«Mis padres me dicen que salve a la niña, que ellos se quedan en Ucrania»
dv viaja en un convoy de voluntarios de dya gipuzkoa ·
Ocho voluntarios y una ucraniana que busca a dos familiares, a los que acompaña un periodista de EL DIARIO VASCO, trasladan a Polonia material humanitario y regresarán a Gipuzkoa con 18 refugiados ucranianos
«Lo hemos preparado todo en muy poco tiempo, pero en el fondo vamos un poco a la aventura porque no sabemos qué nos vamos ... a encontrar allí. Y tampoco será fácil moverse». Con este espíritu que cuenta Javier Barace, este donostiarra y otros siete voluntarios más de DYA han partido esta mañana desde Donostia junto a un periodista de EL DIARIO VASCO hacia la frontera ucranio-polaca con un doble fin: descargar en el campo de refugiados de Przemysl todo el material sanitario y humanitario (comida, ropa, sacos de dormir...) que trasladan en tres furgonetas, y recorrer después los 13 kilómetros que restarán hasta el paso fronterizo de Medyka, donde llenarán los vehículos con 18 personas que hayan logrado salir de Ucrania para traerlas a un albergue de la Diputación de Gipuzkoa, lejos de la sinrazón bélica.
Entre ellas estarán Zlatka y Alina, la nieta de 4 años y la nuera, respectivamente, de Oksana Slavych, una ucraniana afincada desde hace nueve años en Orio, en el barrio de Ortzaika. Esta mujer entiende euskera y habla castellano, ucraniano, polaco y ruso, por lo que ejercerá de intérprete. Más le cuesta traducir el enjambre de sentimientos que le mantiene en vilo desde que Vladímir Putin blandió el hacha de guerra: la alegría por rescatar a su familia, la preocupación por sus dos hijos, Nazar y Alex, que con 29 y 22 años están en esa franja de edad entre los 18 y 60 que les prohíbe salir de Ucrania en plena contienda, y la resignación por sus padres, seguros de querer aguantar hasta el final en su tierra. «Dicen que me ocupe de la niña, que ellos se quedan».
Más de 2.500 kilómetros separan Gipuzkoa de Medyka. En furgoneta, calculan unas 30 horas parando solo para repostar, estirar las piernas y picar algo. Desde las 8.15 de hoy hasta las 14.00 de mañana miércoles.
«El viaje es una paliza», asumía antes de salir la gerente de DYA, Maider Makazaga, satisfecha por la «gran respuesta» del voluntariado. De hecho, no había sitio para todos los predispuestos. La expedición la componen, además de Oksana, el irundarra Gorka Velaz, el errenteriarra Jaime Hernández, el urnietarra Iker Aizpurua, el hondarribiarra Eukeni Portu, los donostiarras Rafael Menéndez y Javier Barace, y los usurbildarras Harkaitz Imaz e Iñigo Villafafila. Para este último, la ruta es pan comido: trabajó más de 12 años como camionero y casi conoce los baches hasta Polonia.
«Cuando surgió la opción, no lo dudé y pude coger vacaciones. Será duro, pero es bonito poder ayudar a esta gente«. Y como él, el resto opina parecido. Harkaitz tiene grabada sus vivencias con DYA cuando un terremoto asoló Irán en 2003. En 2010 llegó el de Haiti. »Son experiencias que no se olvidan« y reconforta »poder ayudar«.
Además de buen conductor, Iñigo tiene buen gusto musical. En la radio suena Bruce Springsteen en bucle. «Tengo el dedo en el gatillo/ y no sé a quién creer», canta el de Nueva Jersey desde el pellejo de un soldado en Irak. Los hijos de Oksana no han sido llamados a filas. Nazar ya sirve al Estado al trabajar en una central eléctrica. «Ahora trabajan s turnos de 24/7 para producir electricidad para los trenes, que llevan miles de personas, material, armas...», cuenta Oksana. A Alex aún le queda un curso para licenciarse como informático, y la guerra ha convertido sus clases a formato 'online'. Como no sabe disparar, «por ahora» no lo han reclutado.
