Los últimos pueblos negativos
Libres de positivos ·
Aún quedan seis localidades en Gipuzkoa donde no ha entrado el coronavirus. Sus vecinos no saben muy bien el motivo, pero temen que la enfermedad acabe llamando a sus puertasLibres de positivos ·
Aún quedan seis localidades en Gipuzkoa donde no ha entrado el coronavirus. Sus vecinos no saben muy bien el motivo, pero temen que la enfermedad acabe llamando a sus puertasPublicidad
Idoia Urtuzaga | Beizama
Antes de la pandemia el ostatu de Beizama se llenaba de familias con niños los fines de semana. El txikipark de la planta de abajo era un paraíso para los hijos, pero sobre todo para sus padres, que podían comer y tomar el café sin ... interferencias infantiles. Ahora el txikipark está cerrado y los niños ya no pueden mezclarse entre bolas de plástico. Sigue yendo gente al restaurante, pero no tanta. «Vienen menos clientes que antes. No hay mucha aglomeración», afirma Idoia Urtuzaga, que regenta el ostatu zaharra.
Esta es una de las razones que dan los vecinos de los pueblos sin virus para explicar el motivo de que entre ellos no haya habido ningún contagio mientras que a escasos kilómetros de distancia la pandemia avanza. «Igual es que nos cuidamos mucho y que aquí la gente vive dispersa, en el núcleo somos pocos», dice Idoia. Ella reconoce que el hecho de que Beizama forme parte del selecto grupo de poblaciones sin coronavirus le produce un cierto «orgullo». «Quedamos pocos», afirma, aunque sabe que ese pequeño privilegio puede desaparecer en cualquier momento. «También decimos entre nosotros que al final aquí también vendrá. Nosotros nos tenemos que mover a hacer las compras, bajas a Azpeitia, Tolosa o Bidania, y los que vienen a Beizama llegan de muchos sitios. Ya decimos, algún día aparecerá».
164 vecinos. El 23% de la población tiene más de 65 años.
Es lo que a veces comentan en el bar los clientes del pueblo. «Decimos que aquí estamos bien pero que muchos trabajan fuera y nos lo pueden traer, pero tampoco puedes estar pensando eso, nosotros vivimos de la gente que viene. No podemos poner una muralla y decir a los de fuera que no se acerquen. Que vengan y que respeten las medidas de seguridad». Es algo que sí se hace en Beizama para no ponérselo fácil al coronavirus. Pese a que son pocos, los vecinos llevan mascarilla y el Ayuntamiento desinfecta con regularidad el parque infantil y las zonas por donde transitan más personas.
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Puede que venga, puede que no, eso se verá con el tiempo. «Personalmente, yo no tengo miedo», sostiene Idoia Urtuzaga. No todos opinan lo mismo. En Beizama hay quienes temen que la enfermedad acabe llamando tarde o temprano a sus puertas. «Algunas personas mayores sí lo tienen».
Iñaki Intxausti | Zerain
Se estableció hace tres años en su caserío familiar después de ejercer otros tantos como ingeniero. Se dedica desde entonces a la agricultura ecológica y la ganadería. Desde Zerain, Iñaki Intxausti se desplaza a otras localidades para vender sus productos. «Yo hago reparto de cestas los lunes y paso por Segura, Idiazabal y Urretxu, los miércoles voy a Ordizia y también reparto lotes de carne de vacuno. Gipuzkoa es un territorio pequeño y denso, no estamos en un pueblo de Teruel», explica.
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Es un territorio en el que todo está a tiro de piedra, pero Zerain se halla de momento a salvo del virus. «Lo hemos comentado algunas veces y no sabemos por qué. Es la casualidad, la suerte o que hemos sido precavidos, o quizá es que aquí las rutinas son más solitarias y sin aglomeraciones. Andamos siempre con la mascarilla puesta y la verdad es que lo de las distancias sociales se cumple el resto del año. Aquí más de diez personas no solemos juntarnos. Estamos un poco más acostumbrados a vivir en soledad, pero basta que digamos que estamos libres del virus para que aparezca, no hay que tentar a la suerte».
250 residentes. Tiene una gran vida cultural.
Pese a toda esta tranquilidad, Zerain hace una vida social intensa. «Es un pueblo muy activo. Se hace una feria ecológica, hay un curso de la universidad de verano de la UPV y también es bastante turístico. Hay dos restaurantes que funcionan muy bien y los fines de semana viene mucha gente, aunque no son las aglomeraciones de La Concha».
