Persiguiendo la solidez en un mundo líquido

«Vivimos en una búsqueda constante de un contrato indefinido extrapolable a cualquier área de nuestro día a día. Perseguimos la solidez mientras buceamos en kilos de obsolescencia programada»

Jueves, 12 de mayo 2022

Entre los mensajes de aliento que se viralizaron a lo largo de los primeros meses tras el estallido mundial del covid-19, se auguraba una sociedad mejor en el momento que dejáramos atrás el escenario tan desconocido y de urgencia mundial en el que nos ... encontrábamos. «Saldremos mejores» «Una vez esto pasé, seremos más fuertes». Compartíamos de forma automática afirmaciones teñidas de esperanza que prometían devolvernos a un escenario diferente donde exprimiríamos la vida de una forma racional y consciente, en el que adoptaríamos una nueva perspectiva y equilibraríamos la balanza. Re-aprenderíamos a vivir, a discernir lo que realmente importa.

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Dos años después, algo sí ha cambiado. Está ocurriendo en la moda con una huída masificada de la 'fast fashion' acercándonos cada vez más a compras de calidad que nos acompañen durante años -que envejezcan con nosotros- pero también afecta a nuestras relaciones personales y a cualquier otro espacio de nuestra vida.

Ahora, en un mundo conquistado por la era líquida, impera una necesidad compartida por aferrarnos a cosas aparentemente sólidas. Buscamos con exasperación aquello capaz de resistir a nuestro lado el paso del tiempo: un bolso que nos acompañe décadas, relaciones para «toda la vida», una firma impulsiva de una hipoteca sabiendo que quizá cambiaremos de ciudad seis meses más tarde, compromisos de pareja que aseguramos con rotundidad durarán siempre. Vivimos en una búsqueda constante de un contrato indefinido extrapolable a cualquier realidad de nuestro día a día. Perseguimos la solidez mientras buceamos en kilos de obsolescencia programada. En la era más superflua y fugaz de la historia donde las fotos se borran en 24 horas, arrasamos en Tinder buscando una historia de amor como la de nuestros abuelos, como las de antes, sin entender que entonces la fórmula era otra.

Después de dos años del estallido mundial del coronavirus, me pregunto qué fue del tsunami de afirmaciones que marcaron los meses de confinamiento. ¿Hemos salido mejores? Permítanme dudarlo. Seguimos siendo los mismos, pero con una revelación: no somos invencibles. Con la esperanza de volvernos inmortales construímos nuestros propios límites cimentados en nuestros miedos. No somos mejores, pero sí más vulnerables, frágiles y desarmados. Buscando con exasperación un bunker de paredes invisibles, un arropo que nos mantenga a flote.

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