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El paso de la Futa, punto clave de la Línea Gótica que construyeron los nazis en el Apenino, ofrece una vista geométrica de la muerte: cinco terrazas de césped con dieciseis mil lápidas de granito alineadas. En cada lápida tallaron el nombre de dos soldados ... alemanes, uno mirando a un lado, el otro mirando al otro. Hacia 1960, los Gobiernos acordaron traer aquí los restos de miles de alemanes dispersos por varias provincias italianas. «Considerando el destino común de estos caídos en la guerra, la superficie de las tumbas es uniforme a propósito», dice el reglamento del cementerio. «No está permitido añadir inscripciones, adornos, cruces ni signos conmemorativos. Sí está permitido colocar flores». Considerando el destino común, dice el reglamento. La superficie de las tumbas es uniforme, dice. Pero no es verdad. En las lápidas inscribieron el nombre y apellido, las fechas de nacimiento y muerte… y el grado militar: un muerto es 'unteroffizier', otro es 'grenadier', otro es 'oberleutnant'. Alguien decidió que esa era la característica que define a estas personas. Eso son estos muertos, y ninguna otra cosa más: un 'unteroffizier', un 'gefreiter', un 'oberleutnant'.
En la lápida de un tal Winfried Kipp encuentro una figurita de escayola: una niña que se sostiene la cabeza con el brazo derecho, ojos cerrados, media sonrisa, todo paz. Es un adorno: no debería estar aquí. Algo no debería estar aquí: la figurita de escayola, la tumba de Winfried Kipp, 'gefreiter', muerto a los 18.
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