Absurdo 'beckettiano'
Giputxirene ·
Recibir el Premio Nobel fue un auténtico mazazo para el autor irlandés, que no aspiraba más que a vivir con discreción, libertad y tiempo para escribirSecciones
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Giputxirene ·
Recibir el Premio Nobel fue un auténtico mazazo para el autor irlandés, que no aspiraba más que a vivir con discreción, libertad y tiempo para escribirEl Nobel de este año, el austriaco Peter Handke, se ha declarado heredero del también 'nobelizado' hace cincuenta años Samuel Beckett. Este último recibió la ... noticia de la concesión a través de un paradójico telegrama enviado por su editor: «Lo siento. Pese a todo te han dado el Premio Nobel. Te aconsejo esconderte. Un abrazo». Y es que el remitente sabía que aquello representaba un auténtico mazazo para el irlandés, que no aspiraba más que a vivir con discreción, libertad y tiempo para escribir. A partir de entonces Beckett se hizo mundialmente célebre y ecuménicamente celebrado incluso por quienes, en principio, no tenían motivo para apreciar sus sombrías creaciones.
Oímos hablar de él de mozalbetes por boca de un sacerdote que, conociendo nuestra afición por el teatro, nos dio a leer 'Esperando a Godot' con la solemnidad de quien ofrece un escolio de los textos sagrados. Evidentemente, no entendimos nada y el ensotanado se burló cruelmente de nosotros. «¿Quién pensáis que es Godot? ¿A quién esperan esos personajes? ¡Pues a Dios! ¡A God!». Pero las humillaciones a veces son fuente de superación y esta nos aguijoneó a leer y a ver todo sobre aquel tipo espigado, sobrio y poco locuaz, que había sido secretario y discípulo de James Joyce.
Supimos que el 'absurdo beckettiano' tuvo un origen biográfico. Siendo joven, en una calle de París, inopinadamente un tipo se le abalanzó clavándole un cuchillo. Por milímetros, la punzada no afectó al corazón ni al pulmón pero le perforó la pleura. Meses después preguntó a su agresor qué había motivado aquel ataque. «No lo sé, señor. Le pido perdón», fue todo lo que supo decirle. Este incidente estructura su cosmovisión y atraviesa toda su obra.
Nacido en la católica Irlanda en el seno de una familia de hugonotes huidos de Francia y formado en el puritanismo protestante, en Beckett las referencias religiosas laten como trasfondo a la búsqueda de unas palabras que puedan ser las últimas y permitan dejar de hablar: «En el principio fue el Verbo. / En el final será el Verbo». Un universo sin esperanza ni más trascendencia que la de un flato entre dos silencios, donde no queda otra que echarle humor para pasar el trámite: entramos, lloramos, y es la vida; lloramos, salimos, y es la muerte. De su muerte, precisamente, se cumplen esta semana treinta años. Como despedida, pidió que simplemente se leyera el bellísimo soneto 71 de Shakespeare: «No lloréis por mí cuando haya fallecido más tiempo que el que dure el clamor fúnebre de la campana (...); pues prefiero que me olvidéis si mi recuerdo os causa dolor».
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