Tras diez años de guerra, «agur, Siria. No podemos volver allí»
Refugiados en Gipuzkoa ·
Fátima y Musa llegaron a Gipuzkoa en 2017 desde el Líbano con dos de sus hijas. Hoy, asentados en San Sebastián, echan la vista atrás para recordar la guerra que les hizo huir de Siria en 2013
«A Zahara le gusta Peppa Pig», comenta Musa entre risas y en un castellano entendible señalando la mochila de la que la menor de sus tres hijas, la de tres años, no se quiere despegar. La niña camina por la sala detrás de sus hermanas mayores. Todas se sientan en la mesa, como les piden sus padres, y se ponen a dibujar. Cada una en su hoja, pero compartiendo los rotuladores, pintan lo que quieren. Mientras Fátima y Musa, de 24 y 33 años, respectivamente, se acomodan en una silla para echar la vista atrás y recordar cómo se vieron obligados a huir de Siria hace ya ocho años. Ocho años en los que no han visto a su familia y en los que la incertidumbre les ha acompañado hasta que llegaron a Gipuzkoa en 2017. Hoy, emocionados, agradecen vivir en San Sebastián, «tener un trabajo y que las niñas puedan ir al colegio».
«Menos mal que estamos aquí», repite Fátima. Es como un mantra para ella, pero es como se siente. «Nosotros estamos muy bien pero la gente en Siria esta muy mal», cuenta. Se detiene un instante y prosigue: «Hay muchos niños sin padres ni madres, están en un campo de refugiados y no tienen nada ni a nadie». Aunque ahora viven a más de cuatro mil kilómetros de distancia, saben muy bien lo que ocurre en su país natal. No han perdido el contacto y hablan por 'whatsapp' con amigos y algunos familiares que todavía hoy siguen atrapados allí. «Hay gente que no puede salir. Turquía cierra las fronteras y las mafias piden mucho dinero. No pueden pagar. Solo el 'billete' de un niño cuesta 1.000 euros y no se sabe qué puede pasar», ejemplifica Musa, el padre, que tiene dos hermanas en Siria y no sabe cuándo podrá volver a verlas. Musa, cuando puede, cuando a final de mes sobra algo, les manda dinero, pero es que «tengo que pagar la casa, las tres niñas...», se justifica.
Han pasado los días y los años, pero hay una fecha que ninguno olvida: el 18 de diciembre de 2013. Es el día que hicieron las maletas y pusieron rumbo a Líbano al ver que la situación en Siria, donde había estallado la guerra en marzo de 2011, «se complicaba». «Yo tenía un hermano en Líbano y fuimos allí a vivir porque había trabajo», justifica Musa. Pasaron seis años en el país vecino viviendo «en una casa muy pequeña». Allí, nacieron Rama y Maram. Al ver que era cada vez más difícil quedarse en Líbano, la pareja decidió pedir ayuda y venir a Europa. «Nos dieron varias opciones. Primero podíamos ir a americanos-refiriéndose a América-, donde Trump, Francia o España», explica el padre. «Luego, vino un grupo de españoles a Líbano, hicimos una reunión en la que nos explicaron muchas cosas y seis meses después, más o menos, salimos y llegamos a Zarautz», relata Fátima.
«Hay gente atrapada en Siria. Turquía cierra las fronteras y las mafias piden mucho dinero a cambio de intentar ayudarte a salir»
fátima, 24 años
Los Fátima y Musa que llegaron hace cuatro años desde el Líbano han cambiado mucho respecto a los de ahora. Hoy, después de haber pasado por el programa de acogida a los refugiados, están integrados, hablan castellano y tienen un trabajo y una casa en la que vivir. Aunque su idioma materno es el árabe con sus hijas mezclan las palabras que han ido aprendiendo en castellano y el lenguaje de signos. Rama, de 6 años, es la hermana mayor, nació en Líbano, la primera parada que hicieron cuando huyeron de Alepo, y es sorda. Maram, de 5 años, también nació en Oriente Próximo y se desenvuelve con facilidad en castellano y euskera. «Sabe menos árabe», cuenta su madre, «porque en el colegio y con los amigos habla en castellano», se congratula. Zahara, de tres años, es la única donostiarra de nacimiento. «Todas van al colegio Amara Berri, les gusta mucho y están encantadas. Además, las dos niñas que son sordas tienen profesoras de lenguaje de signos y nosotros también hemos aprendido», relata Fátima, a quien una frase de su hija mediana le desconcertó. «No sé muy bien quién es mi madre», le dejó caer Maram a sus padres. Al principio estos se sorprendieron, pero al preguntarle por qué lo entendieron. «Porque vosotros sois árabes y yo hablo castellano y euskera», contestó la pequeña. Sus padres, al recordarlo, se echan a reír. «Le tuvimos que explicar toda la historia, que somos refugiados y tuvimos que huir de Siria», recuerda la madre.
Los datos
12 millones de sirios
, la mitad de la población del país antes del conflicto, han tenido que huir de sus hogares y están desplazados dentro y fuera de Siria
5,6 millones de refugiados
se encuentran dispersos por todo el mundo, la gran mayoría en Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto
6,2 millones de personas son desplazados internos
, el mayor número en todo el mundo, y la gran mayoría subsiste en condiciones críticas.
