'Nixon dimite'. Viernes 9 de agosto de 1974. La primera página más famosa de la historia del periodismo, titular a toda plana de 'The ... Washington Post' y 'The New York Times'. Los dos diarios que investigan el escándalo Watergate se cobran la gran pieza: el presidente de Estados Unidos sale de la Casa Blanca en helicóptero. La gloria se la lleva el Post, al que consagra la película 'Todos los hombres del presidente'. Una legión de jóvenes se matricula en las facultades de periodismo para ser como Woodward y Bernstein. Nixon, un conservador, acaba su presidencia envuelto en la paranoia, ve conspiraciones por doquier y enemigos en cada esquina, los hippies, los negros, los judíos, los homosexuales, los comunistas, los Kennedy... En política exterior le toca lidiar con China y con la guerra de Vietnam. «Quiero que los norvietnamitas crean que he alcanzado el punto en el que podría hacer lo que fuera para parar la guerra». Así se formula la 'Teoría del loco', estrategia para hacer creer a sus adversarios que era irracional y volátil y, así, intimidarles. Cincuenta años después vuelve, porque, ¿está loco Donald Trump?
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Los analistas de política internacional coinciden: «No». Jesús Torquemada considera que «loco no está, porque hay bastante coherencia entre lo que piensa, dice y hace. Eso sí, Trump se muestra implacable cuando quiere conseguir posiciones ventajosas en una negociación. Me imagino que le encanta la escena de El Padrino de 'te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar'. Crea un problema donde no lo hay y luego exige concesiones para eliminar ese supuesto problema. Y si no le basta, usará la fuerza bruta en forma de aranceles o de amenaza militar. El mundo está volviendo a la época de la 'diplomacia de las cañoneras' y la ley del más fuerte».
Carlos Larrinaga niega la mayor. «La 'Teoría del Loco' no está probada ni nada parecido. Se le aplicó a Nixon, que no estaba loco, ni mucho menos. Por el contrario, fue uno de los presidentes más preparados. Pero era muy inseguro y tenía mucha estrechez de miras, estaba obsesionado con la URSS y convencido de que debía adoptar una posición de fuerza con Vietnam del Norte».
Sobre Trump, estima que «lo primero es que es un autócrata. En su libro 'Cómo mueren las democracias', Levitsky y Ziblatt se explica cómo un autócrata electo busca consolidarse deteriorando el sistema democrático. Describen tres estrategias para ello: apresando a los árbitros (judiciales, inteligencia...), marginando a los controles clave (prensa, oenegés...) y reescribiendo las reglas del juego. En su primera presidencia, recurrió a las tres estrategias. Ya intentó un golpe de estado al intentar revertir el resultado electoral. No hace falta la intervención del ejército para un golpe de estado».
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En campaña, The Washington Post preguntó a Trump cómo actuaría ante el expansionismo chino. «Tenemos que ser impredecibles. Somos totalmente predecibles. Y lo predecible es malo», respondió, alimentando la imagen de loco peligroso. David Brooks, columnista de The New York Times, alerta sobre los riesgos de esta estrategia: «Creo que puede ser eficaz, siempre y cuando no estés realmente loco». David Petraeus, general al mando de la guerra de Irak, señala que «puede haber algún mérito en la Teoría del loco hasta que te ves en una crisis».
Torquemada considera que la forma de actuación de Trump «es una estrategia, pero es innata y la ha usado a lo largo de toda su vida. Convierte en objeto de debate asuntos que eran tabú y busca ahí alguna ganancia. Vale, me olvido de ocupar el Canal de Panamá, pero vosotros, los panameños, rompéis los acuerdos que tenéis con China. Vale, retiro la idea de comprar Groenlandia, pero los daneses me dejan poner bases militares allí. Vale, lo de 'Gaza D'Or ciudad de vacaciones' iba en broma, pero a cambio reconocéis que Israel tiene derecho a controlar la franja de una u otra forma».
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Larrinaga afirma que «en política internacional aplica la ley del más fuerte. No tiene aliados ni amigos. En los aranceles al acero y el aluminio, impone el 25% a todos. Su estrategia se basa en la amenaza y el chantaje. Lo puede hacer porque no tiene frenos. En su primera presidencia, el Partido Republicano ejercía ciertos controles, pero ya no queda ningún miembro clásico del partido, son todo aduladores. ¿Loco? No es un loco, vive en un mundo paralelo y en el aislamiento se pierde la noción de la realidad. Está mintiendo todo el tiempo, pero le da igual. Tiene la capacidad de concentración de un tuit, lo que va unido a toda su ignorancia supina y su personalidad basada en la adulación».
Torquemada añade que Trump «actúa sin límites porque acumula un poder casi nunca visto: la Casa Blanca, las dos cámaras del Congreso y el Tribunal Supremo. Hay que dar tiempo para que funcionen los contrapesos. Ya hay varios decretos impugnados en los tribunales y cuya aplicación está en suspenso. Si miramos bien, no está consiguiendo tanto como vende su propaganda. Las deportaciones de inmigrantes, por ejemplo, no superan las mil diarias, cifras no mucho más elevadas que las que se produjeron en los mandatos de Obama y Biden. Pero Trump ha creado la impresión de que está deportando a muchos miles cada día y eso basta para contentar a su parroquia y sembrar el miedo entre los inmigrantes».