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Iñaki Intxausti está convencido de que el Covid-19 «entrará antes o después, es cuestión de tiempo porque al final se va a expandir». «Estamos rodeados, en Idiazabal hubo un foco grande y en Ordizia también. El virus está cerca y tranquilamente alguien que pase por allí puede traerlo». Es algo que da por hecho y que no le quita demasiado el sueño». Cuando llegue habrá que tomarlo con calma. Si algún vecino coge el virus no se le mirará mal. Si no ha sido por temeridad, le habrá tocado y ya está. Antes o después a alguien le tocará», insiste.
Ainhara Mendizabal | Baliarrain
Los vecinos de Baliarrain han notado un aumento de padres que llevan a sus hijos a los dos parques del pueblo. Vienen de otras localidades en busca de una seguridad que no encuentran en sus lugares de origen. Eso es al menos lo que sospecha Ainhara Mendizabal. «Se nota que hay gente de fuera. Yo creo que vienen para tener más tranquilidad, porque como hay menos niños es más fácil mantener las distancias», explica.
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Baliarrain está a poco más de cuatro kilómetros de Ikaztegieta, donde hace dos semanas se registraron 19 positivos, una cifra altísima en una población de 488 habitantes. Es en esta localidad donde estudian los hijos de Ainhara, de ocho y cuatro años. Los dos empezaron las clases el pasado lunes, una semana más tarde que el resto de sus compañeros. «Hablé con la tutora y le dije que no iba a llevar a los niños hasta ver por dónde iban los tiros. Cuando hemos visto que la gente que ha dado positivo no tenía relación con la escuela los hemos llevado».
Toda precaución es poca para evitar contagios. «Veo que el cerco se estrecha», admite Ainhara. Pero tampoco se muestra asustada. Solo precavida. «Trabajo en una entidad financiera de Tolosa y cada día atiendo a unos quince clientes que a saber con cuántos han estado». Lo hace con mascarilla y detrás de una mampara. «Soy consciente de lo que está pasando, que caen muchos pueblos, aunque no me siento agobiada».
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120 120 habitantes. Es uno de los menos poblados de Gipuzkoa.
Reconoce, sin embargo, que «cualquiera de nosotros puede traer el virus al pueblo». Incluso ella, a pesar de todas las medidas de protección que adopta. En su opinión, a favor de Baliarrain juega el hecho de que «somos unos cien vecinos, en la calle andamos casi siempre los mismos y la gente mayor no va al parque». Son ventajas que en otros pueblos similares no han impedido que el virus logre colarse. «El entorno ayuda pero al final es una cuestión de suerte», dice.
Ainhara vive en el centro de Baliarrain. Reconoce que esas mismas ventajas de las que ha hablado pueden jugar en contra en el caso de que aparezca algún positivo en el pueblo. «Yo estoy tranquila porque aquí no hay ningún caso, pero sé que en lugares como este todos se mueven en el mismo sitio, en el bar, en el parque o en la sociedad, y si llega el virus se expande».
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Carlos Irazu | Larraul
Esto tiene pinta de que lo vamos a tener que pasar casi todos. Va a ser para largo», dice Carlos Irazu, que durante el confinamiento tuvo tiempo para darle vueltas en su imaginación a varias ideas para hacer alguna que otra escultura. Él es escultor, como lo demuestran los pájaros de madera que presiden la plaza de Larraul, el pueblo en el que reside. Tiene en mente «un par de trabajos referentes al virus». «Pero no sé cómo va a acabar la película, ahí ando dando vueltas», afirma.
La película parece que no le va mal al pueblo, pero Carlos es consciente, como todos los que hasta el momento se han librado del acecho del coronavirus, de que «es cuestión de suerte». Acaba de participar en la feria de artesanía de San Sebastián, donde ha permanecido «todo el día con la mascarilla puesta», y pendiente de «los geles y las distancias». Lo último que quiere es contagiarse y llevarse el virus a casa.
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250 vecinos. Más de la mitad tiene menos de 40 años.
«Yo vivo al lado del frontón y tengo el taller a un kilómetro, al lado del caserío donde nací. Durante el confinamiento subía a dar de comer a los animales y aprovechaba para seguir esculpiendo», cuenta. Ahora no hay contagios, pero eso no significa estar a salvo. Es necesario levantar todas las barreras para que Larraul siga sin virus. «Que no haya ningún positivo no quiere decir que estemos aquí como si no pasara nada, para mantenernos tenemos que estar atentos, aquí vive gente mayor como mi madre, que está en el caserío, y eso da miedo. Por eso -añade-, cuantas más medidas, menos riesgos».