Ahora están asentados, pero el camino no ha sido fácil. Para una persona refugiada nunca lo es. «El primer año fue el más difícil. Fue difícil por el idioma, por que no había trabajo, pero poco a poco fue mejorando», cuenta Musa. Su principal preocupación al poner un pie en Gipuzkoa era el no entender el castellano y la incertidumbre de si las niñas estarían bien o no. «No sabíamos nada, no sabíamos si íbamos a estar bien, si las niñas iban a poder estudiar», sostiene Fátima, pero «vimos que todo era mucho mejor de lo que pensábamos». Desde que llegaron a Gipuzkoa en 2017 desde el Líbano, de la mano de ACNUR, su vida ha dado un giro. Al principio llegaron a Zarautz y allí siguieron los pasos que les iban marcando desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) para adaptarse e integrarse lo mejor posible. Con el tiempo, aprendieron el idioma, se hicieron con las costumbres y se adaptaron a esa nueva etapa. Al tiempo, les trasladaron a San Sebastián para que las niñas con problemas auditivos pudieran ir a un colegio que se adaptara a sus necesidades. Ahora, después de tres años en San Sebastián, son felices porque tienen una casa alquilada, amigos y Musa sigue ejerciendo de electricista.
Musa cuenta, con esperanza, los planes que tiene. Quiere ir a ver a sus padres a Turquía porque lleva «8 años sin ver a la familia». Están a la espera de que «la Zahara» -como él la llama cariñosamente- tenga el N.I.E. y pueda viajar. Con los ahorros, «queremos ir un mes a ver a la familia, que conozcan a la pequeña, y después volver a trabajar», dice Musa ilusionado. Ocho son muchos años y la espera se hace larga. Afortunadamente las noticias que les llegan desde el país de Erdogan son buenas. «Están todos bien», explican. Lo cierto es que más de 3,6 millones de sirios han encontrado refugio del conflicto que empezó hace una década en Turquía, el país vecino, entre ellos alrededor de 1,5 millones de niños menores de 15 años, según cifras oficiales.
«Llevamos ocho años sin poder ver a nuestra familia»
musa, 33 años
La historia de esta familia es solo una entre un millón. Con matices, circunstancias diferentes y finales dispares, los testimonios de los refugiados sirios tienen un punto en común: la guerra les obligó a escapar. Hoy se cumplen diez años desde que en el marco de la Primavera Árabe estallara un movimiento de protesta en Siria, gobernada durante los últimos 40 años por la familia Al Asad. Cuando parecía que los días de Bashar en el poder estaban contados -la ola de la primavera árabe ya había derrocado al tunecino Ben Ali y al egipcio Hosni Mubarak- el mandatario se hizo fuerte, reprimió las protestas y sumió al país en una guerra civil que todavía no ha terminado.
Siria es ahora un campo de ruinas al que Fátima y Musa no creen que puedan volver. «Siria es mala ahora. Agur, Siria», descarta Musa. El joven electricista habla de la libra siria, de cómo se ha devaluado, de la falta de trabajo, de comida y de la imposibilidad de vivir en el país que le vio nacer. De sus palabras se desprende cierta pena de no poder enseñar a sus hijas sus orígenes, pero allí, en Alepo, ya no queda nada. Sueñan con una vuelta sí, pero es complicado. Anhelan ese Alepo en el que se conocieron y empezaron a construir. «Sí, me gustaría volver, pero primero se tiene que arreglar la situación y es muy difícil», responde Fátima, que escapó del país siendo menor de edad. Musa, sin embargo, no lo tiene tan claro. De hecho, vería más factible ir a Turquía, donde está ahora parte de su familia: «A Siria yo no vuelvo. Agur, Siria».
«La población se enfrenta a una situación desesperada. No ven ninguna salida al conflicto, ni ninguna señal de mejora. Su situación se ve agravada por una grave crisis económica y la pandemia de COVID-19. Viven en el miedo constante a una nueva ofensiva militar, que significaría otro desplazamiento y la necesidad de encontrar un lugar seguro en un área geográfica muy limitada», afirma Francisco Otero y Villar, coordinador general de MSF para Siria.
Cuando se cumplen 10 años del inicio de la guerra en Siria, sus efectos siguen siendo devastadores para millones de sirios. La guerra civil parece no llegar a su fin y ya son 13 millones las personas dentro del país que necesitan ayuda humanitaria, según datos de Naciones Unidas. Además, casi 12 millones de sirios, la mitad de la población del país antes del conflicto, han tenido que huir de sus hogares y están desplazados dentro y fuera de Siria.
Aunque la intensidad de los combates en la zona ha disminuido considerablemente desde que se firmó el último alto el fuego hace un año, muchas personas, incluidas mujeres y niños, siguen fuera de sus hogares y viven en condiciones extremas. En 2020, varias zonas civiles e infraestructuras, incluidas instalaciones médicas, fueron regularmente atacadas y miles de personas murieron o resultaron heridas, y cientos de miles fueron expulsadas de sus hogares. Además, casi un millón de personas se vieron obligadas a desplazarse durante la última ofensiva en el noroeste de Siria, que se prolongó hasta marzo de 2020.
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