Según nos acercamos a Burdeos, el cielo deja de chispear y aún terminará saliendo el sol. Esos rayos nos parecen hasta injustos cuando en Ucrania nieva, el termómetro se expresa en negativo y la población tirita al raso. Oksana se revuelve en sus pensamientos en la primera parada del viaje, justo para ir al baño, en Libourne. Ya no se siente tan «impotente» como en Orio. «Quería ayudar. Llevo 12 días con la mente en mi país. Miro las noticias, el teléfono...». Su abuelo materno era polaco y se empeñó en que su familia hablara su lengua. El ruso era obligatorio en su niñez soviética y la calle se expresaba en ucraniano. Así dominó los tres idiomas.
Su familia reside en Leópolis, a 70 milómetros de Polonia. La guerra no ha alcanzado a esta bella ciudad que ha puesto a refugio sus estatuas y monumentos, pero «nadie está a salvo en una guerra». Y señala a Vinnytsia, «una ciudad muy tranquila» que hace dos días fue atacada «por seis misiles. No sabemos qué puede pasar». Su desazón se dispara al pensar en el riesgo de que los ataques rusos apunten a las centrales nucleares. «En mi infancia ocurrió la catástrofe de Chernóbil, que aún pagamos las consecuencias, con muchos cánceres y problemas».
Uno de aquellos hijos del accidente nuclear es Ivan, quien pasó cinco veranos y dos navidades en casa de Javier Barace, como hacían cada año decenas de familias guipuzcoanas. Uno de los objetivos del viaje es traer de vuelta a Ivan, que tiene 23 años y problemas coronarios con varias operaciones a vida o muerte. No es apto para combatir, pero sí, por ejemplo, para cocinar al ejército. Por tanto, no le dejar huir de la guerra, que es su propósito. Sentados frente a una tortilla en un área de servicio en Corrèze, donde nos han sacudido 2,37 euros por cada litro de gasoil, Barace muestra su preocupación antes de proseguir el viaje con un relevo al volante. «Ayer intentó pasar a Medyka, pero no le dejaron. Hoy lo iba a intentar por otro sitio para ir juntarse mañana con nosotros». A las 16.30 horas, Ivan le hace llegar un mensaje: «Dice que desde las 10.30 está en la cola para cruzar el río. Está muerto de frío». «Lo va a tener muy complicado», teme Barace, que con 73 años es el más veterano de la expdición. Pero finalmente el joven le ha llamado a su mujer para que le informara de que ha logrado cruzar la frontera junto a una chica a las 17.30 horas. Ha señalado que lo han hecho helados de frío. Ha subrayado por teléfono que la situación en la zona es una locura y que hay muchísima gente. Ha admitido que no sabe decir por dónde ha cruzado el río.
Springsteen y su E Street Band claman contra la guerra en 'War'. Su letra denuncia que la guerra no sirve para absolutamente nada, destroza vidas inocentes, lleva lágrimas a los ojos de miles de madres y solo es amiga del enterrador; la guerra no puede dar vida. Pero el conflicto entre Rusia y Ucrania ha activado a ocho voluntarios y una ucraniana a aportar su granito de arena en el desierto. Las tres furgonetas siguen su avance. Francia acaba en Mulhouse, ya en la noche asoma Alemania, con la confianza de cruzar Chequia y las dudas de lo que deparará el miércoles camino a la desesperación en Medyka.
Los refugiados serán acogidos por familias guipuzcoanas
Los 18 refugiados ucranianos que DYA ha previsto recoger en Medyka (Polonia) serán alojados con familias de acogida guipuzcoanas en lugar de un albergue, según confirmó ayer la Diputación de Gipuzkoa a la gerente de la asociación, Maider Makazaga. De este modo, se les facilitará más sus primeros días en el territorio. La identidad de algunos estaba confirmada desde hace unos días, pero otros de los contactados o han partido ya o lo quieren hacer a la primera ocasión que puedan. En la sede de DYA se sucedieron ayer las llamadas de particulares para pedir la recogida en Polonia de algún familiar o allegado, y también para ofrecer ayuda o mostrar la intención de acudir a la frontera ucraniana.
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