
El fallecimiento de Kristina Saralegi nos pilló por sorpresa a muchos. Se fue de repente. Sin hacer mucho ruido, como a ella le gustaba, pero su partida provocó un sentido pesar entre los que le conocían. Kristina se fue sin dar mucho trabajo, aunque ella fuera de esas personas que siempre que podía no dudaba en echar una mano a quien se lo pidiera o lo necesitara. Tal vez por eso, un buen número de amigos, compañeros de faena, familiares y conocidos quisieron arropar a su marido, Joxe Manuel Huici en la despedida que le brindaron en Leitzalarrea.
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En este precioso paraje de Leitza, Kristina nació, creció y trabajó hasta que una fatídica enfermedad con su inmenso poder de voluntad. Precisamente en Leitzalarrea, descansan sus cenizas después de que llevará a cabo el acto de despedida por la conocida 'encargada' de criar y cuidar a la cerda de Santo Tomás de Donostia. Durante años, la leitzarra se encargó de tan importante labor de mimar hasta la saciedad de la reina de la plaza de la Constitución cada 21 de diciembre.
Mujer trabajadora, emprendedora y valiente donde las haya Kristina era conocida por muchos además de ese importante por su gran pasión, hacer talos. De hecho, además de ir de feria en feria preparando la deliciosa torta vasca como buena plazandrea, creó junto a su marido Joxe Manuel una empresa que los elaboraba y comercializaba al vacío.
Unas semanas después de su partida, Kristina ha recibido un sentido homenaje de quienes la querían y estimaban. La música de la trikitixa y el pandero, los bertsos y numerosas palabras de cariño despidieron a la leitzarra.
Entre quienes han querido mostrar su pesar por la muerte de Kristina Saralegi se encuentran los responsables y trabajadores de Ederto, que recuerdan a Kristina como «una mujer intensa y llena de vitalidad, hemos oído los últimos días que ella era una mujer pionera, luchadora y promotora de nuevas iniciativas (y muchísimas cosas más). en definitiva, un paradigma de la nueva feminidad y un gran ejemplo para las mujeres. Cierto». Además, añaden que «nosotros que la hemos conocido solamente en sus últimos años, queremos resaltar algo de igual importancia pero que no hemos oído. Kristina era una mujer de las que ya apenas quedan; con su muerte sentimos que se va perdiendo una estirpe de mujer euskaldun, baserritarra, sabia y llena de afectuosidad que comprendía el intrincado mundo de las relaciones personales, que las facilitaba y hacia sentir bien a cualquiera que fuera su interlocutor. El mundo euskaldun se hace más pequeño cuando personas como ella faltan».
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