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En el Día de la Mujer Rural, Uxue Artola y Agurtzane Olabarria describen su pasión por la vida en el caserío, que junto a sus ... respectivas familias han logrado convertir también en su profesión.
Uxue Artola mamó la vida del campo en el caserío Antzizu, de Andoan. Ahí nació y vivió 20 de sus 36 años. Salió de ahí para casarse y trasladarse a Amezketa, pero nunca dejó de estar entre azadas y animales, pues se instaló junto a su marido en el caserío Loidi, que comparten al 50% con el aita y la ama de él. «Sabía la vida que me iba a encontrar», bromea. Una rutina pendiente de la meteorología, las lunas, y los partos y vicisitudes de terneras y yeguas. Le brilla la mirada solo de contarlo. «Desde niña hemos tenido mucha afición por esto».
Sin embargo, no siempre se ganó el pan en Loidi. Trabajó en una panadería de Amezketa y se apañaron en casa cuando nació Lier hace ahora 11 años, pero cuando llegó Araia, hace 6, tuvo claro que, por cuestión de logística familiar, «iba a ser difícil volver a trabajar fuera de casa. Mi marido trabaja a relevos, así que no iba a ser fácil conciliar trabajo y horario de niños». Por lo tanto, pese a la atadura que implica el caserío, también le concedía «la libertad» para poder organizarse y llegar a todo.
Siempre «inquieta», ahora se encuentra en plena fase de «preparación» de una nueva aventura, como es tratar de explotar su marca Aralar.eko con la venta de carne equina. Es todo un reto, porque las carnicerías de caballo no abundan, al contrario, fueron mermando hace unos años, pero Uxue se considera «una emprendedora» y para finales de año espera estar ya en ello.
«Lo que más respeto me da es el reparo que la gente pueda tener a este tipo de carne, pese a que tiene más propiedades y menos grasa. Lo demás no me da miedo, es trabajar», apunta. Conoce la clave del éxito: horas, mimo y producto de calidad, con todo su ciclo completo: desde el nacimiento de los potros hasta el sacrificio de los quincenos a los 15-18 meses. Ha elegido para ello el matadero Zubillaga de Oñati, que le permite la preparación también de los lotes cárnicos, «así podemos decidir nosotros cómo hacerlos». Y luego está la batalla de dar salida a toda la producción. «La idea es empezar poco a poco, con un par de potros el primer año, e ir poco a poco. Apuesta por la venta directa. «Mucha gente conoce mi marca y espero que funcione el boca a boca. También trabajaremos la difusión por redes sociales, Facebook e Instagram, para publicitarnos y mostrar cómo cuidamos a los animales». Los equinos pastan en extensivo: en invierno en los terrenos cerca de Loidi y en verano en Aralar, donde este año han sufrido «bastante» con la sequía, aunque otros ganaderos y pastores «lo han pasado peor, al tener pastos más arriba, donde había más sequía».
Con su iniciativa espera contribuir a «recuperar una raza autóctona en peligro de extinción como es la Euskal Herriko Mendiko Zaldia». Destaca el «respaldo familiar» que tiene, incluido el de Lier y Araia, que a sus 6 años transmite «pasión» por este tipo de vida. «Le encanta». Pese al apoyo que tiene, su liderazgo en Aralar-.eko le permite «visibilizar» la «importancia que la mujer siempre ha tenido en el caserío. En el fondo, es la que lo organizaba, aunque cara al exterior era invisible y se veía más la figura del hombre».
El caserío Bolua (molino), en Bergara, llegó a conocer salmones en aguas del Deba. Una crecida del río derribó parte de su estructura, y así fue levantado el actual Bolu Barri (molino nuevo), algo más alejado del cauce fluvial y ya sin muelas ni rodeznos. En este caserón del barrio San Anton nacieron Agurtzane Olabarria y sus tres hermanos mayores: Iñaki, Arantza y Andoni. Desde bien pequeños, ayudaban a sus padres, Ignacio y Carmen, en las tareas de casa: con la huerta, las vacas, los conejos, los cerdos... sin descuidar los libros. Todos completaron «unos estudios»: empresariales, mecánica o geografía e historia en el caso de Agurtzane. Como hacen los salmones en su ciclo vital, esta mujer bergararra salió en busca de la mar, llegó a ejercer de profesora en Arrasate, pero pronto sintió el reclamo salmónido y regresó a sus orígenes. Le «tiraba» la vida del caserío, y con sus hermanos la convirtió en su profesión.
«El paso lo dimos todos los hermanos a la vez», recuerda. El aita y la ama se hacían mayores y «llegó un momento de decidir si trabajar fuera o seguir con el caserío». Pero una cosa es trabajar la huerta y otra vivir de ella. Con el modelo de autoconsumo que habían conocido, no iban a ir muy lejos, porque «no vale con vender cuatro lechugas en el mercado». Consultaron aquí y allá «cómo hacerlo» y se liaron la manta a la cabeza. Con la hectárea de terreno no era suficiente, por lo que alquilaron unas tierras en Oñati, en Gaztelu y en el barrio bergararra de San Juan, y montaron unos invernaderos, que son «la clave» para «poder tener verdura todo el año», porque «con el clima de aquí, la lluvia, el granizo, las heladas... iba a ser complicado. Ahora, logramos tener tomate hasta febrero, lechugas todo el año...».
Dos décadas después, han logrado su propósito de «vivir del caserío», trabajado por tres hermanos –Arantza falleció hace unos años– y seis trabajadores. Y eso que el riego o la apertura de la ventilación de invernaderos es automática. «Es que o lo tomas como una fábrica, o es imposible». La rentabilización del campo no va reñida con el mimo de los productos. «Nos gusta hacer todo su ciclo completo: desde la obtención de las semillas, su plantación, cuidado y recogida. Así mantenemos los productos de aquí, algo que los consumidores valoran», como la cebolla morada de Zalla o el tomate de Aretxabaleta.
Tanto en planta como en fruto final, cultivan y venden «el sota, caballo y rey», que es lo que parece que pide la clientela y también garantiza el clima de Euskadi: tomate, acelga, pimientos, coliflor, lechuga, puerros... «Hay algún producto que se pone de moda, como el kale hace dos o tres años, sobre todo entre los jóvenes, pero luego ves que en el mercado no tiene tanta salida». En el fondo, «la gente busca tres o cuatro verduras para tener en casa», concluye.
La vida en el caserío exige una dedicación diaria, «siempre hay algo que hacer», por lo que «te tiene que gustar» para no arrepentirse de la apuesta realizada. Los tres hermanos tienen entre los 65 años de Iñaki y los 59 de Agurtzane. El mayor tiene dos hijos y los otros dos, dos hijas cada. De toda la saga, «ninguno» tiene intención de coger el testigo. «Les entiendo porque tienen sus trabajos de lunes a viernes y es normal preferir tener fines de semana».
Sin embargo, «siempre echan una mano», a menudo yendo al puesto familiar los días de mercado: en Arrasate, los miércoles y viernes; y en Oñati y Bergara, los sábados. De lunes a viernes también atienden la tienda del caserío y en verano también van a Altsasu. Agurtzane es consciente de que «al mercado va sobre todo gente mayor», que también es la que consume esa verdura que «acabará desapareciendo, ya que la juventud no conoce ya la borraja o la achicoria».
«La puerta» de acceso a un público más joven y amplio lo encuentran en los supermercados, como los de BM. Es un 'win-win', porque «la gente valora tener los productos de caserío de calidad en la tienda» y Bolu Barri se asegura una salida a sus productos, los tesoros de Agurtzane.
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