Agustinismo balompédico
El oficio de vivir ·
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¿No fue en desiertos como Qatar donde los grandes pecadores se recogían para pugnar sus culpas?Sobre la conciencia de Occidente pesa el pecado original de «tres mil años» de colonialismo, esclavitud, explotación de pueblos y de recursos, amén de un sinfín de atropellos cuyo lastre culposo portaremos al menos otros tres mil tacos. Dejar que los balones se acerquen allí ... donde habitan los últimos llegados a la modernidad haciéndoles partícipes de esa misa ecuménica que es el Mundial, abre el camino a la expiación de nuestras faltas históricas y, en definitiva, a la redención moral. Este es el trasfondo argumental con que el papa de la religión del dios esférico, Gianni Infantino, ha justificado la organización del campeonato en Qatar, un ejercicio que podemos calificar de agustinismo balompédico.
Vayamos por partes. Primeramente, la elección para el magno acontecimiento cuatrienal de un desierto —desierto tanto geográfico como de Derechos Humanos— aporta una interesante semiología, pues ¿no era en los yermos arenosos donde se recogían los grandes pecadores para purgar sus culpas? Pero lugares al mismo tiempo habitados por criaturas tentadoras, que en esta ocasión cobran forma de petrodólares: si la carne es débil, más lo es la cartera.
Por otro lado, al pecado se le puede vencer por el mismo pecado según ilustran ciertas sectas del cristianismo primitivo que se daban a orgías y flagelaciones con afán de derrotar al Mal por saturación. Y esta parece la apuesta en curso. La civilización occidental, cuna y escuela de inmoralidad —Infantino dixit—, se viste de penitente y peregrina a la tierra de los enemigos declarados de sus valores y de las conquistas sociales de la modernidad (ayer Rusia, hoy Qatar, mañana Arabia Saudí), para proclamar 'urbi et orbi' que también son negociables y estamos dispuestos a hacer la vista gorda si hay suficientes ceros de por medio.
Finalmente, admitamos que ni toda forma de organización humana aspira a la libertad (creerlo es un prejuicio etnocentrista), ni la democracia es destino ineluctable. No hay valores universales, pero sí superiores: son aquellos que reconocen el derecho de todo valor particular a existir y promueven su protección. La democracia, por tanto, tiene valor político superior, al igual que la libertad en la que se funda nuestra dignidad. Libertad y dignidad por cuya defensa nadie debería ocultar los signos que acreditan la concepción abierta, empática y tolerante de nuestras sociedades.
Con todo, Infantino podría despacharse con otra lección agustiniana ante su amigo el emir catarí: «Ama y haz lo que quieras».
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