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No es fácil distinguir si su hiperactividad es un rasgo de personalidad o busca objetivos concretos. Torquemada estima que «las dos cosas. Lo que ha hecho nada más llegar a la Casa Blanca ha sido un bombardeo masivo de decretos. Ha firmado en veinte días tantos como otros presidentes en cuatro años. De esa forma, deja a sus partidarios entusiasmados, porque parece que cumple lo que les prometió, y a la oposición desarbolada, porque no sabe qué fuego debe apagar primero, si el de las expulsiones de inmigrantes, el de las medidas contra la libertad sexual, los despidos de funcionarios o los decretos que afectan al medio ambiente... Son demasiados frentes a la vez».
El mundo tiembla ante lo que pueda pasar con la gran potencia en estas manos. Larrinaga puntualiza que «Trump no ha utilizado nunca la fuerza, los demócratas han sido más partidarios de recurrir al ejército. Creo que el miedo está más justificado en el aspecto económico. No solo por Estados Unidos, también por China. Veo problemáticas serias. Ya lo pusieron sobre la mesa Draghi y Letta con sus informes. En el plano bélico soy más escéptico. Le veo más en lo económico por lo que hizo en su primera presidencia, aunque esta vaya a ser distinta».
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Torquemada incide en que «es ideología acoplada a unos intereses económicos concretos. El término neoliberalismo ya no vale para calificar a Trump y sus asesores. Quizá habría que hablar de un feudalismo de la era tecnológica. El rey permite a sus nobles, que son los señores de las grandes tecnológicas, que ensanchen su poder. Todo esto hay que encuadrarlo en la rivalidad con China. Los trumpistas creen que el capitalismo autoritario chino tiene una ventaja: que, al ser una dictadura, no debe someterse a regulaciones ni normas. Y van camino de imponer un capitalismo autoritario en Estados Unidos».
Larrinaga describe una «administración proteccionista y eso es legítimo. Desde finales del siglo XIX se da el debate entre librecambismo y proteccionismo. Este te puede pagar con la misma moneda y habría que ver si los aranceles se convierten en inflación o afectan a la renta disponible y a qué más. Si utilizas la expulsión de población, igual te falta mano de obra...». Prevé que Trump y las tecnológicas «chocarán. Sus intereses son contradictorios con las políticas económicas de Trump.
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No hay riesgo de que el actual presidente de Estados Unidos caiga por una noticia en un periódico. En unos tiempos en que la verdad vale lo mismo que la mentira (o menos, habría que conceder), el escándalo Watergate causa ternura. Trump dijo que podía disparar a alguien en la Quinta Avenida y su popularidad seguiría intacta. ¿Está loco?
Europa busca armar una estrategia común para afrontar los retos que plantea Trump. «¿Esto es un aliado?», se pregunta Carlos Larrinaga. «Europa está 'haciendo el canelo' frente a una Rusia que sí nos interesa. Con un vecino tan grande conviene llevarte bien. Rusia no es capaz de atacar a ningún país europeo. Va a bajar demográficamente porque no atrae inmigrantes, por eso ha recurrido a 10.000 soldados norcoreanos en Ucrania. Acusar a los excancilleres alemanes Schröder yMerkel de provocar dependencia del gas y petróleo rusos carece de sentido. ¿Y ahora? ¿Depender de Estados Unidos, que nos vende petróleo de fracking o gas licuado siete veces más caro que el ruso?».
Ante Trump, Europa solo tiene un salida, como explica Torquemada: «Unirse para hacer frente a las decisiones más perniciosas de Trump, pero eso es ya casi imposible. En el primer mandato de Trump, solo había dos gobiernos de extrema derecha en la Unión Europea (Polonia y Hungría). Hoy hay cinco en los que está presente la extrema derecha: Italia, Hungría, Holanda, Eslovaquia y Finlandia. Y se podría incluir ahí al nuevo primer ministro belga, el nacionalista flamenco Bart de Weber, puesto que sus eurodiputados están en el grupo liderado por Meloni. Esos gobiernos de extrema derecha van a funcionar como submarinos de Trump para torpedear la unidad europea».
Esas terminales del trumpismo en el Viejo Continente preocupa, según Larrinaga «porque esta gente puede torpedear la unidad de la UE. Frente a Trump hay que ser muy tajantes, porque si no ni siquiera eres de tercera división, sino de cuarta o quinya. Me preocupa no tener una voz. Von der Leyen no es una líder con esa voz fuerte. De todas formas, aquí se ha hecho poca autocrítica. ¿Por qué la ultraderecha va a ser la segunda fuerza en Alemania? ¿Los partidos trradicionales y Bruselas lo han hecho todo bien? ¿Millones de votantes son neonazis?
El elefante lleva tiempo en la habitación, pero ahora se ha hecho muy grande.
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