Carlos aún le da vueltas a su imaginación. «Esto te hace pensar en el trote que le damos al planeta. No sabemos en qué fregado estamos metidos. Igual viene otro virus peor», dice. «Si coges un tronco, le pegas un hachazo y le quitas un cacho, cuando se seca ya tiene un comportamiento distinto. Es lo que pasa con la Tierra, si le quitas cosas también cambia. Esto me da que pensar y mucho, pero también te digo que no va a cambiar nada porque a la mínima seguimos haciendo igual».
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Idoia Goikoetxea | Gaztelu
Durante el confinamiento no les fue nada mal. Idoia Goikoetxea, su marido y sus dos hijos adolescentes lo pasaron en su casa, una vivienda independiente rodeada de terreno. «Estuvimos preparando la madera para el invierno y cortando hierba, no nos aburrimos para nada».
Trabajaba en Anoeta de camarera cuando en julio cogió la baja por motivos de salud. Idoia recuerda cómo cambió Gaztelu cuando comenzó la desescalada y la gente abandonó su arresto domiciliario para estrenar como posesos sus primeras horas de libertad. «Le dio a todo el mundo por ir al monte, al principio esto parecía Hollywood, la gente tiró al pueblo. Subían en coche y al mediodía, cuando ya habían hecho sus paseos, se largaban, pero ahora está todo más tranquilo».
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166 vecinos. Han llegado familias jóvenes al pueblo.
¿Por qué durante estos meses no ha entrado el coronavirus en Gaztelu? «En verano mi hija quedaba con su círculo de amigas, siempre las mismas, y mi hijo iba a la playa de Donostia. Cogía el tren y a casa. Mi marido y yo poco hemos alternado. Mi madre estaba en el caserío y bajábamos a Tolosa a hacer la compra. Siempre los mismos, no sé si es suerte o qué», explica.
Idoia baja a Tolosa un día a la semana con su hijo a hacer la compra. «La próxima vez nos encontraremos con un montón de gente porque hay cosas que no puedes evitar. En el pueblo seguramente no me voy a contagiar, si lo hago me pasará en Tolosa», dice.
No es la única cosa que tiene clara. También cree que de esta pandemia no saldremos mejores, como antes se decía. «No sé si hemos cambiado tanto, yo creo que a veces hemos ido a peor. Todo es protestar, todo es quejarnos y la vida tampoco es eso. Nos estamos quejando mucho más de todo que antes, que ya es difícil», asegura.
Paulo Garaialde | Orendain
Paulo Garaialde no sabe muy bien el motivo, pero reconoce que impone respeto a algunos clientes. Cuando les dice que se pongan la mascarilla o que se alejen unos de otros normalmente le hacen caso, «aunque hay alguno que da la nota». «Hay que inculcar. Es importante la mentalidad, que con el paso del tiempo no nos olvidemos de lo que hay que hacer», recalca.
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Regenta el ostatu de Orendain, donde una amplia terraza en el exterior invita al personal a quedarse a vivir después de una buena comida. Quizá sea posible hacerlo, pero siempre y cuando se cumplan con las medidas de seguridad para que el virus no entre en el pueblo. Es un martes de bochorno y acaba de dar 34 comidas con la mascarilla puesta, lo que no está nada mal. «Hay algunos que han venido de Donostia y ahora mismo tengo tres clientes de Ikaztegieta que dieron positivo pero ya están curados», dice.
218 habitantes. Alrededor del 40% vive en el centro del pueblo.
Debe tener mucho cuidado porque sabe lo que ocurrirá si se detecta algún contagio en el ostatu. Llegará el cierre preventivo como ha ocurrido en otros lugares, que de repente se han quedado huérfanos de ambiente. «Han cerrado el de Ikaztegieta y ha sido un pueblo muerto, y si nosotros cerramos será otro pueblo muerto porque somos los únicos, por eso tengo tanto respeto y responsabilidad».
Y no es para menos. Paulo distingue entre tres tipos de establecimientos. «Un bar es una cosa, un bar restaurante, otra, y luego está el ostatu. Yo tengo hasta la llave del cementerio y la del frontón y la de las luces. No digo que no vaya a llegar el virus, por eso hay que andar con pies de plomo. Ahora tenemos a siete trabajadores que vienen de Navarra a comer, pero se portan bien». Y si no lo hacen, ahí estará Paulo.
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