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Si te metes una rodaja de plátano en la boca y aprietas suavemente con la lengua justo en el centro, se dividirá en tres partes. Quienes comen los plátanos con tenedor y cuchillo (!) ignoran las delicadas atenciones de las plantas musáceas, que nos entregan sus ... frutos con un envoltorio idóneo para conservarlos, abrirlos y comerlos sin mancharnos. Aún peor: ignoran su secreta simetría.
Me comí un plátano en el Pico Tres Mares (2.175 m), sobre el circo cántabro de Brañavieja. Si una lengua colosal apretase esta cumbre hacia la profundidad de la tierra, del vértice se desgajarían tres pedazos: la cuenca del Nansa (que va al Cantábrico), la del Pisuerga (al Atlántico) y la del Ebro (al Mediterráneo). En esa montaña plátano -no se lo digan a nadie-, cumplí una experiencia única: bebí mucho, fui girando sobre mí mismo y meé en tres mares a la vez.
En su libro 'El Danubio', Claudio Magris cuenta la búsqueda de la primerísima fuente de aquel río. Remontando el arroyo más remoto hasta una pradera encharcada, encuentra un lavadero con un grifo que nadie consigue cerrar, conectado a una tubería de plomo que viene bajo tierra. «¿Qué sucedería si cerraran ese grifo?». Magris imagina Bratislava, Budapest y Belgrado secas, los objetos antiguos y las osamentas en el inmenso cauce del río vaciado. Con la libertad y la euforia que dan las montañas, con la dulce tontería de la hipoxia, yo también fantaseé con los efectos de mi golpe de riñón en Tudanca, Oporto y Zaragoza.
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