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Se preguntaba en una de sus canciones Rafael Berrio aquello de «qué tengo yo que ver con una acacia en flor» y el interrogante es ... tan pertinente que sobrevuela nuestras cabezas en relación a cuestiones mucho más prosaicas. Por ejemplo: ante la polémica en torno a la designación de Donostia como sede del Campeonato Mundial de Fútbol de 2030, uno puede encontrarse en la embarazosa situación de tener una posición meliflua, casi como que daría un poco igual si a favor o en contra.
Ha habido vecinos que han enviado una carta a la FIFA para que revoque su decisión y en verdad os digo –lenguaje semanasantero–, que ya hace falta para hacerlo una energía de la que algunos carecemos y una beligerancia para la que no todos estamos preparados. Enfrente, el alcalde Goia, que ya ha tachado como 'el club del no' a los opositores, lo cual no deja de ser un exceso, pero que le irá en el sueldo.
Una vez más, ha que recordar que así como hace tiempo que se reconoce que la identidad vasca es plural y que existen muchas formas de sentirse vasco, en el caso de San Sebastián los márgenes de lo admisible se estrechan porque está asumido que hay una única manera de ser donostiarra, al menos un donostiarra correcto.
Deberíamos barajar otras posibilidades, como «me da igual la fase de grupos de un Mundial a celebrar dentro de más de un lustro». Que ésa es otra:si ya comprar entradas para un concierto del año que viene implica dar por supuestas tal cantidad de cosas que la palabra 'optimismo' se queda corta, qué decir de quienes están seguros de que en 2030 esto no será ese 'Planeta de los Simios' al que el Mundo parece conducirnos y que aquí estarán para verlo.
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