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Vacaciones en tiempos de Covid: cerca de casa y lejos de la multitud

Vacaciones en tiempos de Covid: cerca de casa y lejos de la multitud

Muchos guipuzcoanos han decidido viajar a pesar del coronavirus. Eso sí, prefieren alojarse en residencias familiares, moverse en coche propio y los planes, sencillos y al aire libre

Domingo, 2 de agosto 2020, 07:44

Edurne Cipitria | Irundarra en la Rioja

«Buscábamos un plan tranquilo y alejado de las aglomeraciones»

Edurne Cipitria, con su amiga Maribel y sus hijos, en el bar de la piscina.

Esto está más muerto que otra cosa, pero es lo que buscábamos, un plan tranquilo y alejado de las aglomeraciones», cuenta Edurne Cipitria. Al igual que otros tantos guipuzcoanos, esta vecina de Irun es de las que ha optado por hacer las maletas y disfrutar de las vacaciones de verano sin temor a que la sombra del coronavirus pueda arruinárselas. Después de meses confinados y haber superado fases, escaladas y desescaladas, cualquier escapada se espera con la máxima ambición de desconectar. Eso sí, las vacaciones del coronavirus se disfrutan preferentemente en la casa del pueblo, los planes son sencillos y al aire libre y se viaja al refugio del coche propio. «Teníamos claro que queríamos estar cerquita de casa. Todos los años nos vamos de vacaciones juntas una amiga mía y yo, solemos ir a Tudela porque un tío suyo tiene una casa, también nos movemos por Cuzcurrita del Río Tirón y este año hemos estado en Santurde de Rioja, cerca de Santo Domingo de La Calzada (La Rioja), en una casa alquilada en una urbanización con piscina, para movernos lo mínimo», cuenta esta mujer de 40 años, de vuelta ya en Irun.

Tenían reservadas las vacaciones desde enero, «y con el rollo del Covid no sabíamos qué hacer, si anularlas o no por el tema de las restricciones que nos podríamos encontrar al llegar, pero dijimos 'ya veremos' y tiramos para adelante, porque además como íbamos a un sitio tranquilo... pensamos que no habría mucha gente y así fue».

Las normas en las zonas comunes eran claras: «En la piscina, por ejemplo, había que guardar los dos metros de distancia mínima de seguridad y si te levantabas de la toalla o en la terraza del bar había que ponerse la mascarilla. Pero el recinto es muy grande y apenas coincidimos 8 o 10 personas a la vez. Las entradas y salidas también estaban diferenciadas».

A pesar de «hacer vida» en el entorno de la urbanización donde han pasado quince días, el fin de semana se acercaron a Logroño «a hacer un poco de turismo. También teníamos pensado ir a Las Norias con los niños, que es un sitio muy chulo con toboganes y piscinas pero estaban cerrados por el Covid, así que decidimos no ir aunque el recinto en sí estuviera abierto», cuenta Edurne. En este sentido, reconoce que «la situación de emergencia sanitaria sí que te priva un poco a la hora de hacer algunos planes». Asimismo admite que el ambiente de veraneo «se notaba raro y había pocos turistas». Un Camino de Santiago «con algunos mochileros» -senda que por estas fechas atraviesan cientos de peregrinos- evidenciaba lo insólito de la situación a los ojos de esta irundarra.

«No tenemos normalidad y hasta que no pase todo esto, mejor que no la haya», dice, al tiempo que se lamenta de «lo poco concienciados que estamos aquí con todo este tema. Me llamó mucho la atención cuando fuimos a Logroño que todo el mundo llevaba puesta la mascarilla, aunque no fuese obligatoria todavía. Es una pasada cuando te vas fuera y te das cuenta de lo poco que la usábamos aquí. Daba envidia lo concienciados que están; si tuviésemos más cuidado con cumplir las medidas de protección y seguridad andaríamos todos mejor».

