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Alexis Algaba
San Sebastián
Sábado, 21 de diciembre 2019, 07:33
Dicen que el dinero no da la felicidad. También dicen que es muy goloso. Pero pocos piensan que un golpe de suerte te pueda arruinar la vida. Alberto Veigas sigue inmerso en una pesadilla de la que todavía no ha logrado despertar. Y ya van ... casi para cuatro años. Él compró uno de los 95 décimos premiados en 2016 con el Gordo del sorteo del Niño en el barrio de Altza (San Sebastián). 200.000 euros de premio para un recién jubilado que aventuraban un retiro sosegado y rodeado de su familia, pero que al final se ha convertido en un vía crucis plagado de denuncias, disgustos, dispendio de parte del premio en abogados, sospechas y pérdida de amistades. «Me sigo dando cabezazos contra la pared pero no encuentro explicación a todo lo que me ha pasado», confiesa. Un laberinto en el que sigue inmerso y del que quiere salir.
Como todo drama, el inicio de la historia no hacía presagiar que el camino se torcería de repente. El relato de Alberto comienza en Navidades de 2015, aquel año en el que en el grupo reducido de conocidos que «nos juntábamos para tomar algo» faltaba Jaime (nombre ficticio). «Éramos cuatro y el pobre Jaime había fallecido. Solían compartir la lotería entre él, Miguel (nombre ficticio) e Iñaki, pero yo siempre había jugado solo, no compraría décimos ni con mis hijos», explica. Sin embargo, para ese sorteo de Navidad en «homenaje» a ese compañero que faltaba y «como andábamos apretados de dinero» decidieron comprar cada uno un décimo y compartir el premio. «Se llevó los décimos Miguel, nos tocaron unos 30 euros por persona y nos los repartimos», recuerda.
Con esos 30 euros, el día 26 de diciembre compró un décimo del número que jugaba el bar Arri-Zar. El 22.654. Volvía a jugar solo, «como siempre lo había hecho». El 1 de enero de 2016 comenzaba oficialmente su jubilación y el día 6 una alegría inmensa alcanzó al barrio. El Gordo del Sorteo del Niño agració con el primer premio al número 22.654 y la alegría estalló en Altza, donde se repartieron 19 millones de euros. Alberto cogió el décimo, lo besó, se fotografió con él y soñó con un retiro dorado en un barrio humilde tras décadas de trabajo en la obra. «Lo llevé directamente a la Laboral, ni me lo pensé», recuerda. Pero en esos primeros minutos comenzó la pesadilla que le sigue acompañando a día de hoy. «Me llamó Iñaki y me preguntó si habíamos comprado a medias el número. Le dije que se confundía y que en este sorteo yo no había jugado con nadie. No discutimos y yo pensé que el tema estaba aclarado», explica. Nada más lejos de la realidad, ese fue el primer obstáculo del camino minado que se le presentaba por delante.
Alberto cobró el premio, abonó su parte correspondiente a Hacienda -unos 40.000 euros- y comenzó a «tapar agujeros», como suelen repetir como un mantra los agraciados con un premio de la lotería. Entre esas cuestiones se encontraba la puesta a punto de una casa en su tierra natal, en Bragança, Portugal. Era septiembre de 2016 cuando recibió una llamada de Iñaki. «Me dijo que me iba a denunciar por no haber repartido el premio con él». Días después su mujer le confirmó que la notificación del juzgado había llegado, y que habían presentado una querella criminal contra él por un presunto delito grave de apropiación indebida y estafa. «A mi mujer casi le da algo y yo me quería morir. De la noche a la mañana parecía que era un delincuente», narra.
El importe del procedimiento, como figura en la documentación a la que ha tenido acceso DV, ascendía a 200.000 euros más intereses y costas. «Mi propio amigo me iba a arruinar la vida si el juicio salía a su favor», recuerda.
