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El peligro de las sectas suicidas en África
Masacre en Kenia ·
El hallazgo de 110 cadáveres de seguidores del pastor Peter Nthenge Mackenzie, muertos por inanición, alerta sobre la peligrosidad de algunas 'iglesias' africanasSecciones
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Masacre en Kenia ·
El hallazgo de 110 cadáveres de seguidores del pastor Peter Nthenge Mackenzie, muertos por inanición, alerta sobre la peligrosidad de algunas 'iglesias' africanasLa muerte era la única manera de escapar de la condenación. Peter Nthenge Mackenzie lo niega, pero algunos disidentes de su congregación aseguran que, en los últimos tiempos, el mensaje sabatino tenía tintes apocalípticos. Este pastor clamaba por el absoluto sacrificio. Los adultos debían renunciar ... a sus oficios, los niños no podían acudir a la escuela, y todos estaban llamados a ayunar hasta la muerte para conocer a Dios y evitar su reprobación. Parece difícil de creer, pero muchos fieles de la iglesia Good News International Ministries (GNIM) siguieron la doctrina letal a pies juntillas. A finales del pasado mes de abril se hallaron 110 cadáveres enterrados en tumbas poco profundas excavadas en el bosque de Shakahola, a 70 kilómetros de un paraíso tropical llamado Malindi, en la costa sureste de Kenia.
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La mayoría de los cuerpos desenterrados corresponden a niños y mujeres vinculados a dicho colectivo religioso. Algunos perecieron de inanición, otros cuatro, al menos, fueron estrangulados o golpeados con efectos letales. Además, aún hay 360 personas desaparecidas vinculadas con el culto. El presunto incitador, detenido junto a su mujer y otros 16 acólitos, no asume ninguna responsabilidad al respecto. Según su testimonio, hacía tiempo que había abandonado la prédica, cerrado su templo en la ciudad y se había convertido en un granjero más.
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En cualquier caso, no se trata de la historia de una masacre inesperada. El culto de Malindi, como es llamado popularmente, ya había sido objeto de la atención de la Administración. Hace seis años las autoridades se llevaron a 93 niños integrados en este colectivo por la negativa de sus padres a que recibieran tratamiento médico. Como otras sectas, sus postulados eran radicales. Rechazaban la educación, el deporte y la sanidad, tachándolas de nocivas influencias occidentales y, entre sus demonios, también se hallaban la iglesia Católica, Naciones Unidas y Estados Unidos.
La acogida que obtienen en África entidades de este tipo sí que resulta asombrosa. GNIM era el proyecto personal de un taxista de Nairobi aficionado a sermonear. Su irrupción en el concurrido escenario de la fe tuvo lugar en 2003 y consiguió numerosos adeptos convencidos de que el antiguo chófer gozaba de conexión directa con Dios. En pocos años había obtenido una fortuna gracias a las donaciones, adquirido propiedades y abierto una estación de televisión para diseminar su discurso, tal y como hacen aquellos hombres de la fe con más medios.
El mensaje audiovisual llegó también a la Administración. No se puede advertir de la llegada del Apocalipsis sin generar suspicacias. Las instituciones pronto recelaron de alguien con capacidad para atraer seguidores y rechazar la enseñanza reglada y el Huduma Namba, el sistema nacional de identificación. Su llamamiento a evitar este procedimiento burocrático y la acusación de secuestro de niños dio lugar a su procesamiento.
La atmósfera se enrarecía. Quizás no se avecinaba el fin del mundo, pero un cúmulo de dificultades se barruntaba para Mackenzie, que optó hace seis años por recluirse en la remota aldea de Shakahola con buena parte de sus fieles. Curiosamente, había de comparecer en un tribunal el próximo 26 de junio. Antes de que su destino se dilucidara, el acusado, al parecer, decidió el de los suyos.
La comunidad donde imperaba el hambre es tan sólo una de las más de 9.000 iglesias independientes o sectas diseminadas por todo el continente africano, aunque no se trata de un fenómeno específico, sino global. Muchas son sucursales de otras llegadas de América o Asia, y, por otra parte, han surgido poderosas instituciones locales con vocación internacional que se diseminan por el mundo a través de la nutrida diáspora africana, sobre todo de aquella procedente de Nigeria y Congo.