Telmo Rodríguez | Donostiarra en Marbella

«He veraneado unas cuantas veces en Marbella y este año está vacía»

Telmo Rodríguez (abajo a la izqda.) y sus amigos, en la casa donde se alojaron.

A Telmo Rodríguez, donostiarra de 19 años, se le presentó la oportunidad de viajar a Marbella hace tres semanas. «Un amigo tiene un familiar con una villa particular y nos propuso a la cuadrilla si queríamos ir». El plan sonaba de lo más apetecible pero no lo tuvo claro hasta despejar del todo sus «dudas»: viajar a la ciudad malagueña, donde le esperaban sus amigos para disfrutar de las vacaciones de verano, o quedarse en Donostia por «miedo» a un posible contagio por coronavirus. A pesar de la incertidumbre inicial, viendo que la situación «no estaba tan mal» decidió poner rumbo a la Costa del Sol el pasado 3 de julio. «Ha merecido la pena, me lo he pasado genial», asegura.

Salió desde el aeropuerto de Bilbao en un vuelo dirección Málaga y el trayecto hasta Marbella lo hizo en taxi. Este joven cuenta que «en el aeropuerto pedían mantener las distancias de seguridad y usar la mascarilla, pero luego en el avión íbamos todos los pasajeros uno al lado del otro. Tampoco nos tomaron la temperatura. Después en el taxi también fui con la mascarilla y el taxista me dio gel para lavarme las manos». Una vez en su destino, observó una ciudad «vacía», como nunca antes la había visto. «He venido unas cuantas veces a veranear aquí y comparado con otros años se notaba todo mucho más apagado, muchos de los comercios estaban cerrados, los restaurantes con poca clientela y había mucha menos gente por el paseo marítimo, que es la zona que suelo frecuentar. Se veía a pocos turistas», describe. Como la casa donde estaban alojados él y sus diez amigos estaba apartada del centro, se movían en Uber. El servicio funcionaba «con total normalidad, salvo por el hecho de que había que echarse gel, que nos proporcionaron, y usar la mascarilla. Al final son gestos que no cuestan nada y evitas el contagio», comenta con un alto grado de responsabilidad. De hecho este grupo de jóvenes evitó a toda costa las aglomeraciones. «Buscábamos el distanciamiento y pasamos la mayor parte del tiempo por los alrededores de la casa o en la playa más cercana a la villa, en la zona de Benamara, que estaba casi vacía. Y por la noche no fuimos a ninguna discoteca, porque la mayoría estaban cerradas y las que permanecían abiertas tenían precios elevados», explica este donostiarra, a quien en este viaje no le ha hecho falta más que la compañía de sus amigos para compartir momentos de diversión.

Itziar, Nerea y Alazne | Errenteriarras en Vigo

«No hemos tenido miedo a viajar y ha merecido la pena totalmente»

Itziar, Nerea y Alazne, en el barco camino a las Islas Cíes.

Vigo fue el destino escogido por Itziar, Nerea y Alazne, vecinas de Errenteria y Lezo, para sus vacaciones estivales. «No hemos tenido miedo a viajar en ningún momento y ha merecido la pena totalmente», aseguran a pesar de que los nuevos focos de Covid mantienen a Galicia en alerta. Si bien a la hora de planear el viaje pensaron en Benidorm o Salou, la situación generada por el coronavirus les condicionó la elección de su destino final. «Pensamos que habría mucha aglomeración de gente y preferimos algo donde también hubiese playa, pero mucho más tranquilo», explican. Eligieran lo que eligieran sabían que este verano lo recordarían siempre y estaría lleno de historias para contar, así que no hubo que pensar mucho más. El pasado 11 de julio se plantaron en el centro de Vigo para pasar unas vacaciones «de relax». Un litoral salpicado de pequeñas calas y rincones donde huir de las zonas más concurridas les condujo hasta la playa de Samil, la zona de Cangas, la cala San Xian y Pintens y la playa Patos. También tuvieron tiempo para visitar en barco el paraíso natural de las Islas Cíes, icono del turismo en Vigo, ahora también protegidas por el coronavirus. Itziar explica que «el aforo está limitado y hay que reservar plaza; se pide una autorización a la Xunta de Galicia y después se compran los billetes del barco». En este lugar tuvieron que ponerse igualmente la mascarilla y llevar a cabo el correspondiente lavado de manos, una rutina a la que terminaron por acostumbrarse allá por donde pisaban. «Al final como en todos los sitios es igual, acabas interiorizándolo y adquieres el hábito», afirma este grupo de amigas que destaca que «la gente está bastante concienciada con el tema del uso de la mascarilla, se ve mucho» -su uso obligatorio en todos los espacios públicos sin importar la distancia de seguridad se decretó en Galicia el pasado 19, un día después del regreso de estas guipuzcoanas-.

