El último hallazgo de un depósito de ETA en Luhuso y las detenciones practicadas de cinco personas encausadas, finalmente, por tenencia ilícita de armas dieron lugar el jueves a una imagen insólita: el retrato del PNV y de la izquierda abertzale junto a ELA y ... LAB emplazando a los gobiernos español y francés a que «coadyuven a un desarme ordenado, controlado, seguro y transparente». Desde el Pacto de Lizarra y las conversaciones de Loiola no se había producido nada igual. Preguntarse por las intenciones que albergaban los protagonistas de una comparecencia de prensa sin preguntas resulta ocioso. Porque en estos casos la respuesta varía a cada segundo y, siempre, en función de la reacción que se suscite. De ahí que sea más oportuno evaluar los efectos inmediatos y los mediatos de la cosa.
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La primera impresión es que la puesta en escena conjunta para socorrer a ETA a que se desarme no ha adquirido mayor relevancia que la sintonía escenificada el mismo día entre el ministro Iñigo de la Serna y la consejera Arantxa Tapia para desencallar el trazado del TAV. Luhuso y el nudo de Bergara parecen más dos realidades paralelas que las dos caras de una misma realidad. Sobre todo porque la segunda avanza y la primera retrocede. Ni siquiera si los diputados del PNV y la izquierda abertzale tramitasen conjuntamente la interpelación pública del jueves en el Congreso contribuirían a generar un estado de opinión distinto al de la jornada anterior. Tampoco nadie parece haberse escandalizado especialmente, lo cual es indicativo del corto recorrido de la iniciativa. Ha sorprendido también a Podemos que el comunicado no señale las obligaciones que ETA soslaya, como si fuera un olvido menor. Cabe pensar en el balance que jeltzales e izquierda abertzale hagan de la foto del jueves y su impacto. Los primeros, deseosos de que la cosa se quede ahí. Los segundos, necesitados de la enésima ventana de oportunidad para convertir doscientas armas cortas y poco más en un nuevo reclamo identitario para la comunidad nacionalista.
Tanto la presencia de Ortuzar en la foto como, en general, la ampulosa política de paz y convivencia del Gobierno Urkullu son beneficiosas para el PNV. La derrota de ETA y el apalancamiento de la izquierda abertzale ofrecen a los jeltzales la posibilidad de hacerse con parte del espacio anti-represivo que pervive en el ánimo de muchos vascos a muy bajo coste. El hecho de que la izquierda abertzale no se encuentre en condiciones de forzar la estrategia de autogobierno de Urkullu y Ortuzar para ponerla contra la pared del independentismo propicia que éstos se adentren en territorio liberado, cuando menos para quedar bien.
El conflicto vasco ha tendido a sublimar simbólicamente la naturaleza material de cada problema o divergencia, histórica, política, jurídica o judicial. Claro que este episodio del desarme tutelado de ETA «ordenado» en la jerga oficial supera todo lo imaginable por la antropología. Es increíble que lo que un vasco es o deja de ser acabe midiéndose en función de lo que piensa sobre la mejor manera de neutralizar, entregar o convertir en monumento doscientas pistolas y revólveres que, al parecer, posee la banda terrorista. Como siempre, la posesión más o menos dudosa de unas cuantas armas se vuelve en el mecanismo último que ETA tiene de hacerse valer, de recabar el concurso de toda la comunidad nacionalista para facilitarle algo tan complicado como la entrega de lo que, en principio, cabría en un utilitario.
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Ya sabíamos que ETA no está dispuesta a quedar inerme a cambio de nada. Menos comprensible resulta la coreografía que se ha urdido, hasta simular que se trata de un ejército guerrillero en disposición de deponer las armas con un arsenal inmenso, cuya entrega o lo que sea convendría pactar con sumo cuidado. Esa historia de atenerse a «los estándares internacionales que se aplican en casos similares» es pura fabulación. Porque no ha habido un caso similar nunca, las competencias de seguridad de los gobiernos Vasco y Navarro no pueden modular ni la legislación general ni la que la UE está gestando al respecto, ni tiene sentido entretenerse en dar oxígeno a lo que queda de ETA para así reescribir la historia.
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