Alberto y su mujer encontraron un abogado «de confianza» en el que legaron el buen discurrir del proceso. Llegaron las primeras buenas noticias. Su amigo Iñaki explicaba en su denuncia que el décimo compartido llevaba escrito a bolígrafo los nombres de ambos, algo que Alberto tenía claro «al 100%» que no había sido así. Le confirmaron que los décimos no se destruyen y que esa cuestión se podía revisar por la Guardia Civil. «Le grité a mi mujer que éramos libres porque no iban a encontrar ningún décimo con esa firma». Pero cuando el destino se empeña en escribir con renglones torcidos, llegar a destino se convierte en una odisea.
El matrimonio, tras recibir esa buena nueva, confió más todavía en el letrado donostiarra que le representaba, que les pidió que ingresara distintas cantidades de dinero «para la defensa y tramitación» del proceso y para la pruebas periciales que de debían realizar. En total, casi una cuarta parte del premio que tuvieron que abonar entre octubre y noviembre de 2016. Un año después, «el abogado nos confirma que el asunto va para largo», apunta Alberto. Y les solicita más fondos para cubrir los gastos del procedimiento originados por el querellante. Han invertido «una ingente cantidad de recursos» en la defensa, apuntan tanto Alberto como su abogado, consultado por este medio.
La jueza tomó declaración a Alberto en un careo en 2017 y «desde entonces no he vuelto a ningún juicio ni nada parecido», explica. Mientras, en el barrio quien más quien menos ha sospechado de su versión. «Mi familia ha escuchado a gente que aseguraba que le había engañado a Iñaki y que lo sabían de buena tinta», sostiene Alberto. «Pero si nadie vino conmigo a comprar el décimo y nadie ha visto nada, ¡cómo pueden decir eso!», se altera. De su amigo Miguel tampoco sabe nada desde 2016. «Todo se ha torcido por una cuestión de envidias, lo tengo claro», añade.
Pero llegó 2018 y la justicia le dio la razón a este altzatarra. Comprobó en una visita por otro asunto al juzgado de la capital que el Juzgado de Instrucción número 2 de Donostia había acordado el sobreseimiento provisional del caso el 22 de enero de 2018 y después de registrar el denunciante un recurso de apelación a la sentencia, la Audiencia Provincial de Gipuzkoa lo había desestimado el 28 de junio del mismo año. Las conclusiones del examen realizado por la Unidad Técnica de Policía Judicial de la Guardia Civil fueron claras. «En el examen físico realizado a los 190 décimos de Lotería Nacional de la fecha 6 de enero de 2016 no se observan inscripciones en las superficies de los mismos del tipo 'Alberto e Iñaki solamente' o 'Iñaki y Alberto solamente' indicado en el requerimiento citado», reflejaba el informe. Por tanto, la magistrada reflejó que «no queda acreditado que el señor Veiga se haya apropiado de manera indebida de algo que no le perteneciera en su totalidad». Las diligencias testificales aportadas posteriormente en el recurso por la acusación particular tampoco tuvieron «eficacia para avalar, indiciariamente, los hechos denunciados», tal y como corroboró la Audiencia de Gipuzkoa posteriormente.
Así las cosas, Alberto se plantó en 2019 con la certeza de que la justicia le había dado la razón y con las ganas de denunciar a su amigo por daños y perjuicios por el daño causado y por la ingente cantidad de dinero invertido en demostrar su inocencia. Pero los autos se cerraron sin condena a costas para el querellante y todavía no ha arrancado la vía de la denuncia por daños y perjuicios. La mitad del premio se le ha esfumado y ha pasado los tres últimos años sufriendo la sospecha de buena parte del barrio por no compartir un premio «que era mío». La parte que le resta de ese Gordo del Niño le sirve de apoyo a la pensión ya que «apenas cobro 1.050 euros al mes», pero más le duele la sensación de que algunos vecinos de Altza no le dirijan la palabra desde aquel enero y que aunque la justicia le haya dado la razón sigan pensando que no actuó de buena fe. «Me gustaría que la lotera del Argi-Zar me salude como antiguamente. Estas cosas le duelen mucho a una persona que es honrada», concluye.
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