Alazne no es la primera vez que pisa tierras viguesas. «Suelo venir mucho», dice, a la vez que ha notado «mucha tranquilidad» con respecto a sus visitas anteriores y «poca gente por la calle. Sí que en el tapeo se ve ambiente pero por la noche está muy parado». Aún así, recomienda la zona sin dudar. «A pesar de la fama que tiene Galicia de que siempre hace malo, nos ha hecho un tiempo increíble y hemos conocido sitios espectaculares», recapitulan con la idea de seguir coleccionando destinos.

Miguel Imaz y Raquel Fernández | Donostiarra y pamplonesa en Lugo

«A los dos días de llegar al hotel nos dijeron que cerraban»

Raquel y Miguel descansan en un paraje durante su viaje a Lugo.

Miguel Imaz y Raquel Fernández difícilmente olvidarán la fecha en la que sus vacaciones se fueron al traste. Su estancia en Asturias, en una casa rural durante cuatro días fue «genial», pero a partir de entonces todo empezó a torcerse. «Teníamos planeado después ir a Galicia, del 8 al 14 de julio, pero apenas estuvimos tres días». Básicamente porque les cerraron el hotel por la situación de emergencia a causa de la propagación del coronavirus. «Cerraron y nos mandaron para casa. Así, tal cual. El día 10, a las 23.00 horas, nos comunicaron que al día siguiente teníamos que abandonar la habitación antes de las 12.00 horas. Ni nos iban a reubicar en otro lugar ni nos daban opción a nada. Al menos nos podían haber avisado antes para no hacernos perder una noche más ahí», resumen aún perplejos. El alojamiento -«estábamos solo tres personas: un inglés, Televisión española y nosotros»- estaba situado en Foz (Lugo) donde después conocieron que sus ciudadanos se encontraban confinados, al igual que los otros municipios del distrito de A Mariña, donde se detectó el brote de coronavirus. «Antes de llegar, mientras estábamos en carretera, llamamos al hotel para preguntar si el spa, la piscina y el gimnasio estaban abiertos y nos confirmaron que sí y al preguntarles por cómo estaba la situación por allá, porque algo habíamos oído, su respuesta fue: 'Si os dejan entrar...' Nos quedamos un poco sorprendidos aunque decidimos continuar», explica Miguel. Al llegar, se encontraron con un «pueblo fantasma». «Estaba todo vacío, apenas había gente por la calle. Nos preguntamos si de normal sería siempre así hasta que nos enteramos de lo que pasaba. En sí no estaba prohibido ir a la playa o salir a hacer deporte, pero no podías moverte entre localidades. Fue una faena porque muchos restaurantes estaban cerrados, en los bares la gente estaba cohibida... y así no ves la esencia del lugar», se lamenta Raquel, que recuerda que los controles policiales y de la Guardia Civil para vigilar los movimientos de tráfico en la comarca e impedir la salida y entrada de vehículos fueron exhaustivos.

De su corta y agridulce estancia recuerdan su visita a la playa de las Catedrales y a los pueblos de Burela y Ribadeo, pero «nos da rabia que después de haber hecho tantos kilómetros nos pasara eso, porque también es un gasto de gasolina y una pérdida de tiempo. Además llevábamos desde mayo planeando el viaje».

