El vestido de Casandra parece que le sienta bien a mucha gente. Anunciar toda suerte de catástrofes y quedar a la espera de su cumplimiento poniendo cara de 'Ya veréis, ya...', está de rabiosa actualidad. Quienes, por el contrario, no renuncian a la esperanza o ... intentan ver las cosas de manera constructiva (sin cerrar los ojos ante el mal y el sufrimiento humano) pasan por cándidos, por ilusos o, directamente, por 'pringaos'.
Publicidad
Los clarividentes dan por evidente que vamos hacia una nueva guerra mundial, que las bombas atómicas entrarán en competencia destructiva con un cataclismo climático, que hasta las naranjas serán de la China-na-na y, en fin, que el mundo se volverá un cafarnaúm. En cambio, advirtamos que ya no se llevan augurios otrora reiteradamente anunciados por los 'creadores de opinión': la pandemia se desbocará y los sistemas de salud colapsarán, el euro va a desaparecer, la independencia de Cataluña es inevitable, el café alcanzará precios estratosféricos o la energía nuclear tiene los días contados.
La frase que Dante imaginó sobre el dintel del infierno («lasciate ogni speranza, voi ch'entrate!»), se ha convertido hoy en argumento comercial: como el pesimismo vende, el mercado cultural está lleno de productos para los numerosos consumidores de lo negro y lo siniestro. Irónicamente lo expresa Nancy Huston en 'Profesores de desesperación': «Basta que un libro proclame 'Todo es una mierda' para que apunte maneras de 'best-seller'». Anota también la canadiense que, significativamente, casi todos los grandes pesimistas tanto de la literatura (Beckett, Cioran, Kundera, Thomas Bernhard, Elfriede Jelinek, Houellebecq), como del pensamiento (Pascal, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche), no tuvieron hijos ni vivieron en su cercanía. Y es que quien ha acompañado a un/a niño/a en su primer despertar y en su descubrimiento del mundo, ha visto formarse su personalidad buscando el amor de los demás, no puede sino admirarse ante lo que nos ha sido dado, rendirle respeto y atender a su cuidado. Por eso, constata Huston, la mujer, como creadora de vida, es menos propensa al nihilismo.
Posición frágil, precaria, marchitable, la de quien acepta con todas las consecuencias y con el mejor talante el desafío de esta aventura apasionante y absurda. La perplejidad de vivir a la manera de aquel teólogo medieval que mandó labrar sobre su futura tumba: «Vengo de no sé dónde. / Soy no sé quién. / Muero no sé cuándo. / Voy a no sé dónde. / Me asombro de estar tan alegre».
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.