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Tariq Ramadan, el islamólogo en entredichoPerfil | ·
Juzgado en Suiza por varias agresiones sexuales de carácter violento, el alabado sabio que hablaba de un islamismo contemporáneo plenamente insertado en la cultura europea ha caído en desgraciaNo le comparen con Harvey Weinstein. No, no se trata de un caso más de violencia de género, otra crónica de sucesos, la historia de alguien que, simplemente, una vez más, abusa de su condición privilegiada para cometer un delito sexual. Hay mucho más. Tariq ... Ramadan, de 60 años, se enfrenta actualmente a un juicio en Ginebra por presuntos delitos de violación y coacción sexual. Su caso es tan singular que bien podría constituir el argumento de un sofisticado thriller plagado de intimidación, sadismo y, tal vez, lobos con piel de cordero.
No acudan al movimiento 'Me Too' y aleguen que se su largo brazo ha llegado al mundo musulmán. No resulta tan sencillo. Las acusaciones de sus presuntas víctimas van más allá. Le atribuyen una extrema crueldad y todo tipo de sevicias, un modus operandi brutal que no casa en absoluto con su imagen. Las denunciantes afirman que, durante largas horas, sufrieron golpes, puñetazos, intentos de asfixia y humillaciones. Las agredidas retratan al intelectual como una bestia implacable. No, no es otro Weinstein, más bien parece el retrato del doctor Jeckyll y Mister Hyde o quizás, del doctor Robert Bruce y su alter ego, el increíble Hulk. El misterio está servido.
Algo no concuerda, aunque esta contraposición de personalidades no es ajena a las opiniones vertidas sobre Tariq Ramadan. Al sabio que hablaba de un islamismo contemporáneo plenamente insertado en la cultura europea se le ha achacado un doble lenguaje en función de las audiencias. Un alegato por la convivencia para Occidente y otro distinto para sus correligionarios. Pero no siempre fue así. Durante un tiempo, el escritor caído en desgracia gozó del respeto del mundo de la cultura y la política a uno y otro lado del Mediterráneo.
La historia habla de un sujeto con orígenes particulares. Tariq Saïd Ramadan es nieto de Hassan al-Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes, movimiento confesional fundamentalista y no violento nacido en Egipto y que ha influido decisivamente en la política contemporánea de los países musulmanes. La represión condujo a sus padres al exilio en Suiza y el joven volvió a su país natal en los años setenta.
La filosofía y la literatura fueron el objeto de estudio del brillante estudiante, doctor en la Universidad de Ginebra con una tesis sobre Nietzsche. Su primer activismo tuvo lugar en organizaciones solidarias como Médicos Sin Fronteras y Tierra de Hombres, y cooperó con comunidades de base de Latinoamérica, África e India. Pero, a finales de los años ochenta, este humanista aparentemente ajeno a credos no pudo dejar sus convicciones religiosas de lado. La fatua de condena por 'Los versos satánicos' de Salman Rushdie y la polémica generada por el uso del velo en los colegios franceses, le impulsaron a estudiar árabe e Islam en la Universidad al-Azhar en El Cairo. En 1997 publicó 'El islam minoritario: cómo ser musulmán en la Europa laica', una obra que sentó su condición de privilegio como experto islamólogo.
El prestigio se acrecentó gracias a un discurso que abogaba por la inclusión de la comunidad musulmana en Europa desde la asunción de los valores del Estado de Derecho y la plena participación política, un espíritu abierto y cosmopolita. Su labor como analista y orador lo convirtieron en un hombre de opinión demandado en todo tipo de foros. En 2005 el gobierno británico lo nombró consejero en asuntos relacionados con el extremismo islámico y accedió a la Universidad de Oxford como profesor visitante.
Pero la ambigüedad, como una segunda piel, cayó pronto sobre Ramadan. Su salafismo reformista, según propias palabras, se antojaba la cuadratura del círculo y pronto surgieron las contradicciones, al menos, en los reproches de críticos como Nicolas Sarkozy, que le recriminaron cierta condescendencia con el terrorismo yihadista y un ánimo mucho menos flexible en aquellas intervenciones dirigidas a sus correligionarios.
Las críticas se agudizaron tras la publicación de los libros del periodista francés Ian Hamel, experto en islamismo radical. El autor cuestionaba los títulos universitarios alegados, su sinceridad y la ambición por convertirse en el líder del lobby musulmán europeo. En el libro 'Tariq Ramadan. Historia de una impostura' desmontaba ese presunto talante conciliador y denunciaba a los 'tontos útiles', desde izquierdistas a católicos, que habían contribuido a crear un icono absolutamente falso, en su opinión.
Dos acusaciones de violación dejaron, de repente, en un segundo plano la polémica sobre su cuestionada moralidad. Hace cinco años comenzó el periplo judicial del especialista. Los hechos se habrían producido en 2009 y 2012 y provocaron su detención en enero e ingreso en prisión provisional. El calvario sólo había comenzado. En marzo, otra mujer denunció una agresión y en julio de 2019 tuvo lugar la cuarta.
Él aseguraba que todo eran calumnias y que se trataba de una conspiración. El caso de Henda Ayari, una de las afectadas, era curioso. Se trataba de una salafista radical reconvertida al feminismo que lo conoció en un congreso de organizaciones islámicas francesas. Según su testimonio, el profesor casi la estrangula antes de violarla. En el segundo se trataba de una conversa francesa que recibió puñetazos antes de ser forzada. Ambas aseguraron que no se atrevieron a denunciarlo por su enorme ascendiente y el miedo a represalias de los seguidores. Luego llegaron otras dos mujeres más que narraron hechos similares.
La denuncia de 'Brigitte', la víctima suiza, sigue el mismo patrón, el de abusos físicos durante horas en un hotel. Además, ella apunta que, previamente, habían intercambiado mensajes de carácter íntimo tras haber conversado en una firma de libros y una conferencia. La familia de Tariq, su esposa Isabelle, católica convertida al Islam, y sus cuatro hijos, lo apoyan incondicionalmente.
La sentencia, que se conocerá lo largo de la próxima semana, lo exculpará o lo condenará a una pena de entre dos y ocho años. No, no se trata de otro Weinstein, de otro depredador que utiliza su poder y la fuerza. Las consecuencias son más importantes, aunque su caso también parece un argumento de cine negro, muy negro.
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