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Excepto a lo que todos sabemos que ocurre con los cucos (que son los 'okupas' del abigarrado mundo del averío) se diría que en todo ... el gran enjambre de los animales salvajes (incluído el de los humanos) uno de sus más inquietantes problemas es el de encontrar su propio nido. Y es que sucede que, aun siendo de bellezas iconoclastas esas noches del estío en las que las estrellas dotan de sortilegios incandescentes hasta nuestros sueños más inverecundos –excepción hecha de algunos seres muy originales como por ejemplo aquel de la primera 'Trilogía del vagabundo' de Knut Hamsun a quien presenta gozando de la dulce quietud, de la paz, y el arrebato de júbilo y afecto hacia toda la naturaleza (y) hasta a las piedras e hierbajos que los considera como 'viejos amigos' esa noche del veranillo de San Martín' en la que huyendo del mundo y sus habitantes para recluirse en la cabaña de la isla siente esa experiencia caudalosa de ese primer vagabundo–; y del segundo –que 'toca con sordina'– y aún más el tercero que consigue llegar a saber lo que es 'la última alegría'. Muchas bandadas de humanos preferimos sin duda encontrar nuestro nido, nuestro lugar de dormición tan necesario para tantos adoradores forzosos del 'claro de luna', aun si fuera con o sin acompañamientos tan sublimes como los que dejaron exhalados los beethoven, mozart, debussy...

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