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Las vidas arrebatadas a Rakel, Markel y Sofía han dejado mucho más que el dolor por tres asesinatos atroces e injustificables. Han roto unas familias que desde la distancia, ya que todas las víctimas vivían fuera de Gipuzkoa, seguían manteniendo estrechos vínculos afectivos. Y han destrozado, en el caso de la villabonatarra Sofía Tato, la vida de sus dos hijas, que en octubre cumplieron 9 y 12 años. Han quedado huérfanas después de que su padre decidiera, presuntamente, segar la vida de su madre. Los asesinatos a cuchilladas de Rakel, Markel y Sofía son las tres heridas más profundas que ha sufrido Gipuzkoa este año. Heridas que supuran cada vez que se repiten nuevos episodios de violencia de género y que un día como hoy, aunque escuezan, conviene recordar para evitar que caigan en el olvido y queden como un caso más de la extensa lista negra de vidas que el machismo sigue cobrándose cada día.
Rakel López Airas y su hijo Markel, de 12 años, vivían desde hace más de una década en Madrid. Allí, la eibarresa de 45 años había rehecho su vida hace doce años con un hombre de origen marroquí, Mounir Ayad, con el que convivía desde entonces y que hace seis meses se convirtió en el verdugo confeso de ambos.
El doble crimen se perpetró el pasado 2 de mayo en el domicilio que los tres compartían en Alcobendas. Fue el propio Mounir Ayad, que permanece en prisión, quien avisó a un familiar de que había acuchillado a Rakel y a su hijo Markel, fruto de una relación anterior de la eibarresa. Los equipos de emergencia recibieron la alerta a las 10.30 horas y se personaron de inmediato en la calle Dos de Mayo, aunque no pudieron hacer nada por salvar la vida de ninguno de ellos. Como consecuencia de las puñaladas, Rakel y Markel habían perdido demasiada sangre.
La trágica noticia llegó enseguida hasta Eibar, donde reside la madre, una hermana y varios familiares de las víctimas. «No sé qué decir, estoy roto», confesaba Juan, cuñado de Rakel, horas después de unos asesinatos que conmocionaron a toda la villa armera y a Gipuzkoa entera. Rakel visitaba de vez en cuando la localidad, pero nadie, tampoco su familia, tenían indicio alguno de que la mujer y su hijo pudieran ser víctimas de Ayad. Más al contrario. Los cariñosos mensajes que se dedicaban en redes sociales y la percepción del entorno familiar era que él «era muy educado y trataba a Rakel con mucho respeto».
Pero, visto el desenlace, nada era lo que parecía. La negativa del presunto agresor a declarar cuando fue detenido unos días después mientras se encontraba sentado en un banco del parque Rodríguez Sahagún de Madrid no ha permitido conocer el desencadenante del crimen. Porque razones para esa atrocidad nunca hay.
Tampoco las había en el caso de Sofía Tato, la otra mujer guipuzcoana, de 42 años, asesinada presuntamente por su marido el pasado verano en un pueblo de Cáceres. En su caso tampoco constaban denuncias previas por maltrato ni su entorno tenía constancia de episodios violentos anteriores. Pero lo que ocurrió el 24 de agosto de puertas hacia dentro de aquella casa resultó dramático. Al parecer, según comentaron entonces los vecinos, el crimen se produjo durante una discusión en el domicilio de Arroyo de la Luz. Sofía murió como consecuencia de las puñaladas asestadas por Santiago Cámara, su marido, que fue arrestado y atendido también de algunos cortes y heridas que presentaba en la cara, el cuello o el tórax. Las hijas del matrimonio no sufrieron daños físicos. Pero sí las secuelas de un crimen que les ha dejado bajo el cuidado de sus abuelos, Valentín y Julia, que regresaron precipitadamente a Extremadura para hacerse cargo de sus nietas y de donde quizás ya no vuelvan a Villabona. Los dos emigraron a Euskadi en los años 60 en busca de trabajo, y ahora pasaban largas temporadas en Arroyo de la Luz con su hija Sofía y su familia. «Tenían una relación de lo más normal y se llevaban bien», aseguraba consternado Valentín nada más tener noticia del asesinato. «Pero si en el fondo no era así, qué necesidad había de hacer eso. Cada uno que viva por su lado».
No existe lógica alguna para explicar la sinrazón que acabó con las vidas de Rakel, Markel o Sofía, ni con las otras 43 mujeres y 7 menores que han sido asesinados este año a manos de parejas, exparejas y progenitores. O para consolar a los 23 niños y adolescentes que han quedado huérfanos por la violencia machista, según la última actualización de casos realizada por el Ministerio de Sanidad.
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