Alazne Martínez | Zumaiarra en Extremadura

«Hemos cambiado las cenas en terraza por las barbacoas en casa»

Alazne Martínez, junto a su marido, sus hijos y los suegros, de paseo.

Venir al pueblo siempre merece la pena, aunque sea con mascarilla, con distancia de seguridad, gel y con todo el cuidado del mundo, para cuidarnos y cuidar a los demás», opina Alazne Martínez, vecina de Zumaia. Manda estas líneas desde Esparragosa de la Serena, en Extremadura, donde disfruta de sus vacaciones con su marido y sus dos hijos desde el pasado 17 de julio. También coincidieron unos días con sus suegros allá. Martínez cuenta que «teníamos reservado un hotel en Huelva, pero en el estado de alarma decidimos suspender la reserva. No teníamos nada más planeado, ya que no sabíamos muy bien cómo iban a ir las cosas en la desescalada y con tanto rebrote... así que hemos ido improvisando sobre la marcha».

Piscinas cerradas

Al llegar al pueblo, se encontraron con las piscinas y los parques infantiles cerrados, pero nada podía arruinarles la ilusión «después de pasar más de 90 días confinados en un piso». Así que cambiaron la piscina municipal por una pequeña desmontable en el patio. También las cenas en terraza por las barbacoas caseras. «Nos sentimos unos afortunados de al menos poder disfrutar de estos pequeños momentos, cosa que creíamos que no íbamos a poder hacer este año, además, tener 20 metros cuadrados de patio es un lujo», agradece, a la vez que reconoce que las de este año «serán unas vacaciones atípicas y muy diferentes a otros años en muchos aspectos, está claro. Nada de visitas familiares, nada de abrazos a los amigos... Hay cosas que tendrán que esperar».

Siente un profundo respeto por toda la situación que se está viviendo en el país en general y por esta razón solo salen de casa «para pasear a las siete de la mañana y lo justo para la compra. Porque al igual que nosotros tenemos miedo de irnos fuera, la gente del pueblo tiene miedo de que lleguemos y les traigamos el virus. Entendemos ese temor y lo respetamos», afirma.

Hay días en los que el calor aprieta. «Noches de 36 grados a las 23.00 horas, pero no importa, la gente que sale lo hace con su mascarilla puesta. Vemos que se respeta mucho, también la distancia de seguridad. Aunque se ha perdido un poco ese encanto de los pueblos, cuando cae la noche y sale su gente con sus sillas a la puerta de casa a 'tomar la fresca' y ponerse al día unos con otros. Esto también tendrá que esperar», comenta.

Aritz Rivero | Hondarribiarra en Cádiz

«Teníamos reservadas las vacaciones a Andalucía desde febrero»

Aritz Rivero posa en Sanlúcar de Barrameda con la playa de fondo.

Han sido unas vacaciones muy tranquilas, hemos estado muy a gusto y si no fuera por las medidas de higiene que teníamos que seguir sobre todo en el hotel, no se diferenciarían a las de otros años», comenta Aritz Rivero, que estuvo el pasado 25 de junio con la familia en Chiclana de la Frontera, Cádiz. Aunque el plan de partida era otro. «Teníamos reservado desde febrero otro hotel en Huelva pero lo cerraron por el tema del coronavirus. Hablamos con la cadena de hoteles y tuvimos que retrasar las vacaciones una semana, después de tener los días cogidos. Al final nos vinimos para Cádiz».

