Martin Ruiz Egaña
Viernes, 1 de noviembre 2024, 07:17
Hay un día al año en el que los difuntos vuelven a la vida en forma de homenajes y ritos en su honor. El Día de Todos los Santos devuelve el recuerdo de aquellas personas que ya no están y que son conmemoradas en los ... cementerios. Pero en muchos casos, el 2 de noviembre, Día de Muertos, supone volver a la normalidad, seguir inmersos en la cotidianidad de la vida. No obstante, hay personas que lidian con la muerte los 365 días al año y no sólo el primero de noviembre. Oficios que requieren un constante cara a cara con la muerte. Médicos, enfermeros, forenses, enterradores, tanatopractores y tanatoesteticistas se enfrentan a la muerte todos los días en su trabajo.
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Ariana Alvariño Tanatoesteticista
Ariana Alvariño tiene 35 años y lleva tres dedicándose a la tanatoestética. No es una palabra que se incluya en el diccionario de mucha gente. «Nos encargamos del engalanamiento de los cadáveres para que se vean igual que en vida». Las personas fallecidas que son enterradas pasan por un proceso antes de ser sepultadas. «Normalmente se aconseja a la familia sobre cómo realizar el servicio, pero siempre bajo decisión de ellos mismos. Por ejemplo, en cuanto al maquillaje siempre se pregunta sobre cómo solía acicalarse la persona difunta, o se toma como referencia una foto de la persona en vida, siempre intentando mantener la identidad característica de esa persona. Detalles como la dirección del peinado por ejemplo de un flequillo o el tono de barra de labios que usaba una mujer. Son pequeños detalles que marcan la diferencia, y hacen que la persona se vea tal y como era conocida».
La curiosidad por la tanatopraxia está relacionada con su hermana. «Empezó como curiosidad hace ya años, desde que mi hermana en sus primeros años de carrera de medicina trataba con cadáveres en su asignatura de anatomía, y todo lo que me contaba me fascinaba y generaba mucha curiosidad», rememora Ariana. Más tarde, llegó el momento de comprobarlo con sus propios ojos. «Años después llegó el momento de descubrirlo por mi misma».
El fallecimiento de una persona es difícil de digerir para la familia. En esos momentos, labores como la de Ariana son bien recibidas. «En medio del torbellino de sensaciones que produce la muerte de un ser querido, recibimos muchas muestras de gratitud por parte de las familias, tanto por la apariencia del difunto después de la preparación como por facilitarles todo el proceso que lleva un servicio funerario», cuenta agradecida. «Intentamos que la familia esté tranquila, que no tengan que preocuparse más que por el velatorio».
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Ariana admite que mucha gente piensa que su profesión puede ser «siniestra». «Cuando te acostumbras lo ves como lo más normal y natural. La gente me hace preguntas sobre si da miedo o es siniestro. En la vida real es algo de lo más normal, no hay que temerlo, es el curso natural de la vida, pero entiendo que exista cierta sensibilidad. Yo también la tenía antes».
Gorka Lertxundi Enterrador
Otro de los oficios olvidados por gran parte de la sociedad es el de enterrador. No obstante, ellos manifiestan que es una profesión «como otra cualquiera». Así lo define Gorka Lertxundi, enterrador del cementerio municipal de Polloe, en Donostia. Lleva 27 años trabajando como sepulturero en el camposanto donostiarra. Recalca que él prefiere esta expresión, 'sepulturero' o la de operario de mantenimiento antes que enterrador.
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Como todos los días desde aquella oposición de 1998, Gorka pasea entre las sepulturas de Polloe comprobando que todo esté en su sitio. Dan las 7.30 horas y junto a sus compañeros comienza una nueva jornada. «Nuestra labor principal es la de enterrar, pero también exhumamos cuerpos y realizamos traslados». Últimamente también ejercen otras funciones de mantenimiento, sobre todo de jardinería y limpieza. «Cortamos la hierba, los setos, podamos los árboles. Pintamos los caballetes, arreglamos las sepulturas, las calles. También limpiamos los panteones». Mucho más que enterrar. «Tenemos que mantener el cementerio bonito y limpio».
El Día de Todos los Santos es una fecha marcada en rojo en los calendarios de los cementerios. «Es una cosa tremenda. Hace muchos años era exagerado, hoy en día también pero hace años venía muchísima más gente. Yo creo que es por las costumbres de las personas mayores, que ahora vienen acompañadas. Los días previos viene muchísima gente a limpiar su panteón con cepillos y escobas, a poner flores. A estos días yo los llamo las fiestas de Polloe», bromea Gorka.
