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El run-run en Washington es en qué momento Elon Musk hará las maletas y se marchará de la Casa Blanca. Y si lo hará ... amigablemente o se llevará las donaciones que ha apalabrado con los republicanos para las elecciones intermedias de 2026 y el respaldo de la red social X, cuyo editor-jefe de noticias tiene un sillón asignado en la sala de prensa presidencial.
Las encuestas de este fin de semana señalan que dos de cada diez republicanos se alegrarán el día en el que el asesor del presidente Trump deje el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) desde el que orquesta reformas y despidos en la Administración de EE UU. Tres sondeos coinciden en que entre el 20% y el 23% de los conservadores tienen una mala opinión sobre el propietario de Tesla; y todavía mucho peor respecto a su acumulación de un poder por encima del que ha acuñado ningún consejero en la historia del Gobierno.
Es solo un dato desfavorable, pero existen más. Por cada estadounidense que le apoya, dos le rechazan. Guarismos suficientes como para que un antiguo empresario forjado en el salvaje mundo inmobiliario de Nueva York y Las Vegas haga cálculos desde el Despacho Oval y decida que Musk ya es un número en rojo en su Ejecutivo.
Aunque el gabinete niega este extremo, el propio presidente ha dejado caer que es cuestión de semanas o meses que su principal asesor termine la labor institucional y regrese al frente de sus negocios; especialmente de Tesla, blanco de las iras contra los recortes y cuya caída en Bolsa han supuesto pérdidas de 140.000 millones de dólares a su dueño en dos meses y medio.
¿Habrá guerra entre Trump y Musk antes de su aparente separación? Algunas voces internas afirman que los dos continuarán su colaboración. El jueves pasado el jefe del Ejecutivo reunió a todo su gabinete para que diera su opinión sobre el asesor. Una reflexión conjunta o una encerrona, según se mire. Volaron cuchillos y el jefe de X se llevó más de una amonestación. Pero al día siguiente los dos subieron al Air Force One para pasar el fin de semana en Mar-a-Lago.
Es esa ambigüedad de la extraña pareja lo que impide vaticinar un futuro, Una gran parte del partido teme una disociación traumática dado lo imprevisible del temperamento de sus dos protagonistas. Los republicanos salieron de las elecciones como un bloque compacto y poderoso. El partido domina el Congreso, tiene una presencia estatal relevante, un gabinete devotó del comandante en jefe y, sobre todo, ha desnortado a los demócratas, que todavía no han centrado su discurso opositor ni han encontrado líder tras la estrepitosa derrota de Kamala Harris.
Los canales más a la derecha opinan que una confrontación descarnada entre el propietario de Space X y el presidente no sucederá porque afectaría negativamente a los intereses de cada uno. Pero una simple crisis, como ya se atisba, puede sembrar dudas profundas sobre la fiabilidad -o fragilidad- de la Administración, además de evidenciar las consecuencias negativas de un presidente demasiado personalista y confirmar el fallido experimento de nombrar como primer escudero a un empresario tecnológico de éxito, pero escasamente empático y con nula idea de política. La hipótesis de provocar un caos simultáneo para ver qué sucede y evolucionar hacia un mundo mejor encaja bien en un instituto tecnológico, pero no con 2,5 millones de funcionarios, la Sanidad, la guerra de Ucrania y los aranceles mundiales.
En Washington se especulaba este lunes con el sentido que Musk quiso dar a su discurso del sábado ante la ultraderechista formación italiana de la Liga de Matteo Salvini. Después de que Trump anunciara un listado global de aranceles, el multimillonario expresó su deseo de que EE UU y la Unión Europea lleguen a una situación comercial libre de tasas. La misma UE que amenaza a su red social X con una multa de 1.000 millones de dólares por desinformar, de acuerdo con la reciente Ley de Servicios Digitales europea.
Aparte de distanciarse del presidente, el multimillonario arremetió contra Peter Navarro, el veterano economista de 75 años que ha asesorado al inquilino del Despacho Oval y predice que EE UU recaudará 600.000 millones de dólares al año con los aranceles. Musk suele alardear en Washington de haber levantado un imperio «desde la nada» y el sábado afeó a su colega de gabinete que no hubiera «construido» empresa alguna tras desdeñar su título universitario. La cuestión es que el presidente tiene una especial relación con Navarro. Hace un par de años éste se negó a comparecer en la comisión del Congreso que investigaba el asalto al Capitolio de 2021 y el posible papel del líder republicano en esta rebelión. Navarro cumplió cuatro meses de condena en prisión por desacato y eso, su jefe, no lo ha olvidado.
