Alguna vez me cae un comentario de este tipo: «Vaya, vaya, así que publicas en tal medio». Ocurre poco, se suele quedar ahí, pero deja flotando el reproche. He publicado reportajes en toda una gama de diarios que van de la izquierda independentista vasca a ... la derecha monárquica española, en revistas de feministas, de jesuitas, de pijos, de revolucionarios, de comerciantes, de viajeros intelectuales y de turistas despreocupados, en radios piratas y radios públicas, en medios multinacionales y panfletos de barrio.
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Los del «vaya, vaya» consideran que publicar en alguno de esos medios supone una pequeña traición. Suelen ser benévolos y me conceden la absolución si les rezo el padrenuestro de la necesidad: es que la cosa está cruda, tengo que publicar donde sea para ganarme el pan de cada día. Pero no. El problema es otro: creer que un periodista se traiciona cuando publica en un medio que no encaja con sus esquemas mentales. Mi empeño principal es contar historias que considero que deben ser conocidas, y si el lector habitual de un cierto periódico tiene convicciones distintas de las mías, aspiro a convencerlo de que la historia es importante y mi enfoque es el justo. No es que me resigne a publicar en medios alejados de mis ideas, es que aprecio esa posibilidad. Porque los medios no deberían ser hojas parroquiales para sus feligreses, sino plazas expuestas a una cierta incomodidad, para que no nos pasemos la vida dándonos la razón a nosotros mismos.
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