El sacerdote católico Laurent T. conoce el fenómeno porque nació en Benin, país ribereño del Golfo de Guinea, aunque reside actualmente en Madrid. «En el grupo de whatsapp que comparto con otros compañeros de facultad nos reíamos de las denominaciones de estas nuevas iglesias, con faltas de ortografía graves», explica e indica que muchas nacen de la oportunidad, de individuos que un día deciden cambiar el rumbo de su vida aprovechando tanto sus dones para la oratoria como la incultura y la buena fe de la gente. La religiosidad de la población es el campo abonado en el que prenden estos proyectos espirituales. «El africano es visceralmente creyente, mientras que en Occidente la fe sobra», aduce. «Allí no se ha llegado a esa soberbia, no se ha quitado esa dimensión sobrenatural».
La soledad también es otro factor que favorece su expansión. El éxodo interior, la emigración hacia las ciudades es abrumadoramente superior a la que tiene Europa como destino. La pérdida de raíces y el extrañamiento que padecen los recién llegados en entornos hostiles y hacinados, incrementan la vulnerabilidad de individuos. «Las sectas suelen ser lugares de acogida donde reciben a las personas y les facilitan cariño fraternal. Ahí no eres uno más», alega y apunta su proliferación en la periferia de los grandes núcleos urbanos.
La renovación carismática caracteriza las ceremonias religiosas de estos movimientos. El sentido experiencial prima sobre los dogmas. «La gente acude a vivir la fe, a bailar, rezar, asistir a milagros y ya está», explica. «Es una religiosidad sin criterios, se habla con Dios y él nos escucha, no hay más».
El espectáculo, las canciones vibrantes, la homilía encendida y los golpes de efecto forman parte de las celebraciones, a menudo multitudinarias. Con frecuencia, los pastores llevan a cabo sanaciones en directo, muy adecuadas en lugares donde la sanidad es privada e inasequible para la mayoría. A veces, la necesidad de asombrar y seducir al feligrés empuja a actos delirantes, como alentar a comer hierba o beber gasolina, tal y como sucedió hace varios años en los oficios del sudafricano Daniel Lesego.
La colecta supone una forma de corresponder a este amor y a la entrega del pastor. «Los fieles se vuelcan y entregan todo», lamenta. La creciente prosperidad de estas nuevas iglesias resulta sorprendente, incluso en países donde la miseria atenaza a grandes sectores de la población. La educación aparece como la manera de evitar la manipulación, a juicio de Laurent T. porque el control efectivo es un objetivo a largo plazo. «Hablamos de países con muchos desafíos, y el desarrollo resulta esencial. La secta intenta nublar la capacidad crítica y eso se combate con la educación. Se aprovechan de la pobreza cultural y espiritual», lamenta.
El registro de estas confesiones en el respectivo Ministerio del Interior y la exposición de sus estatutos se antoja también necesaria para evitar excesos. «Si la justicia responde a sus atropellos y procesa a los criminales, desanimará a los demás», sugiere.
El suicidio colectivo de Malindi resulta especialmente grave, pero ni siquiera ha sido el único en la misma zona. Pocos días después del arresto del pastor Mackenzie fue detenido en la misma ciudad el televangelista Ezekiel Odero, por su relación con varias muertes sospechosas en el recinto del Centro de Oración y la Iglesia Nueva Vida, su iglesia particular.
La apología de la inanición no es el hecho más grave relacionado con las sectas africanas. Súbitamente, el 17 de marzo de 2000 fueron cerradas las puertas del templo de Kanungu (Uganda). Su interior acogía a 300 miembros del Movimiento para la Restauración de los Diez Mandamientos de Dios. Poco después, la edificación se incendiaba atrapando a todos los que permanecían en su interior.
La investigación de la masacre reveló la existencia en la finca de la secta de fosas comunes con decenas de cadáveres. Sus impulsores anunciaban el colapso del mundo con el cambio de milenio. Pero el fin de los tiempos no llegaba y los fieles comenzaban a protestar y reclamar los bienes que habían entregado a la congregación. Las pesquisas apuntaron a la culpabilidad de sus fundadores, Credonia Mwerinde, una exprostituta, y Joseph Kibwetere, antiguo funcionario estatal. A día de hoy, los presuntos inductores del crimen no han sido hallados y el mundo, afortunadamente, sigue existiendo.
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