etxeberria. «Como me toque, me voy inmediatamente al banco que tengo enfrente y luego me daré algún capricho, porque la otra vez no pude», señala Rodríguez. Oliver tampoco renuncia a jugar. «Cuando nos tocó, estuve a punto de coger dos décimos más y aún pienso en ello», confiesa.
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