Protocolo en el hotel

El trayecto lo realizaron en coche y al llegar al hotel -«justo abrían ese día porque también habían estado cerrados por el covid»- se encontraron con el esperado protocolo de medidas de protección contra el virus. «En la recepción teníamos que pasar por una alfombra para desinfectar las suelas del calzado, lavarnos las manos con el gel y usar la mascarilla en las zonas comunes interiores y en la piscina, que tenía el aforo reducido, aunque había muy poquita gente. Había muchas menos sombrillas y hamacas de lo habitual y cada cierto tiempo las desinfectaban. Y en el bufé, nosotros no podíamos tocar nada, tú cogías la bandeja y era el cocinero quien te ponía la comida que escogías. Había un recorrido estipulado y si querías volver a por más, tenías que realizar el recorrido desde el principio», explica este vecino de Hondarribia sin dar mayor importancia al hecho de tener que cumplir a diario con unos mínimos de limpieza y seguridad para evitar cualquier riesgo de contagio. Es más, deja claro que «no tenía ningún miedo a viajar. No creo que corriéramos más peligro de contagiarnos en un sitio o en otro. Al final es salir de casa y llegar al hotel. Es como moverte por Gipuzkoa, pero más lejos», resume.

Rivero comenta que «no hemos alternado mucho porque veníamos con la idea de descansar y pasar unas vacaciones muy tranquilas, además en esta época hay menos gente, de hecho en el hotel casi no había extranjeros, y por estas fechas solemos elegir un destino por Andalucía, donde las playas son muy grandes. Nosotros estuvimos en la de la Barrosa y no había aglomeración de gente para nada. Hubo un día que fuimos a Cádiz capital, que ya lo conocía, y a Sanlúcar de Barrameda, pero poco más».

Josu Giménez | Eibarrés en Peñíscola

«Me he tomado la revancha por no haberme podido ir en Semana Santa»

Josu Giménez, en un bar chill-out de la parte vieja de Peñíscola.

El coronavirus le «fastidió» el viaje que tenía previsto realizar a Galicia y Portugal en Semana Santa, así que Josu Giménez se toma esta escapada estival como una «revancha». Fue una amiga la que le sugirió irse unos días a Peñíscola, donde ella trabaja. Como no tenía plan porque su marido no podía ir y «ya tenía los días cogidos en el trabajo, me planté ahí», cuenta este eibarrés. Un avión le llevó de Bilbao a Valencia, donde estuvo un par de días, para después coger un tren hasta Peñíscola. Giménez comenta que la experiencia del aeropuerto resultó «como siempre», a excepción de las normas de distanciamiento entre personas, el lavado de manos y el uso de mascarilla. «Eso sí, luego el avión iba petado», objeta.

También lo estaban las calles y las terrazas del municipio castellonense. «Aunque el turismo de Peñíscola es muy familiar y no hay mucho joven, la gente estaba eufórica. Los bares estaban llenos, las tiendas también... sobre todo era turismo nacional y franceses, que tienen mucha tradición de viajar a esta zona, les gusta mucho», cuenta Giménez ajeno a lo que estaba por llegar -a día de hoy hay detectados dos brotes de coronavirus en la localidad-. A pesar de todo, dice estar «bastante acostumbrado a tratar con gente con Covid-19» en su puesto de trabajo como auxiliar de Enfermería y en ningún momento le frenó la situación de pandemia a la hora de hacer las maletas. «No me influyó para nada. Tengo muy interiorizado el tema de las medidas de protección y siempre iba con la mascarilla, pero he visto que la gente pasaba bastante. En la playa por ejemplo anunciaban que se hiciera uso de ella y en el paseo había agentes municipales controlando, aunque aún no era obligatoria», explica.

El relato de Giménez, al igual que el del resto de guipuzcoanos entrevistados, evidencia cómo ha cambiado el panorama en pocos días. Este eibarrés expresa que está empezando a tener «más miedo ahora que en marzo porque la gente está más relajada y se están contagiando los más jóvenes, que la mayoría son asintomáticos. ¿Qué va a pasar? Que posiblemente contagien a sus padres, abuelos... -una población más vulnerable frente al covid- y estamos temblando porque llegue agosto». De momento, se queda con el buen sabor de boca de unas vacaciones que han merecido la pena. «El confinamiento hizo plantearme que hay que aprovechar los días, ahora más que nunca», asegura.

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