Musk también ha cometido el error de enfrentarse a Marco Rubio, el secretario de Estado y principal valedor en una política exterior enérgica y severa. El jefe del DOGE enfureció al político latino hace un mes al cerrar la Agencia para el Desarrollo Internacional (ayuda exterior). En la acalorada reunión del gabinete del pasado jueves, le espetó también a Rubio que sólo era bueno para «salir en televisión». ¿Qué más quieren? El jefe de la diplomacia replicó a Musk y sugirió que su trabajo era poco más que puro espectáculo. Eso se llama meter el dedo en la llaga. Al dueño de Tesla le han criticado reiteradamente porque sus sonados recortes apenas han reducido el gasto público. Trump, mientras tanto, se limitó a escuchar en medio del creciente asombro de otros dieciocho miembros del Gobierno. Y al final destacó el «gran trabajo» de Rubio.
El presidente parece dispuesto a poner límites a su principal consejero. Ha anunciado en un tuit que el plan de contención del gasto se hará a partir de ahora con «bisturí» y no con un «hacha». Y ha ordenado que los secretarios de Estado sean más autónomos y ellos mismos decidan los despidos. Algunos, como Sean Duffy, responsable de Transportes, han expresado su enfado por las injerencias de los jóvenes tecnológicos de Musk en áreas como la suya o el propio Tesoro. Duffy le responsabiliza de expulsar a curtidos controladores aéreos para ocupar esos puestos con sus empleados, dentro del proyecto del Gobierno de modernizar el sistema aeroportuario. El secretario de Asuntos de los Veteranos, Doug Collins, ha alertado también contra los ceses masivos en su departamento. Los exmilitares constituyen una de las grandes fuerzas electorales de los republicanos. El presidente le ha dado la razón e instado a retener a los «inteligentes».
El triunfo republicano en las elecciones se basó en gran medida en la promesa de mejorar las economías domésticas de los americanos y, si bien el recorte del gasto «superfluo» en la Administración resulta una propuesta popular atractiva, muchos conservadores creen que va camino de convertirse en un bumerán con Musk al mando. Errores, manifestaciones en contra, ceses por mail totalmente despreciativos y, sobre todo, su número -más de 800.000empleados públicos- asustan a en un partido que recuerda cómo Barack Obama salió escaldado de su plan de recortes fiscales de 2013 en el que se contemplaban 750.000 despidos.
La Administración federal tiene 2,4 millones de trabajadores civiles. La mayoría son ciudadanos comunes, de clase media, trabajadora, con ideas políticas moderadas y estudios medios y universitarios. Tres de cada diez son veteranos. Alarmados por las manifestaciones que los funcionarios celebran en distintas capitales, algunos dirigentes republicanos han hecho llegar a Trump su preocupación por que la motosierra de Musk decante a toda esta masa hacia posiciones demócratas simplemente como un revulsivo contra el trumpismo, y que acuñe adeptos mes a mes. Se teme un movimiento de resistencia ante un asesor que estaría midiendo su éxito por el número de empleados despedidos.
Pese a todo, el gran golpe a la continuidad del multimillonario se produjo la semana pasada tras la derrota republicana en las elecciones a la Corte Suprema de Winsconsin. Pese a que Musk se volcó estrechamente en la candidatura del reaccionario Brad Schimel y puso veinte millones de dólares de su bolsillo en la campaña, al final ganó la demócrata Susan Crawford.
Este triunfo ha tenido un grave efecto moral en la derecha. Es la primera derrota del neotrumpismo (tecnológico) y puede convertirse en un anticipo de una futura debacle en las elecciones intermedias de 2026, donde estarán en juego los 435 escaños de la Cámara de Representantes y una treintena del Senado. Que Musk diera un discurso con un sombrero en forma de queso tampoco ayuda demasiado a que Trump no le considere un lastre.
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