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Unas oposiciones del Ayuntamiento en 1998 posibilitaron que Gorka Lertxundi entrara a trabajar en Polloe, pero no fue algo buscado por él. «Yo estaba trabajando en otro sitio pero no estaba contento. Entonces, empecé a buscar otras cosas y me encontré con unas oposiciones del Ayuntamiento para un puesto de enterrador en Polloe. No es vocacional, ni se me había pasado por la cabeza que algún día iba a acabar trabajando como enterrador», admite. «Al principio tuve que aguantar muchas bromas de mis amigos. Me llamaban 'Enterrator' y se reían, pero la verdad es que es un trabajo curioso».
Lertxundi reclama «respeto» por su oficio. «Muchos piensan que es siniestro, pero yo siempre digo que es el segundo oficio más antiguo de la Tierra». En sus 27 años como sepulturero, ha visto muchas cosas. «Desde entierros con mariachis hasta descorchar botellas de champán, mil historias. Hay gente que se lo toma de una manera y otras personas que lo llevan de forma diferente. Es verdad que generalmente los entierros suelen ser tristes, pero no creo que sea un oficio siniestro».
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Aunque pueda parecer una profesión inquietante, él afirma no haberse sentido incómodo jamás. «Nunca me ha pasado. Cuando llegué a Polloe en mi primer día, el capellán de aquel tiempo me dijo que hay que tener miedo a los vivos, no a los muertos».
El constante contacto con la muerte ha hecho que la visión sobre la vida de Gorka haya cambiado con el paso de los años. «Ver entierros todos los días te hace apreciar más la vida, hay que aprovecharla porque te das cuenta de que cualquier día te puedes morir. La mayoría de veces suelen ser personas mayores, pero cuando son jóvenes es más duro todavía. Otra cosa que suelo tener en cuenta es que al ver desgracias como un fallecimiento, problemas de mi vida cotidiana no me parecen tan graves, no les doy importancia».
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Inma Palomero Cuidados paliativos
Inma Palomero es enfermera de cuidados paliativos en Tolosa y trabaja en constante contacto con la muerte. «Desde el año 2012, gran parte de nuestra dedicación es la atención a los pacientes con necesidades paliativas y el acompañamiento en el final de vida». En su trato con el paciente en la Clínica Asunción, más allá de técnicas complicadas destaca «al profesional cercano, comprensivo y compasivo. Al que es capaz de poner en práctica esa 'presencia cuidadora'. Nuestra labor es estar presentes, escuchar activamente, servir de soporte emocional e incluso espiritual. Y en los momentos finales procurar el mayor confort posible al paciente para evitar el sufrimiento y que muera en paz». Inma cuenta que la muerte de un paciente es una experiencia muy dura. «Desde luego este momento es siempre trágico. Estar cerca del sufrimiento y de la muerte da mucha angustia porque nos enfrenta a nuestro propio sufrimiento. Aparecen sentimientos de incertidumbre, de tristeza, pero también de agotamiento y de cansancio de vivir en esta situación. Muere un cuerpo y también una vida».
Estar en contacto con la muerte hace que profesionales como Inma valoren la vida de una forma distinta. «La vida es una oportunidad que debemos aprovechar, pero en mi opinión, no a cualquier precio. La realidad es que no todos tenemos una vida buena. En cambio, la muerte es el único hecho universal para todos, nos hace iguales. Por eso morir bien es tan importante como vivir bien».
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Sin embargo, un momento tan duro como el fallecimiento de una persona puede pasar factura no solo en el trabajo, sino también en su vida personal. «Los dos primeros años lo pasé mal, me llevaba a todos estos pacientes a casa, me costaba desconectar, algunos me producían una tristeza inmensa». Aun así, también supone un aprendizaje. «A pesar de todo, siento que me llevo más de lo que puedo dar, he aprendido mucho de todas las personas a las que he atendido».
Inma ha sabido ver el lado positivo de convivir con la muerte. «La experiencia te va diciendo que el camino es lo que verdaderamente importa, hacer las cosas bien. Todo esto para mejorar la calidad de vida del paciente. En definitiva, para darle vida a los días que le quedan. Reconoces la recompensa que te supone estar ahí, al